Capítulo cincuenta y siete

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Mi curiosidad creció al ver la reacción de Hera ante esa llamada que recibió de la nada. Su sonrisa maliciosa y la prisa con la que colgó el teléfono me dejaron perpleja. Sin decir una palabra, me levanté y la seguí mientras salíamos de la casa del señor. 

Regresamos a su casa, pero ella no entró conmigo, simplemente bajó el cristal para pedirme que estuviera lista un poco antes de las tres de la tarde, pues vendría a buscarme para ir a recoger a Alany, luego subió el cristal del auto y, sin más, puso en marcha el vehículo. La dejé partir y me quedé en la entrada, preguntándome qué clase de asuntos ocultos y misteriosos rodeaban la vida de esta mujer que había llegado de manera tan inesperada a la mía. 

Hera

La bodega estaba llena de mis hombres, todos divirtiéndose sin mí. No me gusta la idea de haberme perdido parte de la diversión, pero tenía asuntos que atender. En mi campo de visión, localicé a nuestro invitado especial, esa rata fastidiosa, que se ha convertido en un maldito dolor de cabeza. Me acerqué a él, con las manos en los bolsillos, disfrutando de su deplorable estado. 

—¿Disfrutaste del almuerzo que preparé exclusivamente para ti? Barriguita llena, corazón contento —dejé entrever una sonrisa siniestra—. ¿Sabes cuál es mi pasatiempo preferido? Aplastar cucarachas como tú —aplasté su cabeza contra el suelo con la suela de mi zapato y la restregué hasta oírle chillar. 

Omar no era más que una cucaracha fastidiosa que se había cruzado en mi camino, una piedra en el zapato que debía ser eliminada para que mi plan con Avery se concretara a la perfección.

Quería aislarla en mi mundo, eliminar a cualquier persona cercana a ella para que no tuviera escapatoria, y así, se viera forzada a recurrir solo a mí. 

El dinero tenía un poder corrompedor, capaz de hacer flaquear o dudar incluso al más recto. La madre de Avery y su antiguo jefe, demostraron que tenían un precio, uno que estaba muy por debajo de lo que hubiera esperado. No sentía ni una chispa de remordimiento por lo que había hecho; simplemente había aprovechado su codicia y debilidades. 

Todo estaba siendo calculado, y hasta el mismo Omar, sin saberlo, había contribuido a mi estrategia. Avery ya estaba en mi casa, y poco a poco la red se iba cerrando en torno a ella. 

—Lo que está quieto se deja quieto, pero no me parece que seas muy inteligente que digamos. 

Le di una señal a mis hombres, indicándoles que prepararan la caldera, porque estaba decidida a mostrarle a Omar con lujo de detalles cómo fueron los últimos momentos de su madre. Era hora de disfrutar su desesperación. 

Avery

Mientras cocinaba, no podía evitar sentirme inquieta sin saber por qué. Miraba el reloj una y otra vez, preguntándome a dónde había ido Hera. Cuando finalmente la vi llegar, noté que se había cambiado de ropa y estaba perfumada, traía consigo una bolsa negra. Aunque no le pregunté por el cambio, me sentí aliviada de que hubiera regresado, ya que ahora no me seguiría sintiendo sola en esta casa tan grande y silenciosa. Además, en aproximadamente cuarenta minutos tenemos que ir a recoger a mi hija al colegio. 

El delantal que sacó de la bolsa lucía tan delicado y encantador. Era de un color blanco perla, con bordados en tonos suaves de rosa y verde. Los detalles florales se extendían por todo el delantal, creando un diseño elegante y femenino.

—Levanta tu cabello—pidió, en un tono tan relajado, totalmente opuesto al que suele usar habitualmente. 

Mientras yo sostenía mi cabello, se acercó por detrás y colocó suavemente el delantal alrededor de mi cuello. Sus dedos rozaron mi piel y un escalofrío recorrió mi espalda al sentir su cercanía. 

—Cuando vi este delantal, pensé en ti —murmuró en mi oído, su voz suave y ligeramente ronca.

Mis mejillas se encendieron y sentí un nudo en el estómago ante sus palabras.

—Oh, ¿en serio? —respondí, tratando de disimular mi nerviosismo.

Se acercó un poco más, su aliento cálido acariciando mi cuello.

—Sí, el material es tan fino y cómodo que es como si no llevaras nada —dijo, dejando escapar una risita traviesa. 

En efecto, la tela era suave y ligera al tacto, como si estuviera hecha de algodón de la más alta calidad. El lazo en la parte posterior permitía ajustarlo a mi cintura, realzando su belleza y ajustándose a mi figura.

—¿Por qué no te quitas la ropa y me dejas verte solo con esta pieza?

No pude evitar sentir una oleada de calor en mi cuerpo ante su pregunta indecente. 

—No puedo hacer eso —murmuré, tratando de ocultar mi incomodidad.

Deslizó el manguillo de mi blusa y sentí cómo el suave roce de sus labios se paseó por mi hombro desnudo. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras un calor inexplicable inundó mi cuerpo. 

—¿Puedes dejar de hacer eso? —mi voz tembló ligeramente. 

Su cálida mano se situó en mi cuello y ladeé la cabeza para mirarla por arriba del hombro. 

—Muy pronto comenzarás a estudiar. Todo cambio trae consigo sacrificios. Solamente espero que no te olvides… 

—¿De qué?

—A quién perteneces. 

Me abrazó, haciéndome sentir el roce de su cuerpo por detrás. 

—Lo que es mío, es mío y no lo comparto.

—No recuerdo haberte dado ese privilegio. 

—¿Y quién dijo que necesito o que me interese tu permiso? —mordió juguetonamente mi cuello, aflojándome un gemido involuntario debido a la electricidad que fluyó por toda mi piel. 

Odio admitir que mi resistencia cada segundo se debilita con facilidad por esta mujer. 

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora