Capítulo sesenta y cinco

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Laia

La salud de ambos mejoraba, y el retorno a casa nos sentó bien. Sin embargo, me veía enfrentada a una tarea difícil, leerle la sentencia a Sebas. Damián nos había convocado a su casa para una reunión supuestamente importante, y sabía que la relación entre ellos estaba en su peor momento y ahí estaba yo de intermediaria. A pesar de ello, logré persuadir a Sebas para que nos presentaramos juntos, siempre y cuando estuviera de acuerdo en marcharnos tan pronto él no estuviese a gusto. Pero ¿cuándo podría sentirse a gusto? Si había algo que no cambiaba en él, era su temperamento.

Al llegar a la casa de sus padres, el ambiente se volvió tenso. Sebas dejó entrever que no estaba del todo a gusto con estar ahí, típico de él, ya ellos debían estar acostumbrados a recibir su espalda fría, pero era Juliet quien no paraba de mirarnos, como si quisiera decir algo, pero no se atreviera.

—Me alegra tanto que hayan venido. Se ven mucho mejor a la última vez que los vi en el hospital —dijo Damián, en el mismo tono amable de siempre, pero Sebas ni sé inmutó en responderle.

—Sí, estamos mucho mejor. Sebas está recibiendo sus terapias y, aunque he tenido que luchar con su terquedad, al menos ha seguido poniendo de su parte para una pronta y definitiva recuperación.

—No sé por qué le brindas tantas explicaciones. Con haberle dicho que, desafortunadamente, estamos mucho mejor de salud, hubiese sido suficiente.

Le di un codazo en el brazo sano y no hizo nada más que negar con la cabeza. ¿Qué voy a hacer con este necio?

Las puertas de la entrada se abrieron, y entraron tres hombres, uno detrás del otro. Reconocí de inmediato a los hermanos de Sebastián, los cuales había visto antes en fotos, más no en persona. El ambiente, ya tenso, empeoró notablemente. Tanto Sebas como yo pensamos que Damián y Juliet nos tendieron una trampa, especialmente Sebas, ya que ninguno de nosotros esperaba la presencia de esos tres.

Sebas se levantó, buscando su arma en el chaleco, pero le sostuve la mano, evitando que cometiera una tontería.

—No necesito de mis dos manos, con una sola me basta.

—¿Qué hacen estos hombres aquí? —le cuestioné directamente a Damián.

—Por favor, cálmense. Tus hermanos han venido en son de paz.

—¿Paz? La paz es solo para los muertos—respondió mi esposo.

—Los hemos reunido hoy aquí para aclarar nuestras diferencias y hagamos una tregua por el bienestar de todos. Somos una familia, por el amor de Dios, esta guerra debe acabarse de una vez y por todas.

—En eso únicamente concordamos, Damián, y es en que esto debe acabarse de una maldita vez.

—Sebas, no sigas revolcando el avispero. Escuchemos lo que tienen que decir. No perdemos nada. Tú y yo sabemos que esta guerra no nos llevará a ninguna parte. Hablando se entiende la gente.

—Tú misma lo dijiste; la gente, Laia. ¿Te parece que estamos rodeados de gente? Acaban de ponernos un cuatro, pero como siempre, yéndote de parte de estos dos.

—Por favor, por lo que más quieran, dialoguemos. Tu padre está dispuesto a quitarte esa responsabilidad que has cargado hasta ahora, para que puedan tener una vida tranquila, tal y como se la merecen, pero para eso se deben hacer enormes sacrificios y este es uno de ellos. Todos aquí hemos perdido y ninguno de nosotros queremos ver morir a alguien más, pudiendo evitar una desgracia más en la familia. Ya fue suficiente con mi Esteban y Henry. No quiero perder a más ninguno de mis hijos. Y cuando digo ninguno, también hablo de ti, Sebastián. Aunque nunca me hayas visto como una madre, para mí tú siempre serás mi hijo.

—¿Una vida tranquila, Sra. Juliet? Eso era justamente lo que queríamos junto a nuestra Daila, pero nos la arrebataron vilmente y ellos, aunque no estuvieron presentes esa noche, probablemente estaban al tanto.

—En eso te equivocas, cuñadita — Ethan, el hermano mayor se unió a la conversación—. Las decisiones o represalias que haya tomado nuestro difunto hermano, no tienen nada que ver con nosotros. Para nadie es un secreto que todos aquí tenemos los mismos intereses, aunque no estoy seguro si mi hermanito esté de acuerdo con ceder su parte en su totalidad. Si te soy honesto, la cabeza de mi hermanito ya no tendría ningún valor, siempre y cuando renuncie a todo, así todos felices y contentos.

Es increíble cómo este imbécil no disfraza sus verdaderas intenciones. Al mismo tiempo, si me pongo a analizar las cosas con detenimiento, nuestra única y mejor decisión que podríamos tomar, sería retirarnos de esta guerra antes que sea demasiado tarde. Si bien mi alma clamaba justicia, ya pagó quien queríamos que pagara, quizá no de la manera que anhelabamos, pero prometimos que ese sería nuestro último trabajo. Pero ¿cómo podría convencer a Sebas para que renuncie a todo por nosotros y nuestro futuro? No sé cuán importante sea esto para él, si es mucho más importante que nuestros planes y nuestra paz mental.

—¿Así que eso es todo lo que quieren y para lo que han venido? Aprecio la franqueza. ¿No te parece gracioso, mi reina? Este viejo todavía no se ha muerto y estos ya se están repartiendo entre ellos sus partes. Si hay algo que más quiero en este momento, es desligarme por completo del negocio y las responsabilidades que este implica, pero no solo eso, hay algo que deseo mucho más y que estaré compartiendo con todos ustedes. Estoy dispuesto a renunciar a convertirme en el único y legítimo heredero de la organización, no obstante, por decisión propia, elijo renunciar también a llevar el apellido Bennett y a todo vínculo o conexión que me una a todos ustedes. ¿Qué mejor manera de acabar con esto, si no es de este modo? Lo considero un trato justo, ¿no lo creen?

La sorpresa se reflejó en los rostros de quienes nos rodeaban, pero él parecía haber tomado una decisión inquebrantable. Lucía decidido, por eso no intervine.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora