Capítulo sesenta

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Pasé saliva, desviando la mirada de esos ojos tan intensos. Es el momento de ponerla en su sitio, de pedirle que deje de jugar conmigo de esta manera, pero en estos momentos, donde mi fuerza de voluntad fue puesta a prueba, había fallando en el intento. Es difícil, más bien, imposible, competir con la fuerza y ferocidad que irradiaba de sus bellos ojos. 

Hundió su rostro en mi cuello, besando suavemente mi piel en dirección a mi hombro y mordí instintivamente mis labios, en el intento de no demostrarle el escalofrío que ese simple acto había provocado en mí. 

Me repetía a mí misma que mis reacciones solo eran producto del tiempo que había transcurrido desde la última vez que tuve sexo, pero definitivamente se trataba de algo más; algo que iba más allá de mi comprensión. 

Se sentía como si mi cuerpo entero anhelara sus besos y caricias. Cuando llegó a mi boca comprobé lo evidente y es que estaba perdida, entregada irremediablemente a esa mujer tan atrevida y vulgar que ha puesto mi mundo de cabeza y que odiaba a muerte reconocerlo. 

Sus besos pura pasión y fuego corrosivo que se extendía a través de cada fibra de mi ser. Sus labios tan suaves, su saliva tan adictiva, su lengua traviesa, esa que se enredaba con la mía en una danza feroz llena de lujuria, absolutamente todo lo que experimentaba con esta mujer era nuevo para mí. Desconocía lo que era que me besaran tan desenfrenadamente y con deseo, que me hicieran vibrar sin tocarme. 

Levantó mi blusa, dejando expuestos mis erectos pezones. Frecuentemente utiliza sobrenombres donde enmarca mi sobrepeso, aunque extrañamente, jamás me he sentido ofendida cuando lo hace, su tono y única forma de decirlo, lo hace ver como si solo lo dijera para entretenerse con mi reacción, no de un modo despectivo u ofensivo. Las inseguridades que Omar sembró en mí, la figura que tanto he repudiado al verme al espejo, por no ser ni la mitad de lo que era antes, dejan de ser relevantes y desaparecen instantáneamente cada vez que su mirada recorre mi desnudez. 

El embarazo, los malos hábitos alimenticios, la falta de amor propio han transformado mi cuerpo en lo que es ahora. Las cicatrices de lucha, las llevo con orgullo, aunque internamente y en los momentos más vulnerables de mi existencia, me han causado un sinnúmero de reproches y ola de odio conmigo misma. Estoy lejos de ser perfecta o de tener el cuerpo perfecto, pero cuando me veo reflejada en sus ojos, siento que eso que he llamado defectos, para ella es todo lo contrario. 

—Veo que estas enormes pechugas me han extrañado mucho —tocó la punta de mis pezones con la yema de sus dedos, haciendo giros lentos en espiral, luego extendiéndose por el resto de la zona y los alrededores, dibujando pequeños círculos y desencadenando miles de sensaciones que, poco a poco, fueron humedeciendo mis bragas—. También he echado de menos su sabor en mi boca y lo emocionados que se ponen por mí. 

Su lengua hizo su aparición triunfal. Lamió mis pezones, dando lengüetazos intermitentes unas veces delicadamente y otras con más intensidad, sin dejar de masajear mis pechos a la par entre sus firmes manos.

Lentamente fue elevando el ritmo y la magnitud, dando pequeños mordiscos, chupando, lamiendo y succionando en toda la superficie con cadencia y suavidad. 

Su mano izquierda se deslizó por el valle de mis pechos en dirección al pantalón de mi pijama y se escabulló entre mi ropa interior y el monte de Venus. 

—¿Te preparaste para mí? Entonces, ¿mi bolita traviesa ya había premeditado que esto pasaría? Es una lástima, esperaba conocer a la Pelusa, supongo que será en otra ocasión. 

Me bajó por ambos extremos el pantalón de mi pijama, llevando consigo arrastrada mi ropa interior, arrojándolo todo distante nuestro. 

—Qué delicioso postre estoy a punto de degustar. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora