Capítulo treinta y siete

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Damián

Mientras esperaba en la sala del hospital, la ansiedad me carcomía por dentro. Mi esposa estaba sentada a mi lado, su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y temor. Finalmente, el doctor entró, su mirada grave anunciando que las noticias no eran buenas.

—Señor Damián, Señora Juliet— comenzó con seriedad—. Tengo que informarles sobre la condición de Sebastián y Laia. Primero, hablemos de Laia.

Mi corazón dio un vuelco mientras esperaba ansiosamente las palabras del médico.

—Afortunadamente, Laia no sufrió fracturas graves en su cuerpo. Sin embargo, el fuerte impacto que recibió en su espalda podría causar problemas a largo plazo, como dolores crónicos. Las quemaduras y raspones que tiene son dolorosas, pero con el tratamiento adecuado, deberían sanar sin dejar cicatrices significativas.

Suspiré aliviado al escuchar que las lesiones de Laia no eran tan graves como temíamos. Pero aún había preocupación en el aire mientras esperábamos las noticias sobre mi hijo.

—Tu hijo, por otro lado, sufrió lesiones más significativas. Durante la caída y el impacto de los escombros y el concreto, sufrió una conmoción cerebral. Afortunadamente, la cirugía para retirar la varilla de su hombro fue un éxito y no perforó ningún órgano vital. Sin embargo, perdió mucha sangre y tuvimos que hacerle una transfusión de emergencia. Además, tiene una fractura ósea en el brazo derecho que requirió cirugía. La recuperación podría llevar tiempo, pero estamos confiados en que, con el tratamiento adecuado y la rehabilitación, ambos se recuperarán por completo.

Las noticias sobre mi hijo eran difíciles de digerir. Tanto sufrimiento, tantas tragedias. ¿Cuándo todo esto va a acabar de una vez y por todas?

Mi esposa y yo intercambiamos miradas preocupadas. Sabíamos que el camino hacia la recuperación sería difícil, pero estábamos agradecidos de que ellos hubieran sobrevivido a semejante tragedia.

El doctor nos proporcionó más detalles sobre el tratamiento y la rehabilitación necesarios para ellos, y prometió que el equipo médico haría todo lo posible para garantizar su recuperación.

—Quiero que me des la autorización para trasladarlos a nuestra clínica privada. No quiero que quienes los lastimaron regresen a terminar el trabajo. 

[...]


Finalmente, logramos el traslado a la clínica privada, donde las condiciones de seguridad eran más estrictas. Ordené que los pusieran en la misma cama, la más grande que tenían, porque sabía que necesitaban estar juntos y las camillas son demasiado incómodas y pequeñas. A pesar de las heridas físicas, su amor y apoyo mutuo serían su mejor medicina. Además de que mi hijo no ha dejado de balbucear el nombre de su esposa.

Mientras los observaba descansar, mis pensamientos se volvieron hacia el pasado. Recordé la primera vez que vi a mi hijo, apenas un niño de diez años. Me lamenté profundamente por haberle negado mi apellido y la figura paterna y presente que merecía en ese entonces. Había tomado una decisión egoísta por miedo a perder a mi esposa y a los hijos que tengo con ella.

El recuerdo más doloroso fue el día en que no pude llegar a tiempo para evitar la tortura que sufrió mi hijo debido a la vida que llevo. He vivido con la infinita culpa de haber arrastrado a mi familia a este mundo oscuro y peligroso. Mis malas decisiones han marcado sus vidas de manera irreversible.

—Has sido muy valiente al haber protegido a tu esposa, hijo. Ojalá tu padre tuviera esa misma valentía para proteger lo que más amo en esta vida; a ti.

Deseaba con todo mi corazón que él pudiera perdonarme algún día, aunque yo mismo no podía perdonarme por los errores que había cometido. Anhelaba ser la figura paterna que él merecía, pero sabía que aún tenía mucho que hacer para reparar el daño que había causado. Por ahora, mi enfoque estaba en su recuperación y en mantenerlos a salvo.

Tomar decisiones sobre el futuro de mis hijos nunca fue una tarea fácil, pero la vida me estaba poniendo a prueba, recordándome los errores del pasado y las consecuencias que debía enfrentar. Enfrentar la realidad de que mis otros hijos, fruto de mi matrimonio con la mujer que más amo, estaban causando daño a Sebastián, era una verdad difícil de aceptar. Debía elegir entre los hijos que tengo con la mujer a la que amo o la felicidad de mi hijo, quien ha sufrido tanto.

Ver a Sebastián encontrar la felicidad al lado de Laia después de todo el sufrimiento, el abandono y las traiciones que había experimentado, era un regalo invaluable. Como padre, mi único deseo era que esa felicidad perdurara para siempre en su vida. Por eso, estaba dispuesto a enfrentar la difícil tarea de lidiar con mis otros hijos, de proteger a Sebastián y de garantizar que nadie pudiera dañarlo nuevamente, ni a él ni a su esposa.

La vida me estaba exigiendo una elección dolorosa, pero sabía que debía hacer lo correcto, incluso si eso significaba tomar decisiones como estas para proteger a mi familia y garantizar la felicidad de mi hijo.

Juliet entró a la habitación, interrumpiendo mis pensamientos.

—Yo me quedaré a cuidarlos. Sé que, probablemente Sebastián se moleste de verme aquí, pero esta vez, no voy a permitir que me aparte de nuevo. En estos momentos, es cuando debemos estar más unidos —se acercó a la cama, dejando su bolso en la butaca—. Por cierto, voy a necesitar que hables con Hera y la convenzas. No quiere recibir asistencia médica y, aunque sus lesiones no parecen graves, debe atenderse para asegurarse de que realmente no lo sean.

—Perdóname…

Su expresión cambió y la preocupación llenó sus ojos.

—¿Perdonarte? ¿Por qué?

—Perdón por ser un mal padre y un mal esposo —dije con sinceridad, dejando que mis palabras pesaran en el aire.

Ella no dijo nada al principio, pero pude sentir el peso de mis confesiones en la habitación. Me acerqué a ella, bajando la cabeza, y continué:

—Esta vez quiero actuar por lo que creo que es lo correcto, no por lo que siento que debo hacer…

—¿Qué estás diciendo, Damián?

—En este punto, creo que lo mejor para los dos es que demos por terminado nuestro matrimonio.

El silencio llenó la habitación, interrumpido solo por el suave zumbido de las máquinas médicas. Juliet me miró con ojos cristalinos, y pude ver la tristeza reflejada en su rostro. Aunque las palabras eran difíciles de decir y de escuchar, sabía que era lo correcto para ambos.

Dulce Veneno 3 (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora