Capítulo treinta y nueve

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Hera

Desde mi posición, en lo alto del muro, observé los alrededores de la mansión de Henry. A través de los binoculares, escudriñé cada detalle del perímetro. En esta fría noche, la mansión parecía un bastión vigilado por sus fieles guardianes. Mi entrenamiento y mi experiencia me habían convertido en una sombra en la oscuridad, una intrusa invisible.

Conté al menos diez guardias visibles, con sus uniformes oscuros y armas al alcance. Damián no se equivocó. Había cámaras de seguridad estratégicamente ubicadas y sistemas de alarma en las ventanas y puertas. Pero yo ya había planeado mi entrada y estaba a punto de ejecutarla.

Mi mirada se desvió hacia el agujero que había hecho en el muro. Aaron esperaba mis órdenes, tranquilo y paciente como siempre. Sabía que estaba listo para su parte en la misión. Llevaba una pequeña cámara en su collar que transmitiría imágenes en tiempo real a mi reloj. Mi nerviosismo era inexistente, solo un pulso firme y la mente enfocada en la tarea.

Aaron se deslizó a través del agujero que había hecho en el muro y se tendió entre el matorral, con su mirada alerta hacia los guardias que patrullaban la mansión. Sabía que podía confiar en él para mantenerse en silencio y no atraer la atención.

Aprovechando esa distracción, salté el muro y me dirigí a una zona ciega, donde las cámaras no podían captar mis movimientos. Mi reloj estaba listo para intervenir en el sistema de seguridad en el momento adecuado.

Con precisión quirúrgica, saqué la cortadora portátil de la mochila y comencé a trabajar en el vidrio de la ventana. El tiempo era esencial, y debía hacerlo en silencio y con rapidez. Mientras mis manos expertas manejaban la herramienta, mi vista se alternaba entre la ventana y las imágenes en tiempo real que mostraba mi reloj. Cada segundo contaba.

A medida que la cortadora hacía su trabajo, también manipulaba el sistema de seguridad, creando interferencia en las cámaras para ocultar mis movimientos. La sincronización era crucial.

Finalmente, el vidrio se separó en un círculo perfecto. Con un gesto fluido, desactivé la alarma de la ventana y la abrí con extremo cuidado.

Me deslicé por la ventana con una agilidad silenciosa, aterrizando en el interior de la mansión con mi Beretta en mano, equipada con un supresor que aseguraría que mis disparos no alertaran a los guardias. La oscuridad era mi aliada, y cada paso era calculado.

Mi primera prioridad era neutralizar a los guardias sin alertar a los demás. Sabía que Henry no escatimaría en la seguridad y más luego de haberle declarado la guerra a sus padres. Aaron se quedó afuera, vigilando atentamente cualquier movimiento de los guardias del exterior que pudieran acercarse o ingresar a la casa.

Encontré a dos de ellos custodiando el pasillo principal. Me moví en completo silencio, acercándome por detrás. Con destreza, apliqué una llave a uno de ellos, dejándolo inconsciente antes de que pudiera reaccionar. El segundo guardia apenas tuvo tiempo de girarse antes de que mis manos expertas lo neutralizaran de la misma manera.

Arrastré sus cuerpos a una habitación cercana y los oculté en la oscuridad. La mansión seguía en calma, lo que me permitía avanzar.

Finalmente, llegué a una puerta entreabierta. Desde el umbral, pude escuchar la conversación que se desarrollaba en el interior. Henry estaba al teléfono, y sus palabras eran como un veneno que inundaba la habitación.

—Sí, puedes felicitarme, todo salió según lo planeado. Sebastián y su miserable esposa están fuera del juego. Y, por supuesto, Thompson está agilizando el proceso del testamento. Después de todo lo que hemos soportado, merecemos nuestra parte. Ansió ver su cara al enterarse de que su hijo predilecto está descansando bajo los escombros.

Me adentré en su despacho sin hacer ruido. Lo encontré absorto en sus pensamientos, con una copa de whisky en la mano y el teléfono en la otra.

Me moví con cuidado, acercándome por detrás mientras él miraba distraído la estantería llena de trofeos y objetos ostentosos. Cuando estuve lo suficientemente cerca, no pude resistir la satisfacción de poner mi brazo alrededor de su cuello, ejerciendo una presión medida. Su teléfono cayó a sus pies, junto con la copa que estalló en pedazos.

—La muerte susurra al oído de los traidores—le susurré al oído con voz gélida, llena de desprecio.

Él intentó luchar, pero fue inútil. En cuestión de segundos, por la falta de aire, quedó inconsciente.

—Me encantaría torturarte hasta tu último suspiro, es una lástima que deba pasar tal oportunidad, pero seguramente el infierno que te espera, será un espectáculo excitante de contemplar.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora