Capítulo sesenta y tres

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—¿Y a ti qué te pasa? ¿Ya no me reconoces? Bueno, con el tiempo que llevo sin pisar esta casa, puede darse el caso.

—Ve a tu habitación. Tu mamá no va a llegar todavía—miré a mi empleado para que este acatara mi orden silenciosa y la llevara con él al cuarto.

—No la esperes por mucho tiempo, mamita—el comentario de Xenia no pasó desapercibido para mí.

Cuando la niña subió las escaleras con Keita, decidí romper la tensión que se había creado tras su comentario y el constante gruñido de Aaron.

—¿Qué quisiste decir con eso?

—No te hagas la ilusa, Hera, me conoces más que nadie y sabes bien lo que quise decir. Los muertos no resucitan, ¿para qué engañarla con que su madre volverá? ¿Por qué no le pides a Aaron que nos deje a solas?

—Así que fuiste tú…

—Una vez me dijiste que si te veía perder la cabeza por otra mujer, así como lo hiciste por Juliet, lo evitara a toda costa. Solo hice lo que tú misma me pediste. ¿No te has dado cuenta? Has dejado de ser tú. ¿En serio, Hera? ¿Traerte a vivir contigo a una mujer y su hija? Odias a los niños y esa mujer te metió por todos los poros a esa niña. Tus gustos han bajado de categoría. Solo acostumbras comer migajas.

—¿Qué le hiciste?

—¿Qué crees? Le volé la cabeza, así como te ha volado la tuya, porque menuda ida de olla que has pegado.

Perdí los estribos, abalanzándome sobre ella y tumbando su cuerpo sobre la mesa de mármol estrangulándola.

—¿Vas a matarme por haberte hecho un favor? Deberías agradecerme. ¿Tienes una idea de lo difícil que fue deshacerme de esa maldita vaca?

—¿A dónde llevaste su cuerpo?

—Lo incineré y esparcí sus cenizas por la vía pública. Quizá, con suerte, aún puedas encontrar algún fragmento que puedas guardar de recuerdo—dijo vacilante.

—¡Maldita perra!

Mis pensamientos se nublaron por la furia que había desatado su burla y tomé la primera figura más cercana que había quedado sobre la mesa y la golpeé directamente en la cara, dándole un golpe detrás del otro, hasta que el material no resistió y me quedé con solo pequeños trozos de la figura. Su cuerpo inerte, su rostro bañado en sangre, totalmente desfigurado, no era suficiente para alivianar esta profunda rabia y odio que seguía latente en mi interior.

No obstante, en ese trance donde me había cegado y perdido el control, no había notado la presencia de Alany observándome desde la distancia, arriba en las escaleras. Su rostro paniqueado, sus grandes y expresivos ojos parecían dos faroles, tan asustadiza tal y como lo era su madre. Y en estos momentos para mí eran un castigo abrumador.

—Pequeña, no te asustes, ella y yo solo estábamos jugando.

¿Dónde demonios está Keita? Maldito inservible. Solo cuento con gente inútil.

Ella salió corriendo, de regreso a su habitación. Escuché cuando arrojó la puerta y dejé caer los trozos ensangrentados de cerámica, dejándome caer hacia atrás frente al sofá. Primera vez que me quedaba sin energías y sin fuerzas. La había descargado toda sobre esa desgraciada.

Anoche, a esta misma hora, la había tenido entre mis brazos. A esta misma hora, fue mía y los vivos recuerdos que me habían mantenido a la expectativa de lo que pasaría de ahora en adelante entre las dos, parecían esfumarse con el viento.

Siento que me axfisia su recuerdo. Quizá sí fue un error haberla obligado a quedarse aquí. No han pasado más que solo horas, y los espacios de esta puta casa parecen un maldito laberinto.

Subí las escaleras sin energía restante y le toqué la puerta, a lo que Keita abrió.

—Ella salió corriendo. No pude detenerla.

—No estoy para excusas, Keita.

—¡Quiero a mi mamá! —vociferó Alany desde el otro extremo de la cama.

—Yo también, pero no todo lo que se quiere se puede tener. La vida te enseñará todo eso conforme vayas creciendo. Ella no va a regresar y tú tampoco te puedes quedar aquí.

Debo darla en adopción. No puedo quedarme con esa niña. ¿Por qué nunca había notado su enorme parecido a su madre? Sus ojos, su boca, incluso su actitud. ¿Es esto parte del castigo? No estoy dispuesta a asumirlo. Me niego.

Que irónica es la vida. Tanto que luchaste en vida para quedarte con tu hija. No querías que ella te faltara, pero ahora eres tú quien le falta. ¿Y ahora qué hago yo?

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora