Capítulo cuarenta y tres

156 20 3
                                    

Hera me miró con una frialdad que me hizo estremecer. Su mirada era distante, como si estuviera completamente desconectada de cualquier emoción humana.

—Estás permitiendo que tus emociones y el amor de padre nublen tu juicio. ¿No fuiste tú quien me enseñó que eso es una debilidad? Te admiraba por ser un líder fuerte y decidido, pero ahora veo que eres solo un falso líder que no puede mantenerse firme en sus propias enseñanzas.

Mis manos se crisparon en puños.

—Ahí está tu gran problema. Nunca has experimentado el amor, ¿verdad? Porque a ti nadie te amó lo suficiente como para quedarse —le espeté con amargura—. Ni siquiera tu miserable familia, sí, esa que te abandonó. No tienes la menor idea de lo que significa tener a alguien a quien amar y proteger. Eres incapaz de comprender la magnitud de lo que estamos sintiendo en este momento.

Por un breve instante, mostró una expresión pensativa, como si mis palabras hubieran penetrado en su coraza de indiferencia. Pero antes de que pudiera responder, mi esposa intervino.

—Damián, detente— dijo con voz firme pero compasiva—. Por favor, llévate a ese animal de aquí y déjanos a solas—le pidió a Hera, quien accedió a su mandato como un escape a la situación. 

Henry se encontraba en un estado crítico, y la pérdida de sangre había debilitado su cuerpo más allá de lo imaginable. Lo abrazamos entre lágrimas, tratando de hacerlo reaccionar, pero sabíamos que estaba en sus últimos momentos. No se suponía que las cosas fueran así. 

—¿Por qué, mi amor? —sollozó—. ¿Por qué tuvimos que llegar a esto?

Ella lo miró con ojos llenos de dolor y angustia.

—Te esperamos con tanta ilusión cuando estabas en mi vientre. Se supone que los hijos deben ver partir a sus padres, no una madre a su hijo. Te pido perdón si no fui la madre que tus hermanos y tú merecían —sus palabras eran un lamento, una súplica. 

Las lágrimas caían sin cesar sobre su cabeza. 

Lo abrazó con fuerza, como si ese abrazo pudiera retenerlo con nosotros por un poco más de tiempo. 

Avery

No puedo evitar pensar en las amenazas que Omar me hizo la última vez que nos vimos. Su mirada fría y su voz amenazante aún resuenan en mis oídos. Me siento frustrada e impotente, atrapada en un torbellino de miedo y ansiedad.

He comenzado a trabajar tiempo extra, sacrificando horas de sueño y tiempo con mi hija, en un esfuerzo desesperado por aumentar mis ahorros. Necesito dinero para pagar a un buen abogado, alguien que pueda garantizarme una ventaja en esa nueva batalla legal que se avecina. Mi corazón late con la angustia de perder a mi niña, de verla alejarse de mí.

Cada día es una lucha cuesta arriba, enfrentando obstáculos y desafíos que nunca imaginé que tendría que superar. Pero no puedo darme el lujo de rendirme. Mi hija depende de mí, y haré todo lo que esté a mi alcance para protegerla de ese desgraciado. 

Salí a llevar la bolsa de basura al contenedor, cuando me encontré con esa mujer que me ha estado acosando desde hace un tiempo. Me la encuentro hasta en la sopa. 

Allí estaba, apoyada sobre la puerta de su auto, con una actitud desafiante y una mirada que parecía capaz de atravesar el acero. Cada vez que me cruzaba con esa mujer, sentía como si el mundo se volviera un lugar un poco más hostil. Me pregunto, ¿cuánto tiempo planea seguir apareciendo para hacerme la vida imposible?

Traté de hacerme la desentendida, como si no la hubiera visto, y continué caminando hacia el contenedor. Pero su voz cortante me detuvo en seco. 

—Sube. 

Bufé, frustrada por su persistencia.

—Otra vez tú… ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? ¿Ahora también vas a perjudicarme en el trabajo? Todavía no he salido, así que no puedo ir a ninguna parte. Además, contigo no voy ni a la esquina.

Ella abrió la puerta trasera de su auto, como si estuviera tratando de evitar repetir sus palabras. Me sentí atrapada en una situación absurda, sin entender por qué le seguía el juego a esta mujer tan problemática.

Me acerqué al auto con precaución, sin poder evitar notar la mirada desafiante de su doberman en el asiento del pasajero. El interior del auto olía extrañamente a sangre, y mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando vi que el hocico del perro tenía rastros de una sustancia roja idéntica a la sangre. Mis instintos me gritaron que saliera corriendo de allí, pero antes de que pudiera hacerlo, ella me tomó el mentón y me robó un beso.

En realidad, me cogió desprevenida. Era desconcertante que una mujer me esté besando, a pesar de que toda mi vida he estado segura de mis preferencias, pero extrañamente mi cuerpo no la rechaza o le desagrada en lo absoluto. Su perfume endulzó el aire, desapareciendo ese olor metálico y desagradable.

Me encontraba en un dilema, atrapada entre el miedo y la atracción hacia esa mujer impredecible que había entrado en mi vida de la forma más inesperada y cuyo nombre y propósito aún desconozco. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora