Capítulo sesenta y cuatro

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—Mañana a primera hora iremos a dar un último paseo, así que entra a la cama y no me des más dolor de cabeza. Y tú, bajo ninguna circunstancia, dejes que salga de aquí.

Salí de la habitación, caminando sin un rumbo fijo, aunque, inconscientemente terminé detenida frente a la puerta de su cuarto. Había desechado esas flores horrendas y marchitas de su escritorio, cambiándolas por unas más coloridas y vivas. No pude ver su reacción al encontrarse con ellas, tampoco estaba segura si iba a gustarles o le ayudarían a inspirarla lo suficiente para estudiar. Donde quiera que esté, no es como que ya las necesite, ¿verdad? 

Me dejé caer de espaldas sobre la cama. Aunque cambió las sábanas, el aroma a su perfume persistía. Tener tan buena memoria era un tormento. 

—Si tan solo te hubiera convencido de quedarte, bolita.

¿Por qué me estoy lamentando tanto? La vida es así de corta y efímera, la muerte siempre nos acecha, nos respira en la nuca y debo estar acostumbrada. Si he perdido más de lo que he ganado durante toda mi puta existencia, ¿por qué me cuesta resignarme a seguir perdiendo? 

Tal vez esa bola problemática era más que un simple capricho como pensé. ¿Y por qué debo reconocerlo ahora?  

 

[...]

Por la mañana, hice todas las diligencias posibles y fui a guardar las maletas que le encargué a Keita para llevar a Alany a un orfanato. 

—¿Dónde estamos? Este no es el colegio. 

—No, esta será tu casa temporal, en poco tiempo encontrarás una familia que te adopte y pueda cuidar de ti. 

Le pedí a Keita que bajara las maletas del baúl y llevara a Alany dentro, donde la estaban esperando, pero ella no quería bajarse. 

—¡No quiero irme! —protestó—. ¡Quiero estar contigo y con mamá!

—Tu mamá ya no existe, y no tengo interés en cuidar de ti —le respondí duramente, en espera de que pudiera aceptarlo y no pusiera más resistencia. 

—En el colegio dijiste que éramos una familia y mamá dice que la familia no se abandona y se cuida. 

—No lo entiendes. De tal palo tal astilla. Eres idéntica a tu madre y no sabes lo mucho que me fastidia que te parezcas tanto a ella. No quiero tenerte cerca, solamente vas a mantener vivo su recuerdo en mi cabeza y precisamente eso quiero evitar. Quiero olvidar a tu madre, hacerme la idea de que tú y ella no existieron nunca, que solo fueron parte de una ilusión creada por mi loca mente. 

—Pero mamá y yo existimos. 

—No lo entenderías. Aún estás muy pequeña. Estás en esa etapa de negación, porque no quieres aceptar que tú mamá ya no está, pero tarde o temprano tendrás que asumirlo, así como yo también espero aceptarlo en su totalidad—bajé el cristal, llamando a Keita—. Llévatela, así sea a la fuerza. 

—Eres mala, muy mala. 

No le respondí, solo me limité a mirar para el lado contrario al suyo, escuchando sus gritos y protestas de fondo mientras Keita se la llevaba en el hombro hacia el edificio. 

No sabía si era o no la decisión correcta, pero lo único seguro es que no podía retenerla conmigo más tiempo. Yo jamás podría darle lo mismo que su madre le habría dado, además de que solo la estaría poniendo en el ojo del huracán, exponiéndola del mismo modo que expuse a su madre. 

«Ahí está tu gran problema. Nunca has experimentado el amor, ¿verdad? Porque a ti nadie te amó lo suficiente como para quedarse. Ni siquiera tu miserable familia, sí, esa que te abandonó. No tienes la menor idea de lo que significa tener a alguien a quien amar y proteger. Eres incapaz de comprender la magnitud de lo que estamos sintiendo en este momento», las palabras de Damián retumbaron en mi cabeza, como si fuera un mensaje en clave que debía descifrar, pero no entendía en lo absoluto, aun así, me llenaban de amargura. 

En medio de esa ardua lucha por comprenderme a mí misma y a lo que estaba experimentando, esa bola hizo su aparición en mi cabeza, su expresión triste cuando me rogó que no permitiera que su ex le quitara a su hija y que estaba dispuesta a lo que fuera con tal de que convencerme con ayudarla. 

—Si estuvieras aquí, deberías estar repudiándome y llamándome monstruo, ¿cierto? —suspiré. 

Fui yo quien se lo quité todo, a esa familia completa que ella anhelaba tener, a ese mugroso padre a quien amaba sobre todas las cosas, a su madre por haberla atado a mí, a sabiendas de que era peligroso estar a mi lado y ahora a ella, si la dejo sola y desamparada. 

¿No estaría haciendo lo mismo que hicieron mis padres conmigo? Yo no soy como ellos. 

—¡Espera! —le grité a Keita—. Regresa al auto a esa bola de grasa parte dos. 

Estoy cavando más y más honda mi tumba, al tener planes de asumir una responsabilidad como esa en los hombros. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora