Capítulo ochenta y uno

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Hera

Mi corazón latió desbocado cuando recibí la llamada de Alany, como si la vida misma regresara a mi cuerpo. No indagué en detalles, solo me dijo que estaba de camino a casa y que estaba bien. Aún así, la ansiedad no me abandonó hasta verla llegar.

Cuando la camioneta apareció en la entrada, mi alegría se desvaneció al notar los daños en el vehículo. Corrí hacia allí junto a Avery, y al abrir la puerta, la vi. Alany tardó en bajar, y cuando lo hizo, noté su dificultad para caminar y su temperatura corporal elevada. Mis ojos se encontraron con los suyos, y supe al instante que algo andaba mal. 

Furiosa, le pregunté quién le había hecho esto, necesitaba saberlo. Sus palabras apenas eran audibles, y al examinar sus ojos dilatados, confirmé mis temores: la habían drogado. Pero lo que más me hacía hervir la sangre y me retorcía por dentro era el imaginar que alguien había intentado poner sus sucias manos sobre ella. 

Mi mirada se volcó hacia la otra mujer que descendió de la camioneta. Su rostro me resultaba familiar, su cabello largo y negro, ojos azabache y profundos. Ese rostro definitivamente lo había visto antes. Mis sospechas instantáneamente fueron confirmadas.

—No hace falta que me respondas... ya tengo la última pieza del rompecabezas.

Desenfundé mi arma, apuntándole a la mujer. 

—Pero qué regalo tan especial me has traído. 

—Tía, ¿qué haces con un arma? 

—Fue su padre la asquerosa rata que te drogó, ¿cierto? 

—Sí, fue él quien me tuvo retenida, pero ella no tiene nada que ver. Ella me ayudó. 

—¿Te ayudó? —la miré—. ¿A qué le ayudaste?

—Creo que es muda. 

—¿Muda? 

—Sí, tía. 

—Bueno, eso lo descubriremos. 

—¿Qué pasa contigo? Te estoy diciendo que ella me ayudó. Baja esa arma. 

Avery estaba paralizada, noté que estaba pensativa, sin apartar la mirada de Alany. Debo controlarme y no dejarme llevar por esta rabia que me está consumiendo. Ya tendré tiempo de pasar factura. No puedo levantar sospechas si por obras de la vida esa supuesta muda desaparece. 

—Bien—guardé el arma en mi pantalón—. No es momento de discusiones. Debes estar preguntándote quién es esa mujer tan parecida a… 

—Mamá… —finalizó—. Sí, ya sé que es mamá, como también sé que la estuviste viendo a mis espaldas. No me dijiste que estaba con vida. ¿Por qué?

—Porque no recuerda nada y sabía que sería más doloroso para ti que tu propia madre no se acuerde ni de tu existencia. Hemos estado buscándote. Sospechamos que ese viejo estaba detrás de todo esto, por eso nos unimos a buscarte, pero ese infeliz no se ha aparecido ni a la casa que comparte con tu madre. ¿Dónde está? 

Alany se acercó, bajando la mirada. 

—Creo que está muerto.

—¿Por qué hablas tan bajito? 

—Porque ella fue quien me salvó de su padre. Le dio un sólido golpe en la cabeza con un palo de madera. 

—Creo que no has escuchado el dicho de que la mala hierba nunca muere. ¿Te parece que un golpe en la cabeza es suficiente para matar esa cucaracha? ¿No te cercioraste de que estuviera muerto? 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora