Capítulo treinta y seis

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Mis ojos se posaron en el doberman, que de repente mostró una agitación inusual. Sus orejas se movían como si captaran un sonido imperceptible, y su nariz se agitaba en el aire, olfateando algo que no podía percibir. Una inquietud recorrió mi espalda, y sin pensarlo, me dirigí hacia el centro de la habitación donde mi padre estaba atado a la silla y amordazado.

La expresión de pánico en el rostro de mi padre, sus ojos desesperados que se encontraron con los míos mientras ladeaba la cabeza repetidamente, me dijeron más de lo que sus palabras pudieran expresar. Quería decirme algo con urgencia, algo importante, pero la mordaza que cubría su boca se lo impedía.

Con manos temblorosas, me acerqué a él y comencé a quitarle la mordaza. Mis dedos finalmente lograron liberar su boca, y en ese momento, su voz casi sin aire se elevó en un grito desesperado.

—¡Salgan de aquí ya! —gritó mi padre, su voz llena de urgencia y terror.

El grito de mi padre fue como un martillazo en mi cabeza, y su mensaje alarmante llegó a mí en un instante. Antes de que pudiera reaccionar por completo, vi algo que sobresalía de su camiseta, era como un pedazo de cinta gris y una antena delgada que se asomaban por el botón de su camisa. Mis ojos se abrieron con horror cuando comprendí que había algo peligroso debajo de su ropa.

No tuve tiempo de reaccionar antes de que Sebastián se lanzara hacia mí, empujándome al suelo y cubriéndome con su cuerpo. La explosión llegó en un abrir y cerrar de ojos, un estruendo ensordecedor que retumbó en mis oídos y me dejó completamente sorda. La habitación se convirtió en un torbellino de caos, humo, fuego y destrucción.

Mi cuerpo fue golpeado por los escombros de concreto y metal mientras caíamos al suelo, arrastrados por el colapso del techo sobre nosotros. Sentí un dolor punzante en mi espalda y en otras partes de mi cuerpo, y mi visión se nubló. El sabor metálico de la sangre llenó mi boca.

Cuando logré recuperar un poco de lucidez en medio de la confusión, me di cuenta de que Sebastián estaba inconsciente sobre mí. Una varilla se había incrustado en su hombro, y la sangre brotaba de su boca, tiñendo mi blusa. Los escombros nos rodeaban, manteniendo nuestros cuerpos bajo una presión aterradora.

Las llamas corrosivas comenzaron a propagarse rápidamente, y su calor abrasador se sumó al infierno que nos rodeaba. Intenté mover a Sebastián, pero mi cuerpo estaba debilitado y dolorido por el golpe en la espalda y otras heridas que no podía identificar. Mis fuerzas se desvanecían rápidamente, y la oscuridad comenzó a cerrarse a mi alrededor.

Lo que más atormentaba mi mente era la condición de Sebastián. No sabía si estaba vivo o muerto bajo el peso de los escombros. Mi corazón latía con una mezcla de ansiedad y terror, y mis ojos se llenaron de lágrimas.

Recordé una conversación que habíamos tenido antes sobre la muerte y cómo le había dicho que no le perdonaría si me abandonaba. En ese momento, mi voz apenas era un susurro debido a mis heridas, aun así, con toda la desesperación que pude reunir, intenté levantar el brazo, pero fue en vano.

—Por favor, mi amor… Por favor, abre tus ojos. No me abandones también. No puedo enfrentar esto sin ti.

Mis fuerzas menguaban aceleradamente, y mi visión se volvía aún más borrosa mientras la oscuridad y el dolor me consumían. Intenté mantenerme despierta, luchando contra la inconsciencia que amenazaba con envolverme por completo, pero cada segundo hacía que se escapara de mis manos. Finalmente, perdí la batalla contra la oscuridad y me deslicé hacia un profundo y oscuro abismo de inconsciencia.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora