Capítulo 36. Infierno

1 0 0
                                    

Kyros

Sala de interrogatorio.

No son como en las películas.

La realidad es que son un túmulo de mierda.

Todo es una mierda.

Miro alrededor de la congestionada habitación y analizo las inhóspitas paredes. No es la primera vez que acabo aquí y tampoco va a ser la última. Mis fosas nasales se abren ante la fetidez a tabaco y vómito.

¿Cuántos asesinos habrán estado en esta misma silla?

Mi paciencia oscila en acabarse por cada minuto que pasa y es lo último que necesito en este momento.

¿Qué es lo que saben?

Tienen que saber algo, porque solo por sospecha no me arrestan y me traen a este maldito cubículo sabiendo que yo no la he matado.

Ellos lo saben.

Y han soltado todo ese paripé de que quedo arrestado por ser culpable de la muerte Polly para así conseguir que la inspectora Meyer y Olivia se vayan y puedan seguir con lo suyo.

Cuando finalmente la puerta se abre llegando a mí el sonido de óxido de las bisagras, mi cuerpo se tensa. Frunzo el ceño y siento como mi corazón palpita.

Holly. Conall Holly. Y el tipo que me arrestó, Greene.

Holly trae un ordenador con él agarrado firmemente, lo deja sobre la mesa de acero inoxidable y lo abre mostrándome la pantalla mientras se acerca a mí y se baja para que nuestras caras queden a la par.

Se aclara la garganta antes de hablar.

—Kyros... Y yo pensaba que no te vería de nuevo —dice con una sonrisa arrogante, aun así, indulgente. El sarcasmo gotea en su comentario—. Hola de nuevo.

—Vete al infierno —mascullo, escupiéndole en la cara.

Su bigote negro se levanta mientras una arrogante sonrisa florece en sus labios y limpia su rostro con una de sus manos para seguir mirándome fijamente.

—Ese es el lugar donde irás tú... y estás cerca si no colaboras.

Un golpe seco estalla contra mi mejilla y mi ojo haciendo que arda mi piel.

Me encojo de hombros.

Aparenta estar tranquilo, Kyros... y no dejes que se te vea el miedo... Me repito una y otra vez.

Holly hace un gesto de cabeza y Greene se acerca al ordenador poniendo en este una foto de la chica muerta.

—Polly Collingwood Aldrich. Dieciséis años. Judía. Vivía a las afueras junto a su familia y su hermano. Sus padres se dedican a la náutica —detalla—. Chica promedio y muy querida. ¿La conoces? —pregunta. Lo miro entrecerrando los ojos—. Es un caso homicida.

Muevo los ojos hacia la imagen. Su cuerpo lleno de sangre y ni siquiera puedo reconocerla. Está cubierta de arañazos en fila sobre su piel junto con una puñalada profunda. Quien le hizo eso quiso que sufriera hasta su último aliento... como en el asesinato de mis padres.

—¿No quieres hablar? Bien, Greene, pasa la imagen —le ordena. Mis ojos estudian la foto y mi estómago se dobla—. ¿Y qué hay de ella? Olivia Scarlett, diecisiete años. Polly y Olivia se conocen desde la infancia y han hecho varias colaboraciones juntas como ves en esta foto. Verano del año pasado, en un hospital para niños con cáncer. Podría acusarla a ella también.

El aire de mis pulmones queda atascado. Meto mis manos debajo de la mesa y clavo mis uñas en los muslos. No puedo dejar que la meta en esto.

No permitiré que ocurra.

—Ella no tiene nada que ver. Es irrelevante. Ninguno de nosotros tiene nada que ver.

Suelta una risa irónica.

—Es relevante. Todo lo es. Habla. Tú sabes lo quiero. —Inclina su cuerpo hacia delante y me señala con el dedo—. O empiezas a hablar o vas a acabar encerrado sin ver la luz del día hasta tu muerte y Olivia Scarlett lo lamentará. —Otro puño estalla contra mi rostro—. Empieza a hablar.

Secretos (ARKHÉ I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora