Prólogo

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—¡Buenos días, grandullón! —despertó Paige a su pequeño hijo, retirando la colcha de la cama para tumbarse a su lado y llenarlo de besos.

—¿Es mi cumpleaños?

—No —respondió, haciéndole cosquillas en los pies para después entregarle una caja de madera sellada por una llave muy extraña.

—¿Qué es? —inquirió el niño, parpadeando.

—Un regalo. Dentro hay unas pistas y tú debes guardarlo.

Los padres del pequeño siempre habían tenido como costumbre esconder sus regalos de aniversario por toda la casa, para que su hijo, los buscara y encontrara, pero... Si no es su cumpleaños, ¿para qué le daban esa caja tan misteriosa? se preguntaba con asombro.

¡Eso no tenía sentido!

—¿Y papá?

—Viene mañana... ¡Arriba, muchacho! Tenemos que ir a desayunar.

Los dos bajaron y, el niño con ayuda de ella, se sentó en el taburete de la cocina para observar como su mamá preparaba gofres con nata. Y así pasaron toda la mañana, como ya era costumbre en días de fiesta.

Mientras el niño miraba los dibujos en la televisión, el timbre sonó.

—¿Es papá? —preguntó.

Ella sonrió y pasó su mano por el pelo de su hijo, desordenándoselo y tendiéndole un beso sobre la frente.

—No, renacuajo. Voy a abrir, quédate aquí.

Se alejó y pasado un buen rato, el niño inquieto, decidió ir a buscarla. Cuando se acercó a la cocina, vio a su madre abrazada a una mujer desconocida que tenía un ojo hinchado y estaba llorando.

¿Qué pasa?

—Huye —le pidió entre lágrimas Paige—. Y no lo permitas.

—Mamá, ¿por qué llora? ¿Necesita un abrazo?

La mujer lo miró, señalándolo.

—¿E-e-es é-él?

La madre sonrió acercándose a su hijo.

—Sí —le respondió—. Es Chris. Chris Archer Vaughan... Chris, ¿le das un abrazo a la señorita? Está triste y necesita cariño.

El niño, como es muy obediente y siempre hace caso a todo lo que sus padres le piden, asintió y se acercó a la señora desconocida, la cual, lo estrechó entre sus brazos tendiéndole besos en sus mejillas como si lo conociera de toda la vida.

—Gracias, Paige —le agradeció la señora.

—No hay problema... Chris, debes prometernos algo a las dos. —Miró con atención a su hijo—. No permitas que nadie lastime a ninguna mujer, y es que, por desgracia, hay hombres muy malos que creen que son de su propiedad y esto no es verdad. Cuando encuentras a la chica de la que te enamores, cuídala y quiérela muchísimo, pero sobre todo, apóyala y hazle sentir comprendida. Ella tendrá muchas imperfecciones pero, por ello, debes amarla y ayudarla a que cumpla sus sueños, y cuando sientas que la amas con todo tu corazón y que quieres protegerla con cada partícula de tu cuerpo, sabrás que es la indicada. Debes jurarlo. Y por favor, lucha por tus sueños y haz que se conviertan en realidad.

El niño no entendía a que se refiería.

«¿Por qué le dice algo así?»

—Yo no pego a las chicas...

—Grandullón, prométemelo.

Le cogió las manitas y sonrió levemente mientras la señora los observaba en la distancia.

—Te lo prometo, mamá —cedió, cruzando sus dedos y sellando el juramento—. Juro que jamás lastimaré a ninguna chica.

Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora