Capítulo veinte

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Laia

Mientras nos asegurábamos de que Lorena yacía sin vida en su vehículo, me asaltaron varias preguntas sobre los síntomas que presentó antes de su muerte. Miré a Sebas, esperando que él pudiera acabar con mi curiosidad, después de todo, fue él quien había planeado todo meticulosamente.

—¿Qué hace exactamente el Sarín en el sistema de alguien?

Sebas se tomó un momento para explicarme.

—El Sarín es un veneno mortal, diablita. Causa una serie de síntomas graves. Comienza con mareos y náuseas, seguidos de una sudoración excesiva. Luego, la falta de aire y la opresión en el pecho se vuelven insoportables. Finalmente, llega la parálisis muscular, que hace que la víctima se sienta completamente impotente mientras su cuerpo se apaga.

Ahora lo entiendo, por eso en su mirada noté su desespero.

—Una menos. Pero esta es solo la primera batalla en una larga guerra. Tenemos que ser cautelosos y mantenernos alerta. Esto apenas comienza.

Él tiene razón. Nuestra búsqueda de venganza estaba lejos de terminar.

[...]


Tras deshacernos de la camioneta utilizada en la embestida, optamos por una motocicleta negra. Era la primera vez que me subía a una moto y, a pesar de mis nervios iniciales, pronto me encontré disfrutando de la experiencia de una manera que nunca imaginé.

El casco me proporcionaba una sensación de seguridad, aunque tenía los ojos descubiertos para apreciar plenamente el camino y la vista. Estábamos a alta velocidad, y sentir el viento en mi rostro mientras me aferraba a Sebastián era una experiencia completamente nueva. Era como si el mundo se redujera a nosotros dos en ese momento, una complicidad íntima que solo compartíamos en la carretera.

Mientras la moto rugía bajo nosotros, no pude evitar decirlo en voz alta, mis palabras se perdieron en el viento pero sabía que él podía oírme.

—¡Te amo, Sebas! —grité, sintiendo la adrenalina recorrerme mientras nuestras vidas pasaban velozmente a nuestro alrededor.

Mi corazón latía al ritmo del motor.

—Nada ni nadie va a cambiar eso, jamás. Gracias por traer esta felicidad, esta emoción a mi vida. Me haces sentir que estar aquí tiene sentido, siempre y cuando estés a mi lado.

Apoyé mi cabeza en su espalda, aferrándome con fuerza a cada momento especial que compartimos juntos. Hemos decidido vivir cada día como si fuera el último. Para ser honesta, incluso si mi vida se apagase en estos momentos, no puedo negar que he vivido al máximo, que he sido la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.

Cuando nos detuvimos en el semáforo en rojo, sentí la mano de Sebas acariciar suavemente mi muslo. Fue un gesto cariñoso que me hizo sonreír, a pesar de todo lo que había pasado.

Sin embargo, nuestra tranquilidad se vio interrumpida cuando un lujoso auto deportivo azul marino se detuvo a nuestro lado. Kiran bajó la ventanilla, con la típica actitud vacilante de siempre.

—Qué buena vida, ¿no? — comentó con sarcasmo—. ¿Por esto han estado tan perdidos?

Sebastián intentó ignorarlo, pero yo solo lo miré en silencio, esperando a ver qué tenía que decir. Kiran no tardó en expresar su molestia.

—¿Hasta cuándo seguirás reservándote las cosas, pendejo? —preguntó con un tono de reproche—. ¿Estoy pintado en la puta pared o qué? Pensé que más que tu primo, me considerabas un hermano, un confidente, alguien en quien confiar, pero por lo visto, me equivoqué. ¿Cuándo planeabas contarme lo que pasó con tu hija?

Sebastián pisó el acelerador con fuerza, haciendo rugir el motor de la moto y quemando las llantas en la carretera. Era su manera de demostrar que no estaba dispuesto a hablar del tema. Pero Kiran continuó con su reclamo.

—Entonces, ¿así piensas solucionar las cosas? ¿Haciéndote el de la vista larga y los oídos sordos? Perfecto.

La luz del semáforo cambió a verde, y tanto Sebastián como Kiran aceleraron al mismo tiempo, desatando una emocionante carrera por la carretera. La adrenalina empezó a correr por mis venas mientras la carretera se extendía ante nosotros.

El viento me azotaba el rostro mientras la moto rugía en aceleración, y podía sentir el latido acelerado de Sebas bajo mis brazos. A mi lado, el auto deportivo de Kiran aceleraba con fuerza, su motor rugiendo en respuesta.

Las luces de los otros autos se volvieron borrosas mientras competíamos en velocidad. El pulso en mi garganta se aceleró, y mi corazón latía al ritmo de la velocidad. La carretera se convertía en una franja borrosa de asfalto a medida que nos esforzábamos al máximo.

Finalmente, Sebas logró ganar la carrera, y la moto se detuvo en un lugar bajo un puente con poco tráfico. Kiran salió de su auto y se acercó a Sebastián, mirándolo con intensidad. Era evidente que, a pesar de su peculiar relación, había un profundo afecto entre los dos.

Kiran le dio un fuerte empujón en el pecho a Sebastián tan pronto como lo vio bajarse de la moto, expresando su frustración por no haberle contado lo que había sucedido. Ambos compartían un fuerte carácter y, aunque a veces se trataban de manera brusca, sabía que había un lazo inquebrantable entre ellos.

—Te lo he dicho muchas veces, cabrón. Tus enemigos son los míos. Dime, ¿quiénes fueron? Quiero nombres. Cualquiera que se meta con mi familia, no verá la luz del día. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora