Capítulo setenta y cuatro

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Hera

Mientras me probaba anillo tras anillo, mi atención se dividía entre las opciones de joyería y la constante revisión de mi reloj y la ubicación de Alany en tiempo real. Avery, bajo la luz brillante de la tienda, se veía incómoda, su mirada nerviosa recorría el lugar, alerta a cualquier movimiento sospechoso. Por lo visto, sí le tiene miedo al marido, aunque lo niegue.

El tiempo transcurría más lento de lo habitual, y mi preocupación por Alany crecía con cada segundo. Mi instinto protector chocaba con el deseo de darle espacio y libertad a la mujer que estaba creciendo frente a mis ojos. Era un dilema interno que me mantenía en tensión.

—Has estado probándote muchos. ¿Te has decidido por alguno?

—Te veo inquieta. ¿Temes que tu marido aparezca por aquí y te encuentre gastando su dinero con tu amante?

—Tú no eres mi amante, todavía.

—Entonces, ¿por qué no hacemos oficial nuestro vínculo de amantes? —me volví hacia la empleada de la joyería con la esperanza de encontrar algo que nos uniera a ambas—. De casualidad, ¿tienes anillos a juego?

—¿A juego? ¿Has enloquecido?

—Esa basura que llevas puesta no te queda para nada. Necesitas algo que te dé elegancia, seguridad y te traiga lindos recuerdos cada vez que lo mires. Ese anillo que traes parece más una cadena.

—Cuida tus palabras.

—Si realmente no le temes a tu marido, entonces vamos a elegir un anillo para las dos que represente la profunda e intensa relación que tendremos. ¿A poco no te excitaría coger conmigo en el auto de tu esposo, portando ese conjunto de anillos que serán comprados con su miserable dinero? No sé, siento que le daría una chispa extra a nuestro encuentro.

—Bien. De acuerdo—dijo sin más—. Espero que realmente el sexo contigo valga cada billete invertido en esta ridícula idea. 

—Oh, bolita, si vamos a calcular el valor de todo lo que puedo ofrecerte, debes prepararte mentalmente para la idea de comprar todas las joyerías de la ciudad, porque con esta solamente no sería suficiente.

—Y bien es sabido que las personas habladoras como tú, al momento de la verdad, solo son palabrerías baratas lo que pueden ofrecer.

Miré a la empleada, quien no se había siquiera movido, su rostro rojo delataba que escuchó toda nuestra conversación.

—No demore tanto, si no quiere que este lugar se convierta en nuestra habitación de Hotel.

Alany

La entrada de tres hombres al apartamento rompió el silencio que se había vuelto angustiante en la habitación. Mis ojos se fijaron en el hombre alto que parecía liderar al grupo. Vestía una camisa blanca desabotonada, irradiando una presencia ruda y dominante.

—Pourquoi as-tu amené la fille dans cette porcherie ? — ¿Por qué trajiste a la chica a esta pocilga?

De repente, presencié un golpe brutal. El puño del hombre se estrelló contra el rostro de la muda, abriendo de nuevo la herida en su labio. Sangre fresca se mezcló con la ya seca. La marca roja alrededor de su ojo mostraba la violencia del impacto. Ni siquiera podía abrir el ojo. Ella se apoyó en la pared para mantenerse en pie.

—Qui vous a donné l'ordre de la droguer ? Êtes-vous un idiot ou faites-vous semblant ? Si le test est modifié à cause de vous, vous en paierez les conséquences— ¿Quién te dio la orden de drogarla? ¿Eres imbécil o te haces? Si la prueba sale alterada por tu culpa, pagarás las consecuencias.

El francés era un idioma que no comprendía del todo, pero el tono amenazante no necesitaba traducción. Por un momento sentí lástima por ella.

El hombre se volcó hacia mí, escrutándome de arriba a abajo. Sus ojos azabaches y mirada profunda, estremecieron cada fibra de mi ser.

—Lamento profundamente lo que mi hija con cierto grado de retardación te hizo—dijo con un tono inesperadamente calmado, con cierta mezcla de pesar y disgusto.

Estaba atónita ante la extraña dinámica entre ellos y temía lo que vendría a continuación. Si era su hija y le hizo tal cosa, no podía imaginar lo que me esperaba a mí.

—Es increíble tu parecido —su mano tosca se posó en mi mentón y su rostro se aproximó al mío—. No creo en las coincidencias. Tu es la fille perdue de ma belle épouse— Tú eres la hija perdida de mi bella esposa.

—No entiendo nada de lo que dices. ¿Quién eres y qué quieres de mí?

—Su mismo carácter. No tengo dudas. Vendrás conmigo.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora