16. Baño turco

182 18 0
                                    

—Sí.

—¿Pero tú no dijiste que no eras de esas? Que no te iba el compromiso.

—Estoy empezando a sentir algo por alguien, pero aún estoy tratando de entenderme. No entiendo el porqué ni cómo es posible que tenga que ser esa persona. Parece que la vida me odia.

—¿Por eso dices que no decides de quién te enamoras?

—Claro. El corazón va por libre.

—Ojalá te corresponda y puedas traerla aquí a ver las estrellas.

—Lo mismo te digo.

—Prefiero estar aquí contigo. —La miro disimuladamente dándome cuenta de cómo se empieza a arrepentir de lo que acaba de decir y empieza a gesticular para arreglarlo. Sin embargo, no dejo que eso suceda.

—Yo también contigo. —Parece que termino de cortocircuitarla, ya que al seguir mirando con sutileza, los gestos de nerviosismo han quedado paralizados, cómo si estuviese reiniciándose.

Aida y yo nos quedamos un rato más, fascinadas por la inmensidad del universo que nos rodea.

Las estrellas brillan con intensidad, y el silencio solo se rompe con el suave sonido de sus suspiros de asombro. Me encanta venir aquí para meditar sobre todo lo que ocurre en mi vida, aunque suelo hacerlo a solas.

Sin embargo, de repente, un ligero ruido interrumpe la paz del momento: el estómago de Aida empieza a gruñir, dejándonos en una risa cómplice. Decidimos que ha llegado el momento de saciar nuestro apetito.

Nos dirigimos al acogedor restaurante del hotel. Al entrar, el aroma de los platos típicos de Asturias nos envuelve.

Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde podemos contemplar el cielo nocturno, ahora, sin tantas estrellas.

El camarero nos recomienda algunos platos tradicionales, y sin dudarlo, optamos por elegir fabada asturiana y una sidra bien fresca.

—La habitación es inmensa, y el sofá también, puedo quedarme ahí.

Al escuchar las palabras de Aida, siento cómo mi rostro se desencaja por completo, mostrando mi sorpresa e incredulidad ante su propuesta.

La miro directamente a los ojos, intentando comprender su postura, y le pregunto con sinceridad. —¿Es que te molesta que durmamos juntas?

Aida me mira de vuelta, noto un atisbo de inseguridad en su mirada antes de responder. —No, no es eso, es solo que no quiero incomodarte o causarte problemas.

Me siento confundida por su respuesta, porque en ningún momento he demostrado que me moleste compartir la cama con ella.

—¿Por qué piensas que me molestaría? —Pregunto con curiosidad y honestidad, tratando de expresarle que no hay razón para que se sienta así.

Aida baja la mirada por un momento y luego vuelve a mirarme. —Es solo que... quizás no quieras que durmamos tan cerca, o que te incomode mi presencia.

—¿Por qué me iba a incomodar? —Repito la pregunta para que pueda expresarse y decir lo que realmente piensa.

—Anoche parecía que te ibas a caer de la cama por no querer moverte del filo.

Quererte en silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora