Capítulo 4

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     «REGRESANDO A CASA».

La enfermera me sorprende mirando de nuevo por la ventana. Ya estoy cambiada y presentable, -al menos me lavé la cara, los dientes y me peiné. Tomo el bolso, y ella me hace una seña para que la siga. Salimos de la habitación, recorremos un pasillo bien iluminado y de paredes blancas, cuyas puertas numeradas, permanecen cerradas. Caminar me cuesta horrores, pero sé que es sólo hasta que vuelva a tener control total de mi cuerpo. Ahora me muevo como un zombi.

A mitad del pasillo están los ascensores. Mientras esperamos que se desocupe uno, le insisto preguntando por mis pertenencias. Y como deshaciéndose rápido de mí, me contesta que pregunte en informes, una oficina al final del pasillo de la planta baja. Luego de bajar tres pisos, el panorama cambia por completo. Las personas hacen fila para ser atendidas por los empleados administrativos. Mujeres con niños esperando su turno, doctores de batas blancas, enfermeros y pacientes que van de un lado a otro.

Todos y cada uno de ellos, forman el caos disciplinado, característico de la sala principal de un hospital. La enfermera me guía hacia la oficina de informes, donde una mujer de cabello castaño y uniforme negro, me atiende luego de esperar varios minutos.

—Buenos días. ¿Qué necesitas? —Hola. Estoy buscando mis pertenencias. Una mochila azúl, una chaqueta marrón, mi ropa, y un par de botas negras. Ah, y un cordón negro con un dije tallado en madera que llevaba en el cuello. Me dijeron que podía pedirlo aquí.
—Veamos. ¿Cuándo ingresaste?
—El sábado diecisiete de noviembre–contesto con seguridad.
—¿Habitación?

Miro mi pulsera para comprobar de nuevo el número.

—307. Tercer piso.
—Hm...–titubea mientras revisa mis datos en el monitor de la computadora que tiene delante.
—Nina Sommers, ¿no?. Hoy recibes el alta, bien–y se aleja del mostrador perdiéndose por la puerta que está detrás de la oficina.

Mientras la espero, miro a mí alrededor. Hace tiempo que no veía a tanta gente junta, conversando, usando sus localizadores y sin ningún uniforme reglamentario. Pasan unos minutos y la enfermera que me acompaña se impacienta. Mira su reloj con insistencia, y está pendiente de la puerta por donde desapareció la empleada.

Luego aparece ella con una bolsa cerrada herméticamente, y la apoya sobre el mostrador.
Me acerco asomándome por encima del mismo. La bolsa lleva una etiqueta blanca con mis datos. Con ansiedad, intento descubrir lo que contiene dentro.

—Bueno. Esto es lo único que se ingresó al sistema. Según el historial de urgencias de la guardia, llegaste con una camiseta gris manga larga, un pantalón negro militar, y un par de botas de fajina negras. La camiseta se tuvo que descartar, aquí tienes el resto. No está en el expediente ningún bolso o chaqueta, ¿y qué era lo otro que me nombraste?
—Un cordón negro con un dije en madera. ¿En serio no lo tienen ustedes?. Yo lo traía puesto en el cuello–protesto con indignación.

La mujer me mira con pena y luego me dice:

—Vamos a hacer una cosa. Adjunto a tu historial un reclamo, y cuando regreses para el control, quizás recuperes el resto. Pero no te aseguro nada. Muchas veces se pierden las cosas, sobre todo cuando es una emergencia y entran por guardia. ¿Preguntaste a tu familia o a las personas que te trajeron?
—Sí–contesto con desilusión.
—Lo siento. Es lo único que puedo hacer.
—Gracias–tomo la bolsa y me retiro.

La enfermera me indica hacia donde seguir, y se adelanta con prisa. Caminamos por el segundo pasillo de los consultorios. Los bancos están ocupados por los pacientes que esperan atenderse en cada especialidad. Personas paradas, en sillas de ruedas, y mujeres con niños dificultan el tránsito. Luego de hacernos paso entre ellos, llegamos al último consultorio con un cartel en letras negras, donde está grabado el nombre del Doc. Braum y su especialidad: "cirujano-traumatólogo".

BÚSCAME EN PROVIDENCE. (2°libro de la trilogía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora