Capítulo cincuenta y nueve

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En medio de risas y desafíos, nos embarcamos en una serie de actividades. Una de ellas involucraba carreras de sacos, y ahí Hera demostró ser excepcional. Su agilidad y destreza dejaron a los demás padres boquiabiertos. Al verla, me encontré admirándola más allá de su aspecto físico, apreciando la conexión que estaba construyendo con Alany.

Luego, llegó el momento de las carreras de tres piernas. En un intento de coordinación, Hera y yo atamos nuestras piernas juntas, mientras Alany se aseguraba de que nuestro nudo fuera lo suficientemente fuerte. Aunque al principio tropezamos, encontramos nuestro ritmo y empezamos a avanzar como un equipo. Sentí una extraña armonía, como si, por un momento, nuestras vidas se alinearan.

La última prueba fue una competencia de fuerza. Ella, con su energía desbordante, destacó nuevamente entre el resto. Ganamos una medalla que colgaba del cuello de Alany, y me sorprendí a mí misma mirándola. En ese instante, olvidé las complicaciones y nuestras indiferencias, me sumergí en la felicidad compartida con ella y mi hija.

La tarde continuó con una cena en un restaurante que aceptó a Aaron con gusto. Hera eligió el lugar, y mientras disfrutábamos de la comida, noté cuánto se suavizaba su expresión al interactuar con Alany.

Al regresar a casa, algo llamó mi atención. Un elegante auto estaba estacionado frente a la entrada. Una mujer con vestido negro descendió, y Hera, mostrando una faceta desconocida para mí, la recibió con una sonrisa. Me sentí un tanto excluida, no solo por la falta de presentación, sino también por el brillo que se reflejó en sus ojos al ver a esa mujer.

Pensé que podría ser su madre, pero la ausencia de una presentación me hizo dudar. Incómoda, decidí retirarme a la habitación y concentrarme en Alany, aunque la extraña sensación en mi pecho persistía, alimentada por la imagen de Hera junto a esa misteriosa mujer.

[...]

Alany y yo estábamos en la habitación, luego de habernos duchado, compartiendo las experiencias del día. Hablamos sobre la actividad en la escuela, cómo nos divertimos y ganamos la medalla. La emoción de mi hija era palpable, y no pude evitar sonreír al verla tan feliz. 

Sin embargo, la conversación dio un giro inesperado cuando mi niña mencionó la visita de esa mujer en la casa. En su inocencia, preguntó quién era y por qué Hera la había recibido de esa manera. Me quedé en silencio por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Bueno, cariño, esa mujer... debe ser alguien importante para ella. No la presentó formalmente, pero parece que tienen una relación especial— traté de explicar, sintiéndome incómoda ante su pregunta. 

Con sus grandes ojos curiosos, asintió. 

Después de dormir a mi hija, salí de la habitación hacia la mía, notando que la casa estaba envuelta en un completo silencio. Supuse que Hera y esa mujer probablemente aún estaban juntas en algún lugar.

Al entrar a mi habitación, suspiré pesadamente. Me asomé por la ventana, buscando el auto en el que había llegado esa señora, pero noté que ya no estaba ahí. No sabía desde cuándo se había ido, pero una extraña sensación de inquietud se apoderó de mí. ¿Se habrán ido juntas? ¿Por qué debe importarme lo que haga o deje de hacer esa tipa? 

Mientras miraba por la ventana, un repentino y ligero ardor se esparció por mi trasero por culpa de la inesperada nalgada que Hera me proporcionó sin encomendarse a nadie. Su fuerte golpe me arrancó un grito y me hizo saltar en un mismo sitio de sorpresa. Su presencia no la había notado, ni siquiera escuché la puerta cuando entró. Se notaba recién bañada, lo supe por su cabello húmedo.

—¿Qué demonios ocurre contigo? ¿Cómo te atreves a asustarme y hacerme gritar así?  ¿Quieres despertar y preocupar a mi hija o qué?

Caí sentada en el asiento de la ventana tras retroceder debido a su persistente cercanía. 

—Las paredes de esta casa fueron diseñadas estratégicamente para aislar cualquier tipo de sonido que provenga detrás de ellas. Nadie puede oírnos aquí dentro, mi gordis. 

Levanté la pierna para usarla de barrera entre las dos y detener su acercamiento, pero la sostuvo, elevándola aún más hasta llevarla a la altura de su hombro y haciendo hueco para acomodar parte de su cuerpo en la separación de mis piernas. 

—Si quiero azotarte duro como tambor hasta que te quedes sin voz o quebrarte ese delicioso coño en esta posición, podría hacerlo con ímpetu y sin preocupaciones.

—Pues sigue queriendo, porque eso nunca va a pasar. 

—Todos tenemos un límite, bolita, y tú has sobrepasado los míos—dejó ir mi pierna, apoyando sus dos manos en el asiento, a ambos lados de mi cuerpo—. No te vas a escapar sin que conozca los tuyos. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora