La noche se volvía más densa mientras avanzábamos por la carretera peligrosa que nos habíamos atrevido a elegir. Las montañas rodeaban el camino y cada curva cerrada era un recordatorio constante de la peligrosidad que nos rodeaba.
La grúa continuaba arrastrando el auto, mientras observaba a mi madre por el espejo retrovisor. Su intento de retomar el control se volvía cada vez más evidente, pero los seguros que había activado me daban la ventaja. Aprovechaba la confusión para comunicarme con Sebastián a través del auricular, manteniéndonos coordinados en cada giro y curva.
Las luces de los faros iluminaban las curvas cerradas que se extendían frente a nosotros. Mi concentración era total, ajustando el volante con precisión milimétrica en cada movimiento. Las ruedas crujían contra el asfalto, y la grúa seguía su camino, arrastrando el auto en una danza peligrosa.
El viento aullaba a través de las ventanas, y el rugido del motor resonaba en mis oídos. El tiempo parecía estirarse mientras avanzábamos por la carretera desafiante. No había vuelta atrás, no podíamos detenernos ahora.
—¿En esto te han convertido, Laia? ¿A dónde piensan llevarme? ¿Cuál es tu siguiente movida? ¿Vas a caer tan bajo como para matar a tu propia madre? Ese hombre te ha llevado por el mismo camino de la perdición. El único consejo que como madre puedo darte, es que te alejes a tiempo o vas a sufrir mucho, porque lo que le espera a él, también te arrastrará a ti.
El tono de su voz estaba cargado de desprecio y veneno, pero yo no iba a permitir que sus palabras me quebraran. La miré con ojos firmes, desafiante, a pesar del nudo en mi garganta.
—¿No crees que es muy tarde para jugar a la buena madre que da consejos? Cuando más los necesité, nunca estuviste disponible para mí. Para ti los negocios, tu trabajo, tus amigas, tus lujos, siempre han estado por encima de tu propia hija.
Cada palabra que salía de mi boca estaba impregnada de la amargura acumulada a lo largo de los años. No podía ignorar el resentimiento que había cultivado durante tanto tiempo.
—¿Esa ha sido tu venganza? ¿Adoptar a ese parásito que jamás debió nacer?
Su desdén no me sorprendió, pero aun así, me dolió profundamente. Me armé de valor, luchando contra la furia que bullía en mi interior.
—Lo que viviste en manos de Max fue un infierno, no me cabe duda. Ninguna persona merece pasar por algo así, pero esa bebé no tiene la culpa. Ella no pidió nacer, aun así, ya está aquí y no es justo que quieras desquitar con ella tus traumas y frustraciones.
Mis palabras salieron con firmeza, en un intento de hacerle entender mi punto de vista. La carretera sinuosa se extendía ante nosotros, como un reflejo de las curvas y giros en nuestras emociones.
—¿Cómo has podido hacer algo así? ¿Cómo has podido traicionar a tu propia madre de esta manera?
—No es una traición, madre. Fue una elección que hice para proteger a mi hermana. No merece pagar por los pecados de su origen. Merece una vida llena de amor y cuidado, algo que tú no estás dispuesta a brindarle. Y hasta cierto punto, lo entiendo, pero si tú eres incapaz de darle lo que merece, ¿qué te cuesta dejarnos en paz y permitir que ella sea feliz a nuestro lado y lejos de ti?
—Sobre mi cadáver.
La tensión entre nosotras se intensificaba con cada palabra intercambiada.
—Esa es tu elección y yo la respeto. No puedo cambiar lo que te pasó, pero puedo hacer lo posible por brindarle a esa bebé una vida mejor. No voy a permitir que cargue con el peso de tu odio y amargura, siendo perseguida eternamente por una sombra egoísta y malvada como la tuya. Así me toque ensuciarme las manos con mi propia sangre, estoy dispuesta a hacerlo sin dudar.
—Esta noche, no solo te vas a quedar sin madre, sino también sin un propósito. Tú y tu esposo pueden creer que son tan astutos, pero no se dieron cuenta de que cada paso que han dado estaba dentro de mi plan. Sabía que el objetivo de ustedes sería sacarme del medio para evitar lo inevitable, pero eso me brindó la oportunidad perfecta para asegurarme de que esta noche, finalmente, esa bebé se reúna con ese desgraciado. Mi influencia llega mucho más lejos de lo que jamás podrían imaginar.
Cada elección que habíamos hecho, cada paso que habíamos tomado, todo estaba dentro de su mente fría y calculadora. Mis manos apretaron el volante, la carretera peligrosa parecía una metáfora de nuestra situación, llena de giros inesperados y desafíos imprevistos.
—¿Influencias? ¿Crees que somos tan idiotas como para no saber que estás aliada con los enemigos de mi esposo?
—Con más razón deberías seguir mi consejo.
—Jamás permitiré que le hagan daño a mi familia. Te has aliado con esa gentuza, y ellos, al igual que tú, pagarán las consecuencias.
Sentí un movimiento rápido en el asiento trasero y giré la mirada solo para ver a mi madre desenfundando un arma y apuntándome. El temor se apoderó de mí, pero no podía permitir que ese sentimiento me paralizara. Mi instinto de supervivencia entró en acción y, sin pensarlo, intenté arrebatarle el arma.
La lucha fue intensa y desesperada. Forcejeamos en el interior del auto mientras la carretera continuaba deslizándose bajo nosotros. Mi corazón latía con fuerza mientras luchaba por controlar el arma y evitar que ella pudiera usarla en mi contra. Finalmente, un golpe inesperado hizo que la pistola se deslizara de sus manos y cayera al suelo del auto.
En ese momento, una voz urgente resonó en mi auricular. Era Sebastián, advirtiéndome que iba a soltar el agarre de la grúa y que debía saltar del vehículo. Sus palabras me impulsaron a la acción, sobre todo, el haber sentido el viaje que cogió el auto al haber sido soltado. Intenté abrir la puerta trasera, pero recordé que la había cerrado desde el asiento del conductor, por lo que cuando intenté desbloquearla, el seguro no respondió. Mi madre me agarró con fuerza, sus uñas clavándose en mi piel, mientras su voz resonaba con un tono macabro.
—Vamos a irnos juntas, Laia.
Mi corazón latía con desesperación mientras luchaba por liberarme de su agarre. La situación era crítica y el tiempo se agotaba. Fue entonces cuando escuché el sonido de un disparo y el cristal trasero del auto estalló en pedazos, cayendo sobre nosotras. La sorpresa me inundó mientras el viento aullante ingresaba al vehículo.
—¡Eso jamás! —reuní las últimas fuerzas que me quedaban en ese puño que le proporcioné en el rostro.
Sin más opciones, mi cuerpo se lanzó a la carretera, la sensación de caída libre me envolvió en un torbellino de emociones. El viento aullaba en mis oídos mientras giraba y revolvía en el aire como una hoja arrastrada por una corriente tumultuosa.
Rodé y giré, sintiendo cómo cada impacto se arremolinaba en mi cuerpo. La carretera áspera raspó mi piel y ropa, pero la adrenalina en mi sistema me mantuvo en movimiento.
Miré hacia atrás, viendo cómo el auto de mi madre caía al vacío, sin tener siquiera oportunidad de haberse lanzado. Un rugido ensordecedor llenó el aire, seguido por un estallido atronador que pareció sacudir la tierra misma.
Me levanté con dificultad, asomándome con cuidado y miré hacia abajo, donde el auto y mi madre habían desaparecido en una nube de fuego y humo. La mezcla de emociones era abrumadora: alivio, culpa y tristeza se entrelazaban en mi pecho. Yo no quería que las cosas terminaran así, pero ella no me dio elección.
Sebastián se materializó a mi lado, su rostro reflejando la preocupación y el alivio. Sus palabras se perdieron en el rugido del viento y el eco de la segunda explosión. Nos abrazamos en silencio, encontrando consuelo en el calor y la cercanía del otro.
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Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)
RomanceDecidir entre el amor y la razón nunca ha sido fácil, pero la decisión se complica mucho más cuando se tiene una serpiente al lado endulzándote el oído... Créditos a @Meganherzart por esta hermosa portada. ♥️