Capítulo setenta y dos

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Alany

Estaba sentada junto a mis compañeras en el restaurante japonés que elegimos visitar, pero mi mente estaba en otra parte. Cada bocado se volvía un esfuerzo, y las risas a mi alrededor sonaban lejanas. Culpa y frustración se mezclaban en mi interior, pensando en cómo mi tía me había rechazado sin considerar mis verdaderos sentimientos.

Me martirizaba internamente por mi parecido con mamá, como si eso fuera un obstáculo insalvable. Si tan solo pudiera librarme de esa sombra constante, tal vez Hera podría verme como la mujer que realmente soy. La presencia constante de mamá en su mente me hacía invisible, como si mi verdadero ser no pudiera traspasar la barrera que ella misma construía. ¿Estaba siendo egoísta? ¿Realmente debía rendirme sin siquiera luchar?

Mientras mis amigas disfrutaban del momento, yo luchaba con mis pensamientos, preguntándome si alguna vez podría romper esa conexión inevitable con mi madre y ser vista por ella como lo que soy y no como una sombra del pasado que no puede dejar atrás.

La atmósfera se llenó de tensión cuando escuchamos el golpeteo en la puerta corrediza. Susy, con su usual desenvoltura, anunció la llegada de la segunda ronda de tragos y se arrastró hacia la puerta para quitarle el seguro. El sonido sordo de un disparo resonó en la habitación, y el uniforme blanco de mi amiga se tiñó instantáneamente de rojo.

En cámara lenta, vi el cañón largo de un silenciador asomándose por la puerta, seguido de la silueta de una mujer vestida de negro con lentes oscuros. Su cabello negro y largo estaba recogido en una coleta. Mi reacción quedó congelada por el miedo cuando la mujer disparó a mis dos amigas con una frialdad que heló mi sangre. Retrocedí arrastrándome por el suelo, sin perder de vista a la asesina.

Con sorprendente normalidad, la mujer guardó el arma en su pantalón y se acercó a mí. Inclinándose, se quitó los lentes y nuestras miradas se cruzaron. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al darme cuenta de que ella no vino por casualidad; vino por mí. Sus ojos sin emociones me robaron el aliento mientras me sumía en el horror que me provocaba no solo el tener a esa mujer frente a frente, sino el ver los cuerpos inertes de mis amigas.

Sentí un ardor punzante en mi mano después de conectar con el rostro de la mujer. La sangre brotaba de su labio partido, pero no mostraba ni el más mínimo signo de dolor. Mi intento de escapar se vio frustrado cuando, con una velocidad sorprendente, ella bloqueó mi paso. El miedo me impulsó a luchar, y mis extremidades respondieron con un codazo y una patada desesperada.

Sin embargo, mi resistencia fue efímera. La mujer, sin perder la compostura, soltó un pañuelo negro impregnado de un olor penetrante. La mezcla de desesperación y confusión se apoderó de mí al inhalar aquel aroma. Mis párpados se volvieron pesados, mi cuerpo se debilitó y mis intentos de defenderme se volvieron borrosos.

Aunque traté de arrastrarme hacia la puerta corrediza, mis piernas se negaban a responder adecuadamente. La mujer, con eficiencia, me levantó y me cargó sobre su hombro. Con la visión nublada y las fuerzas menguadas, sentí mi cuerpo colgando, impotente, mientras el pasillo que representaba mi única esperanza de escape se alejaba en la distancia.

Mi mente luchaba contra la confusión y, aunque mi visión permanecía borrosa, lograba percibir los movimientos a mi alrededor en cámara lenta. Sentí el asiento trasero de una camioneta recibiendo mi cuerpo.

Con mi mano cansada, busqué torpemente en el bolsillo de mi pantalón la conexión con mi celular, pero el frío tacto del metal no respondió a mi búsqueda. Intenté sentarme, pero la mirada de la mujer que me custodiaba desalentó cualquier intento de movimiento.

¿Por qué me estaban secuestrando? Un temor palpable se apoderó de mí al considerar las posibles respuestas. Mis lágrimas, testigos silenciosos de la angustia, recorrían mi mejilla mientras mi mente temía lo que vendría a continuación, con la fresca memoria de lo sucedido a mis amigas aún atormentándome.

[...]

A medida que la mujer avanzaba conmigo en brazos hacia un edificio de apartamentos desolado, la sensación de soledad se intensificaba. En sus brazos me sentía vulnerable, como una princesa sin esperanza. Subió las escaleras con pasos decididos, y al llegar al apartamento, mi cuerpo fue bruscamente acribillado contra la puerta en un gesto violento.

El interior del lugar confirmaba la desolación que se veía desde afuera. Casi vacío, sucio y deprimente, era un rincón que parecía inhabitado por nadie en su sano juicio. La mujer, sin decir palabra, me depositó en un asiento feo y sucio. A pesar de mi debilidad y mareos, mi voz se alzó con preguntas directas sobre por qué me había traído a este lugar.

La mujer permaneció en silencio, su mirada inmutable desde una esquina. Frustrada, la interpelé más directamente, cuestionando si acaso era muda o por qué se negaba a responder. Sin inmutarse, se dirigió hacia la cocina y trajo una caja que depositó en el mismo sofá viejo. Al abrirla, reveló agujas y tubos vacíos de sangre.

Sin ningún tipo de cuidado, tomó mi brazo, pero instintivamente intenté retirárselo, buscando respuestas en su mirada. No sabía qué tramaba y mi temor aumentaba. Volvió a sujetar mi brazo con fuerza, extendiéndolo como si fuera una presa, y no pude evitar soltar un quejido de incomodidad. Mis ojos la imploraban por una explicación que aún no llegaba.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¿Para qué son esas agujas?

Me hizo un torniquete con una cinta y tomó una muestra de mi sangre. Al finalizar, escuché un toque en la puerta y, para mi sorpresa, un señor entró como si nada, como si fuera un aliado de esa mujer.

—¿Así que esta es la chica? Definitivamente se ve mejor en persona. El jefe te manda a decir que te quedes con ella mientras nos entregan los resultados. Dependiendo de lo que arrojen, tendrás nuevas órdenes. Mantén entretenida a nuestra invitada en lo que mejor sabes hacer; hablar —dijo el hombre con sarcasmo, dejándome aún más confundida.

Su risa resonó en el desolado apartamento mientras se llevaba la muestra que ella había tomado de mi sangre.

Ella se quitó el traje, revelando su camisa negra de manga larga. Subió las mangas hasta el codo y se apoyó casualmente en la pared, mientras se tocaba el labio partido con la yema de sus dedos. Su mirada penetrante se posó en mí, sumiéndome en un incómodo silencio.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora