Sin voluntad

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Entre aquel barullo de hombres que aquella tarde llenaban el Sagrario con sus voces, caballos y bultos, buscó con la vista a alguno de sus compañeros, pero ninguno de ellos parecía andar cerca. Vio a algunos de los elfos de Lorien pasar por delante de la tienda que compartía con Eowyn. Ellos no necesitaban refugios para pasar la noche, acostumbrados a la vida a la intemperie y si les apetecía descansar, simplemente se sentaban en cualquier sitio un poco menos concurrido para sosegar sus almas. Por ello compartían un par de tiendas únicamente para resguardar sus armas y escasas pertenencias.
Se dejó caer con la espalda en uno de los postes que sujetaban la tela.
Se sentía extraña. Una rara sensación comenzaba a cosquillear dentro de ella...no eran las vibraciones de los presentimientos que a veces sufría cuando todo estaba a punto de complicarse u ocurrir algún oscuro suceso y su interior la avisaba de ello.
Era otra cosa diferente, como algo ajeno a ella. Sentía una presencia lejana, un acontecimiento velado, oculto, pero ligado a su ser de alguna manera. No podía descifrar qué, pero no le terminaba de gustar. Cerró los ojos.
No sabía por qué, pero se le venía a la mente el vestido beige. Tenía algo que ver con aquello. ¿Cuándo lo había guardado allí? Puede que Eowyn hubiese entrado a la habitación y se lo hubiese llevado para mandarlo a lavar y adecentarlo, ella no había tenido tiempo de ocuparse de ello...
El vestido... el vestido...
"Tindómiel".
Runas élficas a lo largo de una hoja. Fuerte como el acero...hija de Elrond, de Rivendel...
Arwen...
Ahora el reluciente arma de acero élfico también acababa de aparecer en sus pensamientos.
Abrió los ojos y despegó su cuerpo de la viga de la tienda.
Definitivamente, aquella guerra estaba por conducirla a la demencia. Ni siquiera ya se sentía ella misma, sino casi una extraña que poco a poco fuese evolucionando hacia otra clase de entendimiento, personalidad.
¿Dónde se había metido Eowyn? Quizá hablando con ella pudiese poner en orden sus ideas y averiguar si aquello era fruto de la madurez o de alguna clase de traumas ya instalándose sobre ella para posarse en su vida para siempre. Podría estar empezando a dejar atrás a la casi adolescente elfa que había sido hasta ahora y ocurrirle como a muchos hombres que vuelven de la guerra, con sus vidas ya marcadas por la crudeza de una batalla y el sufrimiento de las guerras...aguerridos soldados cubiertos de cicatrices interiores que jamás dejarían de pasar desapercibidas al recuerdo.
Aragorn... debía hablar con él.
No.
¿Por qué no? El montaraz del norte, a quien conocía desde niña y se habían confesado tantos secretos, tantas andanzas y compartido el mismo cariño era el confidente ideal para aclarar su mente. Tantas trifulcas había vivido, tantos lugares había visitado y tantos sucesos habían mellado su cuerpo tanto exterior como interiormente.
Tenía demasiada responsabilidad ahora.
Siempre estuvo apartado de lo que su destino le deparaba, su retorno como rey de Gondor, y ahora se hallaba sumergido de lleno en su propio futuro y el de la humanidad.
¿Y ahora aquella joven elfa y su recién descubierta debilidad ante donde, voluntariamente se había metido, iba a ir a ocuparle la mente con sus propios problemas? Muchos de los hombres allí congregados, por no decir todos, también poseerían lo mismo que ella se descubría...quizá aún más profundamente, porque incluso siendo guerreros, fríos y valientes, habían soportado más miedo que ella, y su interior clamaba por la paz y por la lejana esperanza de que algún día sus heridas comenzasen a cerrar.
Debía alejarse de él, no consideraba propicia aquella charla. Quizá cuando todo terminase...a saber cómo, y cuando, y con quiénes.
Alejarse...¿por qué tan radical? No era la palabra exacta que buscaba... ¿Apartarse quizás? Esa le parecía más acertada.
Sin darse cuenta, el horizonte ante ella se volvía anaranjado por momentos. La tarde comenzaba a caer y los soldados se preparaban para un rancho general. Habían montado las cocinas, como el rey Theoden había mencionado durante el camino y la muchedumbre comenzaba a ralear por la zona.
¿Estarían ya sus compañeros allí?
Entonces vió deslizarse por detrás de una de las tiendas al más apropiado en aquel momento para hacerle una simple pregunta.
_¡Gimli!_lo llamó mientras iba en su busca.
El enano, al oírla, se detuvo y vislumbró en sus suspicaces ojos que precisamente él tampoco era un derroche de entusiasmo por muy extraño que pudiese parecer.
_¡Amiga elfa!_dijo con un deje de sorpresa_Esto es un laberinto de tiendas todas iguales para tratar de averiguar dónde se mete cada uno de nosotros.
_Bueno..._dijo Aelin_Eowyn y yo estamos en aquella grande de allí_señaló su blanco refugio a unos veinte metros_, los demás no sé dónde os instaláis.
El enano emitió un gruñido.
_Yo no necesito ningún escondrijo para dejar mi hacha, ésta preciosidad viene atada a mi espalda desde que comenzamos todo éste periplo, y Legolas tan sólo deja a su enorme bestia blanca atado a cualquier sitio...pensé que estaría contigo, pero cuando llegamos, atendió al caballo y se disolvió como el vapor de una olla hirviente.
_No, de hecho quería preguntarte si lo habías visto, pero no importa, lo buscaré_dijo la elfa elevando la vista hacia las altas rocas de la montaña_, intentaré convencerlo para que nos acompañe a la cena. Creo que sé dónde podría encontrarle.
_Espero que tengas suerte, porque está demasiado extraño_dijo Gimli_, vosotros los elfos tenéis unos cambios de humor inusuales, amiga.
Aelin sonrió y se despidió de él, deseándole buen provecho.
Se alejó del centro del campamento dispuesta a adentrarse por entre las rocas que coronaban la cima de aquella mole de piedra. De pronto, vio venir hacia ella, al trote largo, a uno de los caballos de los soldados cayendo la montura sin abrochar por el camino. Aelin se puso delante para detenerlo. Parecía haberse asustado por algo y se acercaba rápidamente con los ojos desencajados por el miedo.
_Daro, daro, mellon, mae carnen, tolo a nîn (Para, para, amigo, bien hecho, ven conmigo).
El caballo se detuvo al encontrarse con su obstáculo y Aelin lo sujetó firmemente de las riendas, acariciándole con suavidad el aterciopelado hocico mientras le hablaba con tranquilidad.
_Ese lugar pone los vellos de punta a toda criatura_dijo un soldado acercándose a por el caballo_, la misma muerte acecha en el aire.
Aelin le entregó las riendas.
_¿Muerte?_le preguntó ella_¿A qué lugar te refieres?
El hombre movió a su caballo para que la elfa pudiese ver más allá, hacia la imponente pared de roca que se elevaba ante ella. Un estrecho desfiladero se abría más adelante conformando la entrada a un oscuro y pedregoso camino donde una ligera neblina gris parecía rezumar de entre la piedra.
_Lo llaman el Sendero de los Muertos_dijo el soldado en tono sombrío_. Nadie en su sano juicio se atreve a aventurarse más allá de esa grieta. Al final de ese sendero, moran los Olvidados, todo un ejército de fantasmales traidores que se negaron a servir a su rey cuando la guerra requirió de sus servicios, y por esa causa Isildur los condenó a vagar sin descanso bajo su propia maldición. Ahora los muertos vigilan sus dominios y no permiten el paso a los vivos.
Aelin observaba con atención la entrada al desfiladero del sendero. Indudablemente el soldado tenía razón, podía casi palparse el aire enrarecido del olor de los difuntos y cómo sus cuencas vacías vigilaban el paso hacia su territorio.
_No es a los muertos a quienes debemos temer_dijo Aelin en un murmullo_, sino a los vivos con los que día a día convivimos.
El hombre miró a la elfa con extrañeza. Había oído hablar que la Hermosa Raza no temía a los muertos, pero aquella joven estaba equivocada.
_Todo el que se ha adentrado por ese funesto camino se ha quedado dentro. Nadie ha vuelto para contarlo. ¿No es razón más que sólida para temer?_le dijo éste.
Aelin desvió la vista de la roca para ponerla en el soldado.
_No es la carne la que lee el espíritu ajeno, sino éste mismo_le dijo Aelin mirándolo a los ojos_.Las almas en pena han aprendido a depender tan sólo de él y tienen la capacidad de descubrir las intenciones de los que se adentran. Los que no volvieron temieron su suerte al carecer de espíritus puros a sus entendimientos...y el miedo que los muertos descubrieron en ellos fué su perdición.
El soldado escuchaba a aquella joven con atención.
_¿Queréis decir que si dejáis a un lado el miedo los espectros permitirían vuestro paso a sus dominios?
_El miedo es el resultado de la inseguridad hacia tus pretensiones_le contestó Aelin_. Si tus propósitos son los adecuados, incluso los muertos bajo una maldición te abrirán su camino.
El soldado parecía cavilar sobre ello.
_Bajo mi punto de vista, aquel que lleve esas buenas intenciones jamás entraría ahí. Nada bueno puede traer una horda de malditos a los vivos...salvo los tesoros que guardan bajo la montaña.
Aelin contemplaba la neblina que se dejaba entrever en la entrada.
_Es porque el hombre es corrupto por naturaleza y ansía la riqueza y el poder ante todo. Y lo saben, porque una vez ellos lo fueron.
La elfa se volvió dejando al soldado pensativo.

ESDLA,una elfa en la CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora