Capítulo 4. Es una mierda

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Kyros

Carrie y Nolan, mis padres hasta el momento, se les ocurrió la maravillosa idea de querer mudarse de Seattle a Nueva York solo porque necesitan experimentar cambios para desarrollar su creatividad.

Y una mierda de creatividad.

Lo usan como excusa cuando se cansan del lugar donde estamos... y la verdad es que es una real mierda...

¿Ya he dicho lo mierda que me parece el cambio?

Cuando al fin parecía que pasaba totalmente desapercibido en el instituto donde asistía, y que ya los abusones dejaban de molestarme... ¡Llegó la hora del cambio! «Haz las maletas, Kyros». Ya he perdido la cuenta de las veces que me he mudado. Y más o menos, calculo que esta será la treinta o algo así. Empezar una vida en un nuevo lugar y en un centro desconocido, equivale a volver a estar en el punto de partida.

Toda mi vida está rodeada de sonrisas falsas y empatía forzada.

Dejo la mochila en el recibidor del apartamento que Carrie y Nolan alquilaron y suspiro yendo en dirección a mi habitación, el único lugar "seguro" y donde puedo alejarme de todo aquel ser con dos piernas, pero —para mi total desgracia— Carrie es tan atlética, que me alcanza antes de que pueda encerrarme.

O al menos lo es su alter.

—¡Kyros! ¿Cómo ha ido tu primer día? —interroga con una gentil sonrisa y con el rostro manchado de motitas de colores de pintura.

Cierra sus ojos y parpadea despacio.

Mala señal.

—Como una mierda.

—Y tú siempre tan alegre, hijo... ¿No deberías estar allí en estos momentos? —balbucea con verdadera complicación para hablar.

—Decidí irme antes de tiempo.

—¿Por qué? ¿Qué te hicieron?

—Nada que no me hayan hecho anteriormente.

—Te metieron la cabeza en el váter? ¡Oh! ¿Te derrocharon el cubo de la fregona encima de ti? ¿O cuando estabas en los vestuarios te quitaron la ropa y tuviste que ir por todo el instituto desnudo y después vestirte con prendas de gente desconocida? Quizás te pusieron las hormigas del laboratorio o el ratón en tu mochila.

—Metieron espuma en mi taquilla con una muy agradable nota de bienvenida.

—Oh... Así que recurrieron a las amenazas... Hijo, no te preocupes, verás que pronto lo malo acabará. Es el principio y ya sabes cómo son los críos que están hormonados. Ven un chico tan guapo como tú e instantáneamente creen que puede quitarles el lugar.

—Me conformo con pasar desapercibido. —Volteo los ojos y exhalo—. Iré a la habitación.

—¡Hoy vendrá Jughead con su prometida! Y el sábado espero que asistas a la cena.

El hijo biológico de Carrie está prometido con una chica de aquí, y están organizando la mudanza, la preparación de la boda y todo ese maldito rollo que se suele hacer cuando caes enamorado.

Y este fue otro de los motivos que condujeron a Carrie y Nolan a mudarse. Quieren presenciarlo todo y guardarlo en esos álbumes peliagudos que hacen.

Okey.

Me alejo de ella y al llegar a mi cuarto, cierro la puerta, coloco mis cascos en los cuales suena música lo suficiente Heavy como para poder desaparecer de la realidad y me tumbo sobre el colchón observando los anillos que llevo colgados en mi cuello siempre.

Los anillos de mis padres.

No sé si algún día los recuerdos de ellos desaparecerán o se consumarán pero cada vez tengo más dificultades para recordar sus rostros en otro estado que no sean muertos, sus voces y sus peculiaridades. Es como si los estuviera olvidando... y lo único que me queda es esto y una mata borrosa de lo que en realidad sucedió esa noche. Suelen decir que la mejor manera de avanzar es pasar página, como si esto fuera tarea fácil. O si borrar todos mis recuerdos de ellos tanto buenos como malos fuera cosa de un día, y es que, en unas semanas hará once años, y el sentimiento sigue tan potente como si todavía siguieran aquí.

«Tienes toda una vida por delante» solía decirme la gente; sin embargo, ellos no sabían y no sufrían en carne propia lo que yo, y eso solo me hacía querer mandarlos a la mierda. Yo era un alma vieja en un cuerpo joven, aunque a veces salía a flote esa basura que me encantaba escupir.

Jamás he sentido que ningún sitio haya sido mi hogar desde aquella noche. Simplemente no pertenezco a nada ni nadie y todo aquello que se relaciona con sentimientos humanos, trato de mantenerlos alejados de mí.

La muerte deja una angustia que nada puede curar, y el amor, deja el rastro de un recuerdo que nadie podrá arrebatar; en ambos casos, el fin es el mismo. El sufrimiento.

Hogar.

Qué extraña palabra.

Kyros: «Es mejor que hoy no vengas con tu prometida. Abby está aquí».

Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora