Las mieles de la victoria

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Aelin entró al fortín.

Desde la misma entrada pudo ver el desastre que había provocado aquella cruel batalla. Cientos de hombres heridos se amontonaban por todos los pasillos, cubiertos con raídas mantas y acompañados por sus familias, quienes soportaban con impotencia sus lamentos y quejas de dolor, y les limpiaban la sangre con trozos de sus propias ropas.

_Los caídos serán sepultados en el exterior_dijo un capitán_, reúne a un número suficiente de los que se encuentren aptos y que salgan con las palas que encuentren.

_¿Y los cuerpos del enemigo, señor?

El capitán dudó unos segundos.

_Amontonadlos bien lejos del fortín y quemadlos, que no queden ni las cenizas de esa escoria_contestó el hombre_.Continuad entrando a los heridos y que acudan a ellos todos los que posean conocimientos médicos.

_A sus órdenes_respondió el soldado antes de retirarse a cumplirlas_.

La elfa se arremangó y se dispuso a unirse a la causa. Observó a su alrededor y encontró a un hombre tumbado que se sujetaba el vientre con una mano y entre los dedos se le escapaba la sangre.Se acercó a él y se arrodilló a su lado. No sabía si le quedarían fuerzas para resistir, pero haría lo que pudiese.

_Déjame ver..._le dijo, apartándole la mano_quizás pueda hacer algo.

Aelin colocó sus manos sobre la herida del hombre, se concentró y descargó sobre su cuerpo su propia vida, pero no pudo resistirlo, sus músculos se aflojaban y ella misma se tambaleaba hacia los lados falta de fuerzas.

_No puedo más..._dijo ella, agotada_es imposible, así no podré, pero buscaré la forma.

Recordó el saco con los remedios de Rivendel y fué a buscarlo. Allí tenía revitalizantes, Athelas y utensilios de cirugía, no sería igual de efectivo que sus manos, pero no tenía otra.

_¿Qué estás haciendo aqui, Aelin?_le dijo Aragorn al encontrárselo al doblar una esquina_Vete a descansar, tu cometido ya ha terminado.

Aragorn le notó el cansancio en la cara.

_Voy a por el saco, allí tengo...

_No vas a ningún lado_la interrumpió_, vete a descansar, ya hay suficientes curanderos atendiendo heridos.

_Aragorn, sólo iba a...

_Si no hubieses salido de las cavernas, habrías estado fresca ahora, cuando es realmente necesario.

_¡Atendí a los elfos cuando empezaron a caer!_le gritó ella_No podía estar mirando mientras los derribaban, y habría hecho mucho más si no hubiese estallado el muro y no me hubieran herido.

_¿Por qué eres tan testaruda, Aelin?_la reprendió el montaraz_Faltó poco para que te matasen... piensa en tu padre y tus hermanos.

_Ya lo hago, todo el tiempo y, ¿sabes qué? Que Lord Elrond de Rivendel estaría más que orgulloso de mí, es lo que me ha enseñado, y es lo que aplico...¿de qué sirve estar con vosotros si no puedo ejercer mi don? No puedo defenderme a espada a veces, como vosotros, ¡pero puedo salvar vidas, como he hecho en aquella cornisa!

Aelin prorrumpió en un llanto contenido.

_Es a lo que me comprometí y lo cumpliré aunque intentes esconderme, tú y tu amigo el silvano.

Aragorn la miró a la cara.

_Mi amigo el silvano te ha salvado la vida sin que te dieses cuenta_le dijo_, arriesgó la suya para detenerse en medio de la batalla, quitarse el cinturón, hacerte un torniquete y arrastrarte hacia un lugar apartado. Creo que le debes, aunque sea, un "gracias".

ESDLA,una elfa en la CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora