Capítulo 45. Mi cuerpo arde

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Olivia

A la mañana siguiente me despierto muy descansada y en cuanto abro los ojos no puedo evitar pensar en todo lo sucedido con mis padres y en especial, las palabras de mi abuelo. Como si todavía fuese más surrealista e inverosímil. Miles de preguntas se juntan en mi cabeza.

Preguntas de las que no tengo ninguna respuesta concisa.

Todo son incógnitas.

¿Por qué me dijo lo de Morgana Le Fay? ¿Qué tiene que ver conmigo? ¿Por qué mis padres actúan de esta manera conmigo? ¿Qué hay de malo? ¿Qué ocultan? Y para rematar, las evasivas respuestas de Kyros son demasiado sospechosas y puedo jurar que me oculta la verdad.

—¿Te encuentras mal? —inquiere preocupado—. Estás un poco pálida.

Por supuesto, no voy a mencionar mis visiones matutinas porque ni yo misma puedo darles una explicación. ¿Cómo voy a explicarlo sin que suene como una esquizofrénica?

—Es solo que me duele un poco la cabeza.

—Podemos pasar por la farmacia para comprarte algo.

—No, está bien. De verdad, estoy segura de que se me quitará luego. ¿Puedo preguntarte algo? —pregunto.

—Sí, claro.

—¿Qué opinas de la leyenda de Arthuro? Es decir, ¿crees que puede tener algo de realidad?

—Es una leyenda.

—Sí, pero las leyendas siempre tienen algo de verdad.

—O no. Muchas de esas historias son fruto de cuentos supersticiosos e infundados —opina.

—Muchas veces la religión, la mitología y las leyendas son lo que han inspirado las obras más relevantes, así que no creo que deberías de ser tan tajante con este tema. ¿Ni siquiera te planteas la posibilidad de que pueda existir? ¿Y si no son solo historias?

—No creo, pero las historias esconden cosas maquilladas.

Mojo mis labios y toco mi cabeza.

—¿Tú sabes algo sobre lo que me ocultan mis padres? —pregunto—. ¿Es ese uno de tus secretos?

—No puedo responderte a ello.

—Entonces estás corroborando lo que pienso —lo acuso.

—Olivia, yo no he dicho que lo sepa.

—Hay demasiados secretos que nos separan.

—Tú y yo no estamos destinados a estar juntos. Habría consecuencias. Consecuencias que ni tú ni yo podríamos afrontar.

—¿De qué demonios estás hablando?

Un sudor frío recorre mi cuerpo llegando a sentir náuseas.

—De nada que puedas entender.

Aturdida y con la garganta inflamada, me incorporo lentamente. Asimismo, me siento acalorada y sudorosa.

Me desquicia.

—Tengo que irme y no volveré de aquí a dos días. Si quieres puedes quedarte. Te p...

—No, voy a ir a casa. No me gusta estar aquí sola —digo, abrazándome a mí misma.

—Está bien.

Se acerca a mí y me da un beso en los labios en forma de despedida para después marcharse. Me acerco al colchón —donde todavía mi ropa está tirada— y al agacharme para cogerla, siento un leve mareo. Me giro cuando escucho el sonido de la puerta abrirse y una mujer de unos treinta, de pelo y piel oscuros con la ropa sucia y rota y con una mancha extraña sobre su cuello, aparece frente a esta. Se para delante de mí inclinando su barbilla mientras estira su cabeza hacia un lado y, un hombre probablemente unos años mayor, emerge detrás de ella.

—No te muevas.

Algo en su voz activa el exalto de nervios sobre mi ser poniendo el vello de punta y sin tener tiempo de reacción, una mano se cierra sobre la mía mientras otra tapa mi boca. Mis pies se levantan del suelo, y un miedo real se extiende por todo mi cuerpo. Como puedo, araño la mano que me retiene y muevo mis piernas hacia atrás, clavando los talones en ella. La mujer estira su mano para agarrarme de los tobillos bloqueando cualquier movimiento mío, sin embargo, sigo dando patadas hasta conseguir alcanzar su pecho. Los músculos de mis brazos se extienden, gritando, y simultáneamente trato de tirar el brazo que me ase y por un momento creo que mi cuello va a partirse.

No sé como escapar. Por más que trato de soltarme, más daño me hago.

—Está dentro —gruñe la mujer—. La usaremos.

El hombre baja su brazo de mi boca a mi cuello y sin poder emitir ningún tipo de sonido, lo aprieta. El dolor explota a través de mis oídos, un destello aparece en el fondo de mis ojos, mi visión se vuelve borrosa y... 

Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora