Capítulo 44. Entre mis brazos

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Kyros

Cuando nuestros cuerpos se encuentran, puedo sentir mi corazón desbocado cayéndose sin frenos y fuera de control.

Olivia me mira y sonríe.

—Sí —dice en apenas un susurro—. Mamá nos obliga a tomar las pastillas anticonceptivas para evitar embarazos, así que sí, quiero sentirte, Kyros.

—¿Es-es-estás segura? —repito, arrugando mi frente.

Temo hacerle daño, ya que apenas sé cómo tratarla. Esta es la primera vez que alguien me toca así pero no quiero que lo note... La mayoría de chicas que he conocido han huido siempre, sin embargo, ella sigue aquí, entre mis brazos.

Olivia asciende su mano hasta mi nuca y me atrae a su boca para atraparla entre sus labios.

—Quiero todo de ti —murmulla entre beso y beso—. Por completo, Kyros.

¿Por qué tiene que ser tan jodidamente hermosa?

Mi boca deja la suya y se desplaza hasta su cuello, donde saboreo el salado sabor de su piel. Ella gime ante mi contacto y sus manos se aferran a mi espalda fuertemente clavando sus uñas. La desnudo con suavidad admirando cada milímetro de su cuerpo y trago saliva constantemente.

Sin duda, su punto débil es el cuello.

Acerco mi miembro en su cavidad notando lo mojada que está y, con suavidad, lo introduzco en su vagina quedándome quieto para que se adapte al tamaño. Olivia suelta un pequeño quejido, y al hacerlo, por inercia, una de mis manos se desplaza hasta su rostro para acariciarle la mejilla y besarla. A los pocos segundos, ella mueve sus caderas pidiéndome a gritos que me mueva, y las mías siguen su ritmo sedientas de deseo para darles a nuestros cuerpos lo que necesitan y así alcanzar el pico. Mis dientes muerden levemente la piel de su hombro perdiéndome en el momento y en las sensaciones de los gemidos desbocados de Olivia.

Abro mis ojos quedando fijo en los de ella y notando como sus pupilas se ensanchan cuando el deseo se dispara y la explosión de calor y sentimientos inundan todo.

—Kyros... —dice en un gruñido gutural, apretando con fuerza mi piel desnuda.

Mi cuerpo tiembla y mis caderas se mecen contra las suyas, vaciándome y apretándome pecho contra el mío, quedándonos ambos quietos ahí por un rato mientras que la transpiración humeante que cubre nuestra piel se va.

Me deslizo fuera de ella y la miro.

—Eres hermosa —susurro.

Olivia se ríe en voz baja y se mueve dejando caer su boca sobre la mía bajando por la línea de mi cuello hasta mi pecho.

Es extrañamente malo lo mucho que me afecta su toque.

Siento como mi miembro se endurece de nuevo contra su muslo.

Alza sus cejas y después de mirar mi intimidad, muerde su labio y se ríe de nuevo. Yo me levanto para ir hasta el baño y ella queda en el suelo colocándose la camiseta que yo llevaba.

Al volver, ya no está ahí.

—¿Olivia?

—¿Qué?

Su voz débil llega a mí, y al voltearme la veo arrodillada en el pequeño balcón.

—¿Sucede algo?

Sus mejillas están levemente sonrosadas y sus ojos brillantes.

—Estoy bien —murmulla—. Mejor que nunca.

Me acerco y me bajo hasta colocarme a su lado, la rodeo con mi brazo y Olivia se apoya en mí acomodando su trasero en mis caderas. Me mira y acerca sus labios a los míos. Me besa con suavidad y noto un sabor diferente. Una mezcla entre ella y yo. Sonrío un poco cuando separa su rostro y se queda mirando el cielo estrellado a la vez que sus mejillas adquieren un color carmesí.

Me sorprende cuan atrevida puede llegar a ser en ocasiones y lo vergonzosa y frágil que se convierte en otras.

—Yo... no sabía que podría ser así.

¿Ella no sabía que podía ser así?

Demonios, yo tampoco. Jamás había creído que podía correrme con tan solo mirarla, y aun así sigo deseándola como un hombre de las cavernas.

Ella es... es un regalo.

Beso su hombro y lo sube levemente cerrando sus ojos. Aprieto mi brazo a su alrededor.

—Yo tampoco.

Es peligroso que yo me sienta así porque me hace pensar cosas que jamás podré tener. Un futuro que nunca podrá suceder, y es que, el hecho de que ella sea... sea...

No quiero pensarlo.

Incapaz de evitarlo, acaricio su cuello, y no dejo de mirarla.

Su cuerpo se estremece con su suave sonrisa.

—¿Por qué me miras de esta forma? —me pregunta.

Sus ojos brillan y la bola de plomo se asienta en mi estómago volviéndose más pesada.

Acaricio su mejilla.

—Me gusta mirarte —exhalo—. Tengo que irme, Olivia, en unas horas volveré. Tú duérmete.

—¿A dónde vas? ¿A encontrarte con esos tipos que dices ser tan peligrosos? —dice, rodando sus ojos.

¿Cuándo había pasado de ser un espectáculo de un chico, siempre solo, sin nada significativo en su vida, a tener esto frente a mí? Cierro mis ojos y cojo aire. El temor aumenta originado por todo, y a pesar de tenerla en este instante entre mis brazos haciéndome sentir afortunado, sé que va a escurrirse en cualquier momento y no puedo hacer nada al respecto, porque Olivia y yo somos lo que nunca debería suceder.

—Te amo, mi ángel.



Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora