Capítulo seis

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Laia

Mi esposo se estacionó cerca de la oficina del abogado. Está cayendo la noche, en el interior no debe haber muchos clientes, pues falta casi una hora para cerrar la oficina. 

—Quédate aquí. No quiero que seas testigo de algo desagradable. 

—O sea, me pides que te acompañe, pero ¿vas a excluirme de la diversión? No es la primera vez que te veo hacer algo desagradable. Te recuerdo que siempre que sales a tus movidas, regresas con más artículos para tu enorme colección y estos vienen con sorpresa incluída. 

En serio, no comprendo su obsesión con los dedos y los anillos, incluso tiene bajo posesión collares, relojes, pañuelos, entre otras cosas más. Siempre he pensado que lo hace para llevar un conteo de sus víctimas, pero ¿qué sentido tendría hacer eso?

—¿Puedo saber por qué lo haces? ¿Por qué coleccionas esas cosas?

—¿A quién no le gustaría recibir un premio cuando haces algo en lo que te esfuerzas e inviertes tanto? ¿Qué sentido tendría hacer algo a sabiendas de que no recibirás absolutamente nada a cambio de ello? Ninguno. Los guardo como trofeos por el buen trabajo que hice. Además, cada artículo, como tú les llamas, tienen otros propósitos, y es que los accesorios que suelo coleccionar, en su mayoría, son únicos en su clase. Cuestan mucho dinero y son extremadamente valiosos para sus dueños, por algo los llevan consigo, ¿no?

—¿Te refieres al valor sentimental? 

—Sí. 

—Pues eso es más jodido y retorcido que cortarles el dedo. ¿No te da temor de que regresen a reclamar lo que les pertenece? 

—Ellos no pueden hacerlo, pero enviarle un regalito de vez en cuando a sus familiares no tiene precio. 

—Eso es maldad pura. No está bien jugar con el sufrimiento ajeno, mucho menos arrastrar a inocentes a ese juego enfermizo. La familia debe dejarse fuera. 

—¿Inocentes? Dejan de ser inocentes cuando apoyan o patrocinan las malas acciones o decisiones de sus miembros. Es como tú. Me apoyas en las decisiones que tomo o en las acciones que hago, sea por la razón que sea, por lo tanto, eres igual de culpable que yo. En una escena de un crímen, es igual de culpable quien ejecuta a la víctima, como quien observa y calla. 

—Ojalá nunca encontrarme en una situación así. 

—¿En qué situación? 

—Donde me faltes.  

—No somos seres inmortales. Todos nos reunimos en un mismo lugar, unos antes que otros, pero es ley de vida, diablita. 

—¿Y si fuera al revés? ¿Cómo te sentirías al respecto? Si fuera yo quien te faltara algún día, ¿qué harías? 

Permaneció en silencio unos segundos que para mí fueron eternos. 

—¿Por qué estamos hablando de la muerte? Aún nos falta mucho por vivir. Sobre todo a ti, eres más joven que yo. Aleja de esa cabecita esos pensamientos tan indeseables. 

—Respóndeme. 

—Eso no va a ocurrir, ¿así que para qué pensar en eso? 

—Dijiste que no somos inmortales y es la verdad. 

—¿Ahora usarás todo lo que dije en mi contra para que te dé una respuesta? Es una excelente técnica. 

—Entonces responde. 

—Sabes bien que me volvería loco si algo así sucediera. No te perdonaría que me dejes viudo. 

Sonreí por su respuesta.  

—¿Por qué te ríes? Estamos hablando de un tema serio. 

—Has cambiado tanto. Amo esta versión de ti—me pasé a su asiento, sentándome en su regazo y bajando la palanca para estar más cómoda. 

—Estamos en medio de algo, Laia. 

—Aún tenemos tiempo de sobra y lo sabes. No te vas a escapar—metí mi mano por debajo de su camisa negra, hasta alcanzar la cadena de las abrazaderas que estaban pinchando sus tetillas y la agité—. Además, quedamos en que íbamos a divertirnos juntos esta noche, no tendría sentido haberte puesto esto si no íbamos a usarlo, mi amor. 

Se me quedó viendo fijamente, mordiendo levemente su labio inferior. Me excita tanto esa expresión. 

—¿Te duele? No lo creo. Esa expresión no es de dolor—sonreí maliciosa—. Me la debes, después de todo, la vez que las usaste en mí, me hiciste sufrir mucho. Ahora es mi turno. He traído también dos pequeños juguetes, pero esta vez los usaremos al mismo tiempo. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora