Capítulo treinta y cuatro

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Laia

Sebastián y yo compartíamos un momento íntimo cuando mi teléfono comenzó a sonar. En la pantalla, vi el nombre de mi padre y decidí responder. Sin embargo, en cuanto escuché su voz temblorosa y agitada, supe que algo andaba mal.

Él me instó a colgar, y luego la voz de otro hombre se unió a la llamada, una voz que reconocí tras haberla escuchado anteriormente en los vídeos tomados por las cámaras de la casa de seguridad de Henry.

—Tu hija es una verdadera ingrata —dijo el hombre con desprecio.

Miré a Sebastián y puse la llamada en altavoz, sintiendo una mezcla de ansiedad y enojo. Nos habíamos distanciado de nuestra familia, especialmente de mi padre, después de lo sucedido con mi hija. No encontraba cómo darle la cara a mi padre para contarle lo que había sucedido. Después de todo, él era locura con Daila. Pensé también que alejándonos sería la mejor manera de protegerlo de esta guerra que se ha desatado, pero definitivamente nadie está exento.

—Laia, un nombre cuyo significado denota dulzura y delicadeza... Me parece que de todo eso lo único que tienes es el nombre.

—¿Cuál es el verdadero propósito de esta llamada? Ah, permíteme adivinar… Están usando a mi padre de señuelo porque ha sido el último recurso al que tuvieron que acudir tras ser tan inútiles como para idear un buen plan y tener éxito. Me temo que les faltó investigar un poco más. Mi verdadero y único padre fue asesinado hace mucho tiempo y se llamaba Bruno Husman. Si ese viejo que tienes bajo tu control fue lo suficientemente estúpido para dejarse atrapar por ustedes, significa que no es digno de que mueva un solo dedo por él. Siéntanse libres de hacer con él lo que quieran. Sin nada más que decir; nos veremos pronto las caras —colgué la llamada, sin permitir que tuviera oportunidad de responder.

—¿Verdaderamente no harás nada al respecto? —indagó curioso.

—¿Te parece que voy a entregarme en bandeja de plata a esos desgraciados?

—Te conozco lo suficiente como para saber que ya has trazado un plan en tu cabeza. Dudo mucho que mi diablita se quiera quedar de brazos cruzados. Ese viejo nos acaba de complicar las cosas. Ni para protegerse sirve.

—Tú le pusiste un rastreador al reloj que le regalé en su cumpleaños. Lo que encontré demasiado paranoico y posesivo de tu parte en el pasado, ahora nos podría salvar el pellejo. ¿Quién lo diría? Lo hiciste con el propósito de mantenerlo vigilado por si trataba de apartarme de ti —sonreí, negando con la cabeza—. ¿Me has puesto uno también? ¿Tal vez en este anillo? —lo dije en modo de broma, pero la mirada que me dedicó y su silencio me hizo dar cuenta de que parecía más un hecho.

—No perdamos más tiempo, nos cogerá tarde — se levantó de la cama, evadiendo mi pregunta.

—No me jodas, Sebas. ¿Realmente lo tiene?

—Te entregué ese anillo como símbolo y muestra de mi amor y compromiso. Te prometí que a donde quiera que vayas, yo iré contigo…

—Estás mejorando en eso de endulzar las palabras y mis oídos para que no te regañe por haber hecho algo así a mis espaldas. ¿Sabes qué es lo peor? Que lo logras. Dices esas cosas y haces que, aunque intente molestarme contigo, el enojo simplemente desaparezca —suspiré levantándome de la cama y acercándome a él —. Maldita sea, Sebas, ¿qué demonios me hiciste para enamorarme y derretirme con cada cosa que dices o haces? —acaricié su mejilla, plasmando un delicado beso en su barbilla—. Sea lo que hayas hecho, síguelo haciendo, por favor.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora