Capítulo sesenta y seis

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—¡Qué conmovedor! Cómo el amor cambia hasta a la manzana más podrida— Ethan habló por sus otros dos hermanos.

—¿Qué estás diciendo? Tú eres mi hijo.

—Aún no les he dicho la mejor parte—cada palabra de Sebas resonaba en la habitación, creando un silencio incómodo entre los presentes. 

Lo miré, buscando algún indicio de sus intenciones, porque todo sonaba demasiado extraño para ser verdad. Aunque no sabía qué se traía entre manos, seguí su plomo, manteniendo mi expresión imperturbable.

—Como buen hombre de palabra, solo me resta decir que cumpliré fielmente con lo antes dicho, declarándome oficialmente un enemigo más de la familia Bennett.

El sonido metálico de la palabra "enemigo" resonó en la habitación, creando una pausa tensa antes de que el estruendo de disparos llenara el aire. Me agarré al brazo de Sebastián, instintivamente arrastrada hacia la protección de un mueble cercano.

La sala se llenó de caos, con balas zumbando peligrosamente a nuestro alrededor. Juliet y Damián, en un intento de calmar la situación, nos suplicaban que nos detuviéramos desde su posición resguardada. Sebastián, sin embargo, ya había tomado una decisión, la misma que decidí apoyar.

—Bajo ninguna circunstancia podemos permitir que se escapen—me advirtió en un tono firme, mientras sostenía su arma.

Estaba claro que esta oportunidad no se presentaría dos veces, por eso asentí en silencio, apoyando a mi esposo en la confrontación que se había desatado.

Las ráfagas de disparos y el olor acre del humo llenaron el ambiente. Los hermanos de Sebas se movían con agilidad, pero él, a pesar de su brazo enyesado, dejó malherido a uno de ellos. La sala se iluminó con el destello del disparo, y el hermano cayó al suelo. Su buena puntería era una de las tantas cosas que admiraba de él.

La gravedad de la herida se reflejaba en el rostro contorsionado del hermano, mientras la sangre se esparcía como una marea oscura en el suelo. El silencio que siguió al disparo contrastó brutalmente con la situación.

Mis ojos se encontraron con los de Juliet, cuya expresión de horror desgarró la sala. El sonido de su grito se mezcló con la intensidad de la batalla, creando un crescendo de desesperación.

En ellos notamos que planeaban encontrar una oportunidad para retirarse. Era evidente que no querían terminar como el inútil de su hermano, pero ya era muy tarde para retractarse. Esta guerra no se iba a terminar hasta que fueran ellos o nosotros quienes cayéramos, y claramente esos no seríamos nosotros.

Nos lanzamos sobre ellos con una sincronización perfecta, saltando el mueble que nos separaba. Sebas, a pesar de su brazo enyesado, desarmó a su hermano con un movimiento preciso y rompiéndole la jeta con su codo.

Mientras tanto, Athan, intentando desesperadamente nivelar el campo de juego, tras haberse quedado inútilmente sin munición, extrajo una navaja de su chaleco. En un instante de brutalidad, hizo un corte superficial en mi brazo. El dolor agudo me invadió, pero no vacilé. Respondí con un ataque fulminante.

Con destreza, usando a favor mi agilidad y rapidez, enterré la navaja en su pierna cerca de la rodilla. Un gruñido de dolor escapó de sus labios mientras caía al suelo.

—Oh, cosita, ¿tu mediocre orgullo ha sido herido por una mujer?

Mis ojos se encontraron con los de Sebas mientras levantaba el arma y le apuntaba a Adrián, quien yacía en el suelo y a sus pies. La tensión en el aire era palpable, pero en ese preciso instante, dos detonaciones resonaron, atrayendo nuestra atención hacia Juliet.

Era ella, sosteniendo el arma y apuntándonos. Un nudo se formó en mi garganta al ver sus manos temblorosas y las lágrimas que surcaban sus mejillas.

—Baja esa arma, Sebastián. No me obligues a disparar. 

—Una vez te advertí que así como me tocó enterrar con dolor a mi hija, a ti también te tocaría enterrar a cada uno de tus hijos. Y si algo puedo asegurarte, es que siempre he sido un hombre de palabra.

De un movimiento rápido y preciso, Sebas les disparó a sus hermanos en la cabeza, sin encomendarse a nadie o vacilar, salpicando el sofá y todo lo que estaba cerca con su sangre tras los balazos.

El impacto hizo que Juliet perdiera las fuerzas y cayera de rodillas, temblando y sollozando, mientras Damián buscaba la forma de consolarla y apartaba el arma de sus manos. Los pasos de Sebas eran pausados mientras se acercaba a ellos.

—Más que todo esto y lo que me has ofrecido, me debes. Y solo por esa cuenta impagable, te daré una oportunidad de probar tu suerte.

En ese momento crucial, le apuntó con el arma directamente a la frente. Pude sentir el silencio asfixiante que se apoderaba de la habitación, cada segundo se estiraba como un elástico a punto de romperse. Los ojos de Damián, llenos de una mezcla de tristeza y resignación, se encontraron con los de su hijo.

Sebastián sonrió, con esa sonrisa que guardaba un trasfondo oscuro y peligroso. Es como si el tiempo se detuviera, y podía percibir el miedo palpable en el aire. La respiración entrecortada y el silencio roto solo por los sollozos de Juliet creaban una sinfonía de desesperación.

Entonces, con una frialdad calculada, Sebastián tiró del gatillo. El clic se expandió como un eco ominoso, pero el arma no disparó.

—¡Enhorabuena! La suerte está de tu lado, viejo —soltó el arma, caminando nuevamente hacia donde me encontraba—. La reunión ha terminado. Es momento de partir a casa, princesa.

Sebastián siempre ha llevado un conteo de cada bala que dispara. Es una de las cosas básicas que me enseñó. ¿Podría ser que muy en el fondo, nunca estuvo en sus planes matar a Damián? Si lo hubiese querido hacer, bajo todo pronóstico, lo habría hecho. Aún en estas circunstancias, su orgullo sigue latente. Creo que soy la única que lo conoce lo suficientemente ahora, como para darme cuenta del gran hombre que se oculta debajo de esa coraza de acero.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora