Capítulo diecisiete

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Después de un rato de vuelo, Sebas me pidió que llevara a David a la cabina donde él estaba. Asentí y me levanté del asiento, dirigiéndome hacia donde estaba David y haciéndole señas para que me siguiera. Lo llevé a la cabina, donde Sebas estaba sentado en el asiento del piloto, y le indiqué que se sentara en una esquina, manteniendo las manos esposadas a la vista en todo momento. Ambos lo observamos atentamente mientras Sebas mantenía el control del avión.

Me senté sobre él, quedando frente a frente, algo preocupada de que hubiera dejado los controles. Mi mirada se encontró con la suya, y él me aseguró con una sonrisa tranquilizadora.

—Estamos por encima de los 400 pies de altura, diablita. No tienes de qué preocuparte, el piloto automático está activado. Solo concéntrate en mí.

Sus palabras me tranquilizaron, y sentí cómo mi corazón comenzaba a latir con más calma. Me rodeó con sus brazos y depositó suavemente besos en mi pecho, haciéndome sonreír y olvidar por un momento la tensión que habíamos vivido.

—Lo has hecho increíble —dijo, mirándome con cariño—. Eres inteligente, audaz y una auténtica guerrera. Estoy orgulloso de la mujer en la que te has convertido. Fuiste creada a mi medida.

Mi corazón se llenó de calidez al escuchar sus palabras, y mis manos buscaron su rostro, sosteniéndolo con suavidad.

—Y yo estoy orgullosa de ti, mi rey —respondí, mirándolo directamente a los ojos—. Eres valiente, astuto y el hombre más increíble que he conocido. Juntos somos invencibles, y cada día a tu lado me hace sentir afortunada.

Nuestros ojos se mantuvieron conectados, nuestras miradas hablando un lenguaje que iba más allá de las palabras. En medio de la acción y la incertidumbre, encontrábamos momentos de intimidad que nos recordaban por qué estábamos dispuestos a enfrentar cualquier desafío juntos. Las palabras bonitas se entrelazaban con los sentimientos profundos que compartíamos, fortaleciendo nuestro vínculo en medio de las circunstancias más difíciles.

—Me encanta como te queda este uniforme. Se acentúa bien a tus curvas —deslizó sus manos por mi cintura.

—Oye, no seas travieso, nos están viendo.

—¿Y eso qué? Los muertos no hablan, solo observan y sufren en silencio por lo que no pueden tener…

Ambos fijamos la mirada en David y él la desvió.

—Aún nos queda algo por hacer —Sebas levantó mi cuerpo, sosteniéndome firmemente por la cintura hasta depositarme suavemente en el asiento donde estaba sentado.

—¿Qué vas a hacer?

Sacó de su bolsillo un dispositivo parecido a un celular y se acercó a David, quien lo observaba con miedo y tembloroso. Escaneó varias zonas de su cuerpo, desde el brazo, hasta la nuca y ese dispositivo comenzó a sonar.

—Me temo que debemos intervenir contigo antes de llegar a nuestro destino —lo tomó por la nuca sin encomendarse a nadie, arrojando su cuerpo contra el suelo y presionando su espalda con la rodilla.

—¡Por favor, por lo que más quieran, no me hagan daño! —exclamó David.

—¿Qué estás haciendo, Sebas? —le pregunté al ver que estaba desenfundando su cuchillo.

—Debemos retirar el rastreador que trae en la nuca y deshacernos de el antes de aterrizar o estaremos revelando nuestra ubicación y nos estarán esperando. Era de esperarse que tuviera uno —cortó parte de la camisa en el área de la espalda y la nuca, acercando el filo a la zona que el aparato indicaba con su pitido —. Permanece quieto y coopera o el cuchillo podría desgarrar tu piel más de la cuenta, y tú no quieres eso, ¿verdad?

—¡Por favor, se los suplico, no me hagan daño! —vociferó en llanto.

—Requiero de tu asistencia aquí, diablita.

No tuve de otra que acercarme y seguir las indicaciones de Sebas de sostener la cabeza de David con firmeza mientras él hacía una tajadura que abrió varias capas de su piel e insertó sus dos dedos para remover el diminuto dispositivo. Era tan pequeño que me costaba creer que realmente se trataba de un rastreador. Su llanto y gritos resonaban en cada rincón de la cabina.

—He encontrado lo que tanto había estado buscando —usó el pedazo de camisa que había desgarrado previamente y presionó el corte para que esta absorbiera la sangre.

David se quedó en el suelo, temblando y sollozando, mientras Sebas se levantaba y salía de la cabina. Lo seguí al ver que se metió al baño y arrojó el dispositivo en el inodoro, bajando la palanca al instante.

—¿Y ahora?

—Será expulsado directamente al exterior del avión a través de unos mástiles de drenaje. Ya no representará un peligro para nosotros. Ahora podremos aterrizar en Miami sin problemas.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora