«UN SONIDO Y SE DISPARA UNA PESADILLA».
Cruzamos la plaza y los árboles nos refugian de los rayos de sol, -ahora más débiles-, pero igual de agobiantes. Los niños juegan en las hamacas, las madres, sentadas en los bancos los vigilan de a ratos y luego vuelven la vista a las revistas de moda que están leyendo.
Un grupo de abuelos apenas levantan la cabeza de la mesa donde un partido de ajedrez, los mantienen entretenidos. Mas adelante, algunas parejas se acurrucan sentadas sobre el césped, se susurran y sonríen diciéndose cosas al oído, como si la vida fuera eterna y no habría ningún motivo para opacar esa felicidad.
Detengo mi atención en una pareja en particular. Ella apoya su cabeza sobre de hombro de él. Se toman de la mano y luego se miran como si no existiera nada más a su alrededor. Los envidio infinitamente, envidio el simple hecho de que se tomen de la mano y de que esten juntos compartiendo el mismo aire que respiran...
—¿Nina, estás bien?–me pregunta Mike, ofreciéndome el refresco de lima–limón que compró en el Drugstore de la esquina.
—Sí. Estoy bien–respondo, retirando la vista de aquellos dos afortunados.Caminamos por las callejuelas del bajo Providence, el viejo pueblo antes de convertirse en una próspera ciudad. Es increíble, pero alejándonos solo unas cuadras de la Av. Principal, el panorama cambia por completo. Los locales se hacen más espaciados, los restaurantes de renombre se transforman en bares semi oscuros, que invitan al alcohol, la promiscuidad, y a otras decadencias humanas.
Los transeúntes son gente sin hogar, que buscan algo de comer o de utilidad en los contenedores de basura. Los ves agazapados en alguna esquina, descalzos, con sus únicas pertenencias en una bolsa, contando las monedas, bebiendo, fumando, lamentándose de lo que les toca vivir, enfermos y desgraciados.
Así son los moradores de este lado de Providence, y me recuerdan con dolor a los habitantes de la Colonia.
Recorremos las últimas dos cuadras, y llegamos a la puerta de un edificio, presuntamente abandonado. Su fachada se asemeja en cierta forma a los Monoblock de aquel otro mundo.Por encima del portón de chapa verde se lee en letra pintada de blanco: "Centro de día comunitario, Mi refugio". Termino de leer, y caigo en la cuenta que reconozco el lugar, -al menos, su nombre.
—Vamos, entremos–nos dice mi amiga.
Mike la mira con inquietud, y levanta las cejas desconcertado.
—¡Oh, vamos, Mike!–exclama ella tomándolo de la mano—No te pasará nada, ¡sal de esa burbuja en la que vives!–le reprocha con enojo.
Luego de convencer a mi amigo, entramos. El barullo de la calle se transforma ahora en otra clase de ruido. El de niños que lloran, pelean, ríen, y corren. Nos recibe un comedor grande, y como mesas, han montado tablones alargados, y bancos de madera a su alrededor. Desde el fondo y tras de una cortina, sale el aroma a alimentos cocinándose.
Dos mujeres, cuyo cansancio se nota en sus ojos, intentan poner platos y vasos de plástico sobre las mesas, sorteando juguetes esparcidos por doquier, mientras hay niños recostados en el suelo de losa gastada por el tránsito constante.
La iluminación no es buena a pesar de la luz que entra por los grandes ventanales del edificio. Es una fábrica vieja de caucho, un tanto lúgubre, aunque su estructura se ve sólida,-pienso mirando el techo de zinc y hormigón. Aquellos niños apenas se dan cuenta de nuestra presencia, hasta que una mujer de contextura grande, cabello negro, y ojos más oscuros aún, se acerca a nosotros.
Su paso es firme y seguro. Lleva un delantal, carcomido por el uso, encima de una musculosa beige, y una bermuda, que el desgaste diario hizo desaparecer su color bordó. Se limpia las manos con el delantal y saluda amablemente a Mike y a mí. Pero a Ivi la abraza con cariño y familiaridad.
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BÚSCAME EN PROVIDENCE. (2°libro de la trilogía)
RomanceLuego del invierno crudo de 1985 en esta ciudad próspera llamada Providence, el tráfico se intensifica para cumplir con la jornada laboral, llevar a los niños al colegio y continuar con los compromisos. Los panfletos de una nueva elección gubernamen...