Capítulo 3. Detesto a los abusones

3 0 0
                                    

Olivia

22 de Octubre de 2042

Actualidad


Para mi mala suerte, este día la mañana ha amanecido muy fría y nublada. Días como tal es casi un milagro llegar a la preparatoria desde Tribeca puntual, y tener a Kacie al volante, no ayuda en absoluto.

No sé qué les pasa pero, la mayoría, suele conducir como si de un diluvio se tratara poniendo sus intermitentes cada vez que el de delante frena. O bueno, sí sé por qué pasa esto; como en la vida misma, siempre hay diferentes tipos de personas al volante: los kamikazes, los precavidos y a la vez confiables, y la gente que en momentos de estrés, no sabe cómo reaccionar. Asimismo también ocurre con los peatones que salen con prisas de sus casas o apartamentos y se cuelan en medio de la carretera para pillar un taxi antes que se lo arrebaten creyéndose estar en un Apocalipsis. Miradas furtivas e incluso competiciones entre ambas aceras compitiendo por quién llegará antes, lo que provoca grandes atascos exasperantes.

¿Por qué la gente es así?

Nadie lo sabe, pero ni siquiera el promedio de ciento veinticinco días que suele llover al año, hace que la gente se acostumbre a este clima. ¿Lluvia? ¡Ni que estuviesen cayendo hamburguesas del cielo!

Una mujer trajeada con la maleta aparece frente al auto de mi hermana provocándonos un micro infarto. Llevo mi mano al pecho y respiro agitadamente mientras en el asiento de atrás Mely estalla en una risa contagiosa.

—Kacie, nos vamos a chocar. Ten cuidado.

—No me digas lo que tengo que hacer, Livvy... Está todo colapsado —se queja mi hermana—. Dios, odio la ciudad.

—Vamos a tener al final un accidente —suspira Nathanael.

Cuando llegamos al campus, bajo del auto colocándome mi gorro que tiene adherido mi chamarra. Es un hermoso edificio de ladrillo cubierto de hiedra y los meses en que nieva, el instituto se ve particularmente mágico revestido por una capa de escarcha blanca.

Inhalo el aire helado, tomo otra respiración, ajusto la correa de mi mochila y empiezo a caminar, mientras los gemelos corren en el interior frente de mí perdiéndolos de vista.

—Buenos día, Srta. Evanson —me saluda el director con una muy amable sonrisa acompañada de un guiño—. ¿Mucho atasco?

Asiento.

—Tuvimos que tomar otro camino... —contesto, sacudiendo mis botas y reprimiendo un escalofrío nervioso—. ¿Llego demasiado tarde?

Mira hacia su reloj y aprieta sus labios.

—Dos minutos —dice. No hay juicio en su tono—. Haré como si no hubiese pasado.

Muestro una sonrisa relajada.

—¡Gracias, Sr. Allen! —exclamo, acelerando mi paso.

Al llegar a clase, veo que no está demasiado lleno.

Parece ser que no solo la lluvia me atrasó a mí.

Suerte la mía.

Saludo a Hessa —la maestra de inglés— y al girarme para decidir donde sentarme, trato de localizar a Cassandra pero no está aquí. Me voy a una de las filas de adelante y me coloco al lado de una chica que casi ni conozco, cuando Hessa llama mi atención.

—Olivia, siéntate al lado de él —me pide. Dirijo mis ojos hacia dónde está apuntando, y en su lugar me encuentro con un chico de hombros anchos, figura atlética y con el pelo totalmente negro y algo despeinado que le cae de forma casual e informal, y con la mirada helada que causa un escalofrío inmediato en mí. Trago saliva—. Es nuevo, y como tú eres una de nuestras mejores estudiantes, no le irá mal que compartas el material que pedí... ¿Puedes?

Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora