Capítulo 11. ¿Qué te hace sentir, Olivia?

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Kyros

—Carrie, por favor... Dame las malditas pastillas —le pido, agarrándole el brazo.

—No, las necesito. El médico me las recetó ayer. Las necesito, Kyros —demanda, mientras sus manos tiemblan—. Tú no lo entiendes, nadie lo entiende. Yo no soy Carrie.

—Por favor, si no me las das voy a tener que llamar a Jugh. Ayer no tuviste médico.

—¿Jugh? ¿Quién es Jugh?

—Tu hijo —suspiro—. ¿Sabes quién soy yo?

—Mi hermano... ¡Haz que se calle!

Enarco las cejas y cojo una silla.

—Está bien, siéntate —ordeno. Me mira y acaba cediendo—. Tammy, llama a Jugh y dile que venga ya.

—¡No quiero que venga! —grita—. Él no me quiere. Ese hijo de perra no me quiere.

—No grites, Carrie... No queremos que los clientes se asusten, ¿verdad? —le recuerdo—. ¿Por qué estamos aquí?

—¡Yo no soy Carrie! ¡Me llamo Antraf!

—Vale... Entonces, debes mantener la calma —digo, acercando mi mano a la suya que aferra las pastillas—. Cierra los ojos y respira... Recuerda que no puedes perjudicar a Carrie. Ella no quiere hacerte daño y tú tampoco debes hacérselo. Escúchala.

Me hace caso y trato de quitárselas cuando sus parpados descienden, pero lejos de conseguirlo, se levanta y me empuja.

—¡Traidor! ¡Todos sois traidores!

—Para... —Trato de volver a sentarla pero ella se remueve—. ¡Maldita sea, párate! ¿Quieres que te castigue?

—No...

—Pues permanece quieto.

Se enfurruña y cruzándose de brazos.

Tengo que sacar a Olivia de la exposición... Ella no puede ver a Carrie en este estado y arriesgarme a que salga de aquí.

—Viene en diez minutos —murmulla Tammy—. ¿Cuál de todos es?

—Antraf, un niño de diez años que quiere dañarla... Contrólalo por mí, por favor.

Ella asiente y me alejo de la pequeña habitación para volver a la exposición. Cuando me acerco a Olivia, la veo de pie contemplando el cuadro de "Querer ser, pero no poder ser... ¿Por qué tienes que ser tan injusta, vida?"

La única que no está a la venta porque es demasiado preciada como para ser vendida.

Una lágrima rueda por su mejilla hasta su mandíbula.

Puede que me escuche acercarme a ella, o puede que me sienta a su lado, pero su rostro se gira en mi dirección y roza su mejilla con el dorso de la mano. Podría preguntarle a cerca de lo que piensa sobre la pintura, no obstante, en vez de eso, permanezco inmóvil.

Ella sigue mirándome como si quisiera que fuera yo el que vaya a hablar.

¿Qué te hace sentir, Olivia?

Mis ojos se desvían hacia el suelo y rasco un picor inexistente en mi brazo.

—¿Alguna vez alguien ha comprado la obra con su confesión? —pregunta, ladeando la cabeza.

—Sí, aunque prefiero no saberlo.

—¿Por qué?

—Me gusta imaginarme una historia a partir de esa confesión, que la mayoría de veces no tiene nada que ver con la realidad —admito.

Sonríe.

—Tiene su punto... Lo hace más personal —farfulla—. Cuando la ves y lees la confesión, conectas. No del mismo modo todos pero, según como se mira, te hace experimentar algo diferente... Y lo que está claro es que no te deja impasible. Dependiendo de cómo te sientas, te afecta de una manera u otra y lo relacionas con ello —declara. Me impresiona, y trato de no mirarla con fascinación. ¿Dónde estabas antes, Olivia?— Aunque no me hagas demasiado caso... A veces puedo ser muy sentida.

Meneo la cabeza y sonrío.

No sé si sabe esto sobre mí, pero rara vez sonrío.

Está bastante cerca de mí y tengo que obligarme a no mirarla demasiado.

Céntrate.

Tengo que sacarla de aquí antes de que vea a Carrie.

—Son más de las nueve, ¿te parece si... si vamos a cenar? —pregunto improvisando—. Cerca de esta zona hay un bar muy agradable.

Tengo miedo a que me diga que no... ¿Por qué maldita razón debería temer esto? No estoy muy seguro de por qué la he invitado a cenar.

Esto no es propio de mí.

Simplemente podría haberle pedido que se marchara, ser borde como siempre y que me deteste, pero no lo hago.

—¿Tienen scones?

Me encojo de hombros.

—Supongo.

—Pues, vayamos, pero no puedo llegar tarde a casa. Papá y mamá me matarían.

Asiento y nos dirigimos hasta la salida, pero antes de alcanzar la puerta, Tammy me mira.

—¿Ya ha llegado Jugh? —pregunto en un murmullo.

—No.

—Si sucede algo o empeora, llámame —requiero.

—Sí, claro, no te preocupes. Por ahora está tranquilo.

—Gracias.

Me acerco a Olivia y salimos de ahí.

—¿Todo bien? —interpela, arqueando sus cejas.

—Sí, sí, no hay nada de lo que preocuparse.

Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora