Capítulo veintiséis

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—¡Estás loca! — refunfuñó mientras forcejeaba.

—Ah, claro, hablemos de locura.

—Intentaste matarnos a mi hija y a mí.

—En primer lugar, fue tu mugrosa hija la que comenzó todo esto. Además, no hubiera sido solo un intento si, por desgracia, no te hubieras salido del medio a tiempo.

La mujer intentó sobornarme, ofreciendo pagar por los daños de mi auto. Pero su oferta no me interesaba en lo más mínimo.

—Te ofrecí una sincera disculpa, pero te atreviste a atacarme verbalmente en su lugar y no solo verbal, casi nos mata. Las personas que estaban allí, fueron testigos de tu maldad. ¡Ahora suéltame! Te pagaré por los daños ocasionados y así quedaremos a mano. 

—No estoy interesada en una compensación monetaria, pues no la necesito. Podría comprarme miles de autos como este o mejores, así que te tocará pagarme de otra manera. Me has interrumpido en medio de algo importante y no sabes lo disgustada que estoy en estos momentos. Tanto así que podría destriparte y filetearte ahora mismo, usar tus miserables vísceras como adorno para opacar tu asquerosa obra, pero tampoco me sentiría satisfecha. Una mujer como tú, tan atrevida, arrogante y salvaje, debe experimentar la peor de las humillaciones — dejé que mi agarre se aflojara en su cabello, pero solo para tomarla de un brazo y bajar la mitad de su pantalón delante de la multitud que se había congregado a nuestro alrededor.

—¡Tienes serios problemas mentales! —con sus dos manos intentó subirse el pantalón, mientras yo aún permanecía con su cabello entre mis dedos.

—¿Crees que me importa que las personas nos vean o nos graben? Si la policía llega y nos encuentra en esta interesante situación, fácilmente puedo salir ilesa, en cambio tú, serías encerrada por vandalismo y exhibicionismo. Pobre de tu mocosa, será quien pague las consecuencias de los errores de su madre.

—¡A mi hija no la llames así, perra!

Sus siguientes insultos y forcejeos fueron las gotas que colmaron el vaso. La tomé por los hombros y la arrodillé frente a mí, disfrutando de su humillación. Sus manos se aferraron a mis rodillas mientras que con el firme agarre a su cabello lo usé a mi favor para restregar su rostro en la cremallera de mi pantalón.

—Ese es tu lugar, a mis pies y a la altura de mi coño. Habla con ella, tal vez a ella sí le importe escuchar tus insultos. 

—¡Maldita psicópata! —su tono y mirada llena de desdén, sobre todo, su fatiga, avivó la calentura del enojo y el disgusto, mezclándola con las fatídicas ganas de escuchar sus súplicas y convertir su arrogancia y rebeldía en lágrimas.

Hace tiempo nadie despertaba ese interés en mí. Tal vez, en gran parte, era porque nadie se había atrevido a insultarme sin temor a las consecuencias y eso me ponía extremadamente cachonda.

La levanté sobre mis hombros con una facilidad sorprendente, ignorando sus gritos de indignación y sorpresa, y la arrojé sin piedad dentro del asiento trasero de mi auto.

—Si tus intenciones desde un principio eran despertar mi interés, lo has conseguido, bola de grasa. Espero que ahora seas capaz de asumir las consecuencias por tu atrevimiento e insolencia.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora