Capítulo ochenta y siete

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Honestamente pensé que se negaría, que buscaría cualquier pretexto para no ir, pero no fue así. Él motivó a nuestros hijos para que nos diéramos prisa y así salir de la casa. No hizo falta que lo guiara, pues él conocía perfectamente la ubicación de la clínica. 

—Ya mismo llegamos. Y recuerda, seremos breves. No nos podemos quedar mucho rato. No quiero exponer a los niños. 

—Gracias, mi amor. Me siento tan orgullosa de ti. Realmente valoro y aprecio tu esfuerzo. Eres un hombre maravilloso. 

—Todo esfuerzo ha de tener una buena recompensa—descansó su mano en mi muslo y sonreí. 

—Y la tendrás. 

—Mamá y papá están coqueteando—dijo Sofía. 

Las risas de los niños en el asiento de atrás se dejaron escuchar y ambos sonreímos. Desde que aprendieron a decir esa palabra, cada vez que hay un acercamiento entre nosotros la utilizan. 

Estando detenidos en el semáforo en rojo, varios peatones pasaron por enfrente de nuestro auto y, aunque a la primera no presté atención a las personas que cruzaban, me llamó la atención la reacción y expresión de Sebas. Algo parecía captar su interés, fue entonces que la curiosidad me venció y entendí la razón. Reconocí a Dereck y a Catalina, cruzaban la línea de peatones, Darek empujaba un coche donde se apreciaba una niña que, a mi parecer, no debía tener ni cinco años, pero se veía bastante grande y sana, mientras que Catalina iba a su lado, su traje se veía abultado, como si de un segundo embarazo se tratara. Estaban entregados a una evidente y entretenida conversación, compartían una sonrisa llena de complicidad y conexión. Dereck se aprecia mucho más maduro. Definitivamente el tiempo y las circunstancias cambian a las personas. 

—Jamás creí decir esto, pero se ven muy lindos juntos—confesé. 

Ellos nunca asisten a las reuniones familiares, ahora entiendo la razón. 

—Nosotros nos vemos mejor. 

Su comentario me hizo reír. 

—Tienes toda la razón. 

[...]

Cuando llegamos a la clínica, el tan ansiado reencuentro entre padre e hijo, fue extremadamente emotivo, al menos por parte de Damián, quien seguramente no esperaba que Sebas se dejara ver la cara. Los años no pasan en vano. Luce más demacrado, las bolsas debajo de sus ojos dejan en evidencia que el descanso ha sido escaso, su cabello estaba repleto de canas, mientras que su barba se apreciaba descuidada. Su mirada cansada se posó en sus nietos y adquirieron un distintivo brillo. 

—Cero rivalidad o discusiones con tu padre, recuerda que nuestros hijos están aquí—le susurré a Sebas—. Damián, es un gusto volver a verte. Lamento mucho que sea en estas circunstancias, pero aquí estamos. 

—Gracias por venir. 

—Te presento a Sofía, Dexter y Daylon, tus nietos. Saluden a su abuelo de parte padre, pequeños. 

Aunque al principio les tomó unos instantes acercarse, Sofía fue la primera que rompió el hielo y se echó en los brazos de Damián, correspondiendo a sus brazos extendidos. Sebas los observaba en silencio, en estos momentos prefería que se mantuviera callado, a que saliera con una de las suyas. No era el lugar ni el momento oportuno.

—Papi, ¿por qué nunca nos dijiste que tenías un papá? —le preguntó Dexter, atrayendo la mirada de todos. 

Sebastián se paralizó por completo, haciendo contacto visual y directo con Dexter. Sabía que por dentro debía estar batallando con su propio orgullo. 

—Mamá saludó al abuelo, ¿por qué tú no? —la insistencia de Dexter no pasó desapercibida por los demás. 

—Es verdad, papi. Nos dijiste que es de mala educación no saludar a los mayores —Daylon le siguió la corriente a su hermano.

Por primera vez lo vi quedarse sin palabras y bajar la guardia lo suficiente como para que sus propios hijos lo bombardearan con preguntas y él no se defendiera a ninguna de ellas. Para todo él siempre tiene una respuesta, y en esta ocasión todo apuntaba a que se había quedado sin una. 

—Tu papá está… —mis palabras fueron interrumpidas por el gesto de Sebas, al extenderle la mano a Damián. 

—Es… un gusto volver a verte, Sr. Bennett… —su indiferencia disfrazada de supuesta amabilidad no parecía ser con la misma intensidad que antes. 

Damián bajó a Sofía, para responder al apretón de mano, pero mi quijada casi llega al suelo tras ver cómo atrajo a Sebas hacia él y lo abrazó, descansando su barbilla en el hombro y dándole varias palmadas con la otra mano en la espalda.

—Mi niño, no sabes cuánto te extrañé y lo feliz que estoy de volver a verte— su voz ronca se quebró, por el nudo que se había formado en su garganta, acompañado del estallido de su incesable llanto. 

Su llanto desconsolado dejó a Sebastián nuevamente inmóvil, su otra mano extendida sufrió un leve temblor involuntario. Nuestros hijos y yo fuimos testigos silenciosos de su ardua lucha consigo mismo, hasta que lentamente se rindió, colocando su mano en la espalda de su padre y relajando por completo su cuerpo. 

Mis ojos se nublaron ante esa escena tan conmovedora que se desplegaba ante mí. Lo que una vez vi como un caso perdido, finalmente vi una esperanza para una posible reconciliación entre padre e hijo. Internamente me sentía orgullosa de mi esposo y de ese cambio tan radical que había tenido con el transcurso de los años. Me enorgullecía que por primera vez se abriera a alguien más que no fuera yo y sus hijos y fuese honesto con sus verdaderos sentimientos, porque ese enorme gesto, dice más que mil palabras. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora