Capítulo ocho

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Laia

Bajamos del auto con sigilo, el corazón latiendo con fuerza en anticipación. Me oculté en la sombra mientras Sebas avanzaba con prisa hacia la entrada de la oficina. Mi mente estaba en calma, centrada en la tarea que tenía por delante. Sabía que estaba armada, y la fría sensación del metal contra mi muslo me recordaba la responsabilidad que llevaba. Estaba algo incómoda por la humedad en mis bragas, pero era un recordatorio constante de nuestra entrega.

Sebastián se adentró en el edificio como una sombra, y me dirigí hacia la puerta principal, observando los alrededores con aguda atención. A pesar de la gravedad de la situación, no podía evitar sentir un atisbo de emoción. Era como si nuestro mundo hubiera cambiado, adquiriendo un tono de adrenalina que no había sentido en mucho tiempo.

Mi atención se centró en la asistente de James, que estaba sentada tras su escritorio. Sabía que ella podría ser un obstáculo, así que me moví con agilidad para sorprenderla. Un pañuelo empapado con un sedante entró en acción, y antes de que pudiera gritar, la sedación hizo efecto y cayó inconsciente. La amarré con las sogas que trajimos y la dejé en una esquina, no tenía tiempo para lidiar con ella ahora.

Mis pasos me llevaron al interior de la oficina de James. Sabía que Sebas estaría ocupándose de él. Mi corazón latía rápido y la adrenalina corría por mis venas mientras me enfrentaba a la puerta entreabierta. Entré con cautela, la pistola en alto, apuntando hacia el abogado que estaba sentado tras su escritorio. Nuestra mirada se encontró y pude ver el miedo en sus ojos.

—¿Todo bien? —me preguntó Sebas.

—Todo perfecto y de acuerdo al plan. No habrá interrupciones, mi amor— fijé la mirada en James—. Tanto tiempo sin vernos, querido James. ¿Dónde está mi madre? —le interrogué, guardando el arma al lado de mi muslo.

James trató de balbucear una respuesta, pero el brillo del cuchillo afilado de Sebastián apareció en su campo de visión. Mis labios se curvaron en una sonrisa mientras él tomaba el control de la situación. Sabía que Sebas no tendría problemas en hacer lo que fuera necesario para obtener respuestas.

—Vinimos en son de paz. Solo queremos saber dónde está ocultándose mi madre y con quién se ha aliado para hacernos la vida de cuadritos. Podemos hacer de este encuentro uno agradable y fugaz, siempre y cuando cooperes con nosotros—le dije.

James intentó parecer sereno, pero sus ojos delataron su nerviosismo. No estaba seguro de cómo jugar sus cartas, y eso solo fortalecía nuestra posición.

—No sé de qué hablas, Laia. Mi único trabajo es ayudar a una madre desesperada que quiere recuperar a su hija.

Negué con la cabeza, dejando escapar una risa fría y sarcástica.

—James, James… no juegues con nosotros. ¿Cómo podría mi madre querer “recuperar” a su hija cuando la despreció desde el principio y trató de matarla? No nos subestimes.

La tensión aumentó cuando Sebastián se unió al interrogatorio, clavando su cuchillo en el escritorio con precisión, entre los dedos de James. La amenaza implícita no necesitaba palabras, y la mirada desesperada del abogado lo decía todo.

—Te tengo una sola pregunta —dijo Sebastián con calma, su tono gélido como el acero—. Del uno al diez, ¿cuánto vale tu silencio? —una sonrisa retorcida se formó en sus labios mientras señalaba sus diez dedos.

Mi corazón latía en sintonía con el reloj del despacho, mis ojos no se apartaban del brillo del cuchillo clavado en el escritorio.

—Como abogado, debes conocer que el silencio también es una respuesta — Sebas volvió a tomar el cuchillo en sus manos, cuando James finalmente cedió ante nuestra presión, su voz temblorosa y sudorosa revelando su miedo.

—Está bien, está bien. Les diré dónde está Jackeline, pero por favor, no me hagan daño —suplicó, buscando nuestra indulgencia—. Tengo una esposa, tengo dos hijos.

Lo miré de reojo, y luego dirigí mi atención hacia Sebastián. Sabía que estábamos en un momento crítico, que nuestras decisiones podían cambiar el curso de todo. Me encontré con sus ojos, y un entendimiento silencioso pasó entre nosotros. Hice un gesto casi imperceptible, indicando que él tomara el control de la situación.

—Voy a hacer una proposición —dijo Sebastián, su voz firme—. Me dirás dónde está Jackeline, y a cambio, te dejaré ir sin ningún daño.

James asintió con rapidez, sus palabras salieron en un torrente de nerviosismo.

—Necesitamos que le envíes un mensaje a mi madre —dije con calma, mientras Sebas tomaba el cuchillo en sus manos y retrocedía, dándole espacio a James para que se levantara—. Queremos que sepas que estás cooperando con nosotros y que eso podría beneficiarte. ¿Entiendes?

James asintió con vehemencia, su alivio palpable. Nos dio una dirección y nos aseguró que no sabía con quiénes estaba aliada Jackeline, pero que parecía desesperada por recuperar a nuestra hija.

Sin embargo, antes de que James pudiera creer que sería liberado, un cambio en el ambiente lo hizo detenerse en seco. Mis pasos lentos y deliberados me llevaron a bloquear la puerta de salida. Desenfundé mi arma, apuntándola directamente a su costado.

—No tan rápido, James. Aún no hemos terminado. Había olvidado comentarte que tú serás el mensaje —mis palabras salieron frías y cortantes—. Has revelado información que necesitamos, pero eso no garantiza tu seguridad.

El terror volvió a aflorar en sus ojos, su boca abierta en un intento de balbucear algo. Antes de que pudiera reaccionar, mi dedo presionó el gatillo y el estruendo del disparo llenó la habitación. James cayó hacia atrás, inconsciente, la oscuridad cerrándose sobre él.

La tensión en el aire se disipó y solté un suspiro lento, sabiendo que habíamos tomado la decisión correcta. Mi esposo se acercó a mí con paso seguro y sentí su presencia antes de que me tocara. Me giré hacia él, y antes de que pudiera decir una sola palabra, sus labios se encontraron con los míos en un apasionado beso que me arrebató hasta el aliento. Cuando finalmente nos separamos, sus ojos ardían de emoción y deseo.

—Lo has hecho muy bien, mi diablita. No pude dejar de mirarte durante todo ese tiempo —su voz era suave, llena de admiración.

Un sentimiento cálido y reconfortante llenó mi pecho. Me agaché junto al cuerpo de James y, con manos firmes, quité el anillo de su dedo. Lo sostenía en la palma de mi mano cuando me puse de pie y me acerqué a Sebastián. Le entregué el anillo con una sonrisa traviesa.

—Hay formas de obtener un premio sin ensuciarse tanto —dije en un tono juguetón.

Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios mientras tomaba el anillo. Mordió su labio inferior con una expresión juguetona y provocadora.

—Tienes toda la razón. A veces, los premios más dulces se ganan con estrategia —respondió, deslizando el anillo en su bolsillo mientras sus ojos permanecían fijos en los míos.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora