Capítulo 5

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«ES HORA DE ASUMIR LAS CONSECUENCIAS DE MIS ACTOS».

Atravesar esa puerta resultó difícil. Como si lo que me esperara dentro, fueran todos mis temores hechos realidad. El repiqueteo del teléfono me sobresalta, hace meses que no escuchaba ese sonido. Recuerdo cuando Adam me explicó sobre el colapso en las comunicaciones durante las guerras, y cómo los teléfonos y la nueva tecnología se convirtieron en chatarra inútil y contaminante.

Mi madre, presurosa, se dirige a la cocina para atender. Me quito el barbijo, y me limpio el sudor con la mano. Camino dos, luego tres, luego cuatro pasos, dejo atrás el comedor y llego al pasillo angosto de empapelado con rombos de tonos beige y un parqués pulido. Los cuadros de las fotos familiares cuelgan cómo testigos silenciosos.

Siempre he pensado que la casa parece estar viva. Sintiendo, respirando, sufriendo, cómo los habitantes que viven en ella. Y si cierro los ojos, estoy segura que escucharé el eco de mis pasos desesperados, aquel trágico día. Sacudo mi cabeza, eso ya quedó atrás, eso debe quedar en el pasado. Ahora mi presente tiene otras heridas, -algunas físicas-, y otras que no se ven, pero se siente con mucho dolor.

Recorro el pasillo y me detengo en la primera puerta, «cerrada como siempre». Luego sigo caminando y llego al cuarto de mi madre, pulcro y monocromático. La tercera, del lado derecho, es el cuarto de Jonas. Me asomo y veo todo tan ordenado, tan inmaculado, que no parece ser el cuarto de un niño de siete años. Recuerdo que mi madre lo retaba a menudo para que acomodara sus juguetes y sus autos. Yo estaba segura que el desorden lo había heredado de mí.

Sigo caminando y paso por la puerta del cuarto de baño, por el dormitorio de Lucy,-que siempre huele bien y tiene el mismo look glamoroso que ella. Luego me detengo frente a una puerta casi al final del pasillo, tiene colgado un cartel en inglés de «NO MOLESTAR». Dudo antes de abrir. Tengo miedo de regresar a lo que fue mi espacio personal, mis cosas. Volver a mi cama, mi ropa, mi música. Tener que retomar esta vida, una realidad en la que él no está. No escuchar su voz, sus regaños, sus manos y piel, y su único beso. Entrar a mi cuarto significa entrar a un mundo en el que él no existe.

¡Maldición!, la angustia y las ganas incontrolables de llorar, se apropian de mí, y yo odio llorar. Entonces, respiro, tomo coraje, giro el picaporte y abro la puerta. Pero lo que me encuentro dentro, me deja sorprendida y desconcertada.

No veo ni mi cama, ni mi mesa de luz. No están mis cassettes con mi radio cassetera Sanyo, ni los pósters de Metallica y Madonna. Ni el perchero de madera con mis Blazers y pañuelos, ni mi sillón rojo, ni siquiera el uniforme o las carpetas del colegio. En vez de eso, hay un escritorio amplio, con planos y reglas de diferentes tamaños. Una lámpara de estudio, una moderna computadora. Una butaca alta, y demás cosas, que evidentemente, no son mías.
En ese momento, Lucy llega a mi lado.

—Nina, se que estás sorprendida. Te lo explicaré. Hace un mes conseguí una pasantía para una firma importante de Arquitectura. La oficina principal queda en la Capital, pero yo no quería dejar sola a mamá y a Jonas. Así que pensamos que, son sólo unos meses–hace una pausa—Mi cuarto es pequeño, aquí tengo buena luz para trabajar, y la conexión de la computadora es estable.

La escucho sin saber que contestar. Está tan preocupada buscando disculpas.

—Puedo quitar todo en unos días, no te preocupes–se excusa—Empezaré a trasladar mis cosas...

No sé que como sentirme. Sí enojada, dolida, ¿desilusionada tal vez?. Esta extraña impresión que te tengo, de haber regresado para complicarles de nuevo la vida, es angustiante.

—Está bien Lucy. Deja todo así. Es tu trabajo, lo entiendo. Solo me preguntaba dónde estan mis cosas, y dónde dormiré...
—Ven–y me hace un gesto para que la siga.

BÚSCAME EN PROVIDENCE. (2°libro de la trilogía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora