El intruso II

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_¡Legolas!_lo llamó mientras corría por el pasillo.
Debía estar en alguna de aquellas celdas, quizá imposibilitado para hablar, pero tenía que encontrarle antes de que su vida se apagase del todo.
No pensaba salir de Orthanc sin encontrarle, aunque tuviese que rebuscar hasta en el último rincón.
Todas las puertas disponían de troneras. Se asomó una por una en vez de perder tiempo buscando la llave correcta.
_¡Aguanta un poco, ya estoy ahí!_gritó ella.
Entonces lo escuchó toser algo más adelante.
_¡Ya voy!_dijo corriendo hacia el final del pasillo.
Se asomó en la última y, con horror, lo vió sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared.
Su ropa estaba salpicada en sangre y respiraba con desesperación. Se ahogaba.
Aelin empezó a probar llaves con las manos nerviosas, metiéndolas una por una en la cerradura.
_Aelin..._escuchó ella desde adentro.
Al fin encontró la llave correcta, la hizo girar y abrió.
El elfo alzó la vista hacia ella, quien corrió hasta él, tirando la espada y las llaves al suelo.
_Tranquilo, estoy aquí, no te muevas_dijo ella arrodillándose frente a él_.
Respiraba ruidosa y agitadamente, algo lo había dañado por dentro y lo hacía asfixiarse. Aelin le descubrió rápidamente la ensangrentada chaqueta y lo palpó.
Una de sus costillas le había perforado el pulmón y estaba matándolo lentamente.
La elfa lo hizo tumbarse en el suelo.
_Ahora quédate quieto y déjame hacer_le dijo con suavidad dejándole caer las manos sobre la piel_.
La joven cerró los ojos, y al hacerlo, notó que Legolas ponía las suyas encima de las de ella y se las apretaba con fuerza.
La elfa pronunció en voz baja las palabras de sanación mientras por sus manos comenzaba a fluir el don otorgado, llenándole las venas con su gracia y actuando por su interior, apenas sintiendo las leves vibraciones de la magia élfica, que fluía cumpliendo su cometido, e iba extendiéndose como un manto blanco sobre su mal.
Poco a poco, el elfo fué reduciendo la frecuencia de su respiración, el murmullo del burbujeo fue desapareciendo y las inspiraciones se volvieron menos profundas y más lentas.
Aelin podía sentir desde la palma de sus manos hasta su interior cómo la calma iba extendiéndose por el cuerpo de Legolas y cómo el dolor de éste iba desapareciendo, a la vez que el sosiego se iba apoderando del corazón de la joven, olvidando por completo durante esos momentos todo lo demás, y sus ojos se humedecieron en respuesta al alivio y la felicidad de poder haber salvado su vida.
Legolas abrió los ojos y encontró los de Aelin frente a él. Su cabello enmarañado se le posaba en anchos mechones por delante de los hombros y sus mejillas, salpicadas por aquellas graciosas pecas, aparecían surcadas por las lágrimas. Aún con sus manos dejadas caer sobre su cuerpo, le sonreía vagamente mientras los dedos de ella se movían casi imperceptiblemente sobre su piel y bajo sus propias manos. Legolas alzó una de las suyas hasta su cara y sus dedos enjugaron una de las gotas que resbalaban por su mejilla.
_Sabía que algún día volverías a tocarme_le dijo él casi en un susurro_, pero nunca imaginé que tus ojos me hablasen de esa forma al hacerlo.
Aelin sonrió entre lágrimas.
_Me alegro de verte, silvano_le dijo ella intentando deshacer el nudo que se había formado en su garganta_. Ya te echaba de menos.
Legolas se incorporó y la atrajo hacia él, apretándola en un fuerte abrazo con el cual no hacían falta las palabras. Ella, al sentir que su cuerpo la reclamaba, se aferró a él y se echó finalmente a llorar con desconsuelo, dejando salir todo lo acumulado, la rabia, la cólera, la traición y el engaño, el miedo...
El elfo dejó que se desahogara unos momentos pasándole la mano por su alborotado cabello una y otra vez hasta que Aelin, al cabo de unos minutos, empezó a relajarse poco a poco y su llanto desconsolado se fué viniendo a menos.
_Aelin_le dijo separándose de ella cuando consideró oportuno_, ¿qué ha ocurrido allí arriba? ¿Qué ha hecho contigo?
La joven lo miró sin saber qué contestarle.
¿Cómo decirle que había traicionado a la Compañía, cuando todos luchaban contra Él sacrificando sus propias vidas?
Pondría el grito en el cielo si le decía que lo hizo a cambio de su vida...la que estaba dispuesto a sacrificar por lo que era justo.
Él no lo entendería, pero ella no tuvo elección.
_Me escapé_dijo ella al fin_, quiso entrar en mi mente, pero no lo dejé tocarme y salí corriendo por las escaleras.
_¿Entrar en tu mente?_le preguntó Legolas frunciendo el ceño_Quiso usar el poder de la Dama de la Luz para sus planes...dime, ¿es esa aberración lo que tramaba?
Aelin vió abrirse terreno demasiado peligroso.
_Sí_dijo dubitativa_, puede...puede ser.
El elfo se levantó y le ofreció la mano para que ella hiciese lo mismo.
_Vamos a hacerle una visita_dijo Legolas_, a él y a su rastrero sirviente.
De pronto escucharon un ruído fuera de la celda, muy cerca de ellos y se pusieron en alerta.
Los dos Uruk-Hai que atacaron al elfo en el patio habían entrado al pasillo por la salida más próxima y levantaron las armas al ver la puerta de la celda abierta.
_¡Estabas casi muerto!_gritó uno de ellos en el umbral al verlos, y miró a Aelin_¿Qué haces tú aquí?
La elfa vió el manojo de llaves y la espada que le había quitado al otro Uruk en el suelo, a los pies de aquellos dos orcos. Se anudó rápidamente el vestido a las piernas.
_Venid a por nosotros si tenéis hambre_los desafió ella_,sé que os gusta jugar, apestosos.
Legolas entendió lo que quería hacer. Estaban desarmados y sólo podían aprovecharse de su agilidad y de aquel reducido y oscuro espacio.
Los dos Uruk-Hai se enfilaron hacia ellos con las armas en ristre dispuestos a destrozarlos, pero los elfos, rápidos como ellos mismos, se deslizaron entre ellos con soltura, casi sin ser vistos y enseguida los esquivaron, colocándose detrás, junto al umbral.
_¡Aelin, las llaves!_dijo Legolas agarrando la espada del suelo_¡Sal de aquí!
La elfa agarró el manojo de llaves y salió de la celda mientras Legolas se ayudaba de la oscuridad de aquel recinto y luchaba contra los dos orcos.
Al cabo de unos momentos oyéndose golpes y gruñidos, todo se hizo de nuevo silencio y el elfo salió al pasillo con la espada orca ensangrentada.
_Veo que has recuperado la forma_le dijo Aelin esperándolo_, quién lo diría de un silvano recién sacado de los brazos de la muerte.
Legolas le miró las piernas con el vestido atado a ellas.
_Y tú deberías empezar a vestir de otra manera_le dijo señalándola_. Sería más práctico para una cabra salvaje.
Aelin sonrió.
_Tienes razón_contestó ella_.Vámonos de aquí, éste sitio me hace perder los nervios.
Los dos elfos echaron a correr por el pasillo, Aelin abrió la puerta con el manojo de llaves y se dirigieron hacia la escalera, subiendo a toda prisa hacia la sala donde Saruman la había retenido.
La puerta estaba entreabierta y no tuvieron más que empujarla y entrar, para sorprender allí adentro al mago y a su esbirro, juntos y hablando entre ellos, quienes dieron un paso atrás al ver a Legolas completamente recuperado y a Aelin tras él.
Grima se volvió aún más pálido de lo que ya era cuando el elfo avanzó hacia ellos con la espada del orco en una de sus manos.
_Te dije que te encontraría_dijo Legolas amenazante_.
El elfo tiró la espada al suelo, le dió una patada y la lanzó hasta los pies de Grima.
_Defiéndete_le dijo Legolas_.
Saruman, que había retrocedido hasta la mesa, tuvo una idea.
_Cógela, maldito inútil_le dijo éste al ver que se había quedado inmóvil por el miedo_. Hacia la puerta.
El esbirro miró donde le decía. Ya sabía lo que quería hacer.
Grima se agachó y recogió la espada, y justo en ese momento, Saruman le saltó encima a Legolas, quien bajó la guardia del esbirro para defenderse del mago.
Grima dió una rápida carrera hacia la puerta y sorprendió a Aelin, quien no se esperaba la reacción del hombre y no le dió tiempo a huir, por lo que se le tiró encima, se colocó detrás de ella y le puso el filo de la espada al cuello.
_¡Grima!_gritó Saruman mientras forcejeaba con Legolas_¡Recuerda lo que hemos hablado!
El esbirro apretó la espada contra la piel de Aelin.
_¡Suéltale, elfo!_gritó éste_O tu preciosa dama de Rivendel dejará de existir en éste mundo.
Legolas, al ver a Aelin bajo las garras de aquel mugriento, hizo lo que le decía.
_Maldita serpiente..._dijo el elfo con rabia_Acabaré contigo de cualquier forma.
Saruman sacó de detrás de la mesa una brillante espada y la alzó delante de Legolas.
_Vuestro tiempo se termina, elfos_dijo éste acercándose al silvano_, una nueva era comienza en la Tierra Media, y ni siquiera la magia élfica podrá hacer nada por evitarlo.
Legolas miraba a Saruman y a Aelin alternativamente.
_Rivendel, Lorien, el Bosque Negro...todos vuestros clanes desaparecerán bajo la Sombra junto a los pocos habitantes que allí moran. ¡Uníos, elfos!_dijo el mago señalándolos con la espada_¡Uníos y no pereceréis! No tenéis otra opción, salvo marcharos todos hacia vuestra lejana tierra.
_Mientras mi padre continúe reinando en el norte, lucharemos por ésta_dijo Legolas enfrentándolo_.Jamás nos someteremos a Sauron.

_¿Y seguirá luchando si su único hijo pierde la vida aquí?_dijo Saruman acercándole la punta de la espada_¿O se rendirá al dolor y la pérdida de lo que le queda de familia? Marchará sumido en la pena hacia los Puertos Grises, acabado como rey y abandonando la Tierra Media a su suerte. Sus soldados sin líder se dispersarán y no habrá ejército elfo para enfrentar al Señor Oscuro.
_Te equivocas en tus suposiciones, Saruman_le dijo Aelin_, aunque los elfos abandonemos éstas tierras, el heredero de Isildur convocará a la humanidad para derrotar a la Sombra.
El mago rió al escucharla.
_Yo no estaría tan seguro de ello, jovencísima hija de Elrond. Aragorn, hijo de Arathorn, ese exiliado montaraz del norte, no llegará al trono de Gondor.
Aelin, de pronto, recordó a Arwen y su padecimiento, los días que le estaban contados, y una furia descomunal la recorrió de arriba a abajo. Levantó de repente los brazos y de un manotazo apartó de su cuello la espada con la que Grima la tocaba. Se giró y, con la agilidad de un gato, le arrebató el arma al esbirro del mago y se la incrustó en el vientre, cayendo éste al suelo aún sin saber que ya lo había matado.
Legolas, en cuanto vió a Aelin libre, se agachó rápidamente y le dió una patada al brazo del mago, quien soltó la espada por el golpe, la cual atajó el elfo en el aire antes de que cayese al suelo y empujó a Saruman hacia atrás, acorralándolo contra la mesa y ahora fué él quien le puso la espada al cuello.
_Tus trucos se han vuelto contra ti, traidor_le dijo el elfo_, vas a pagar las vidas que has segado por tu ambición.
Saruman, aún a punto de ser degollado, soltó una risa.
_Aunque me mates, elfo, el daño ya está hecho_le dijo_, ya no hay vuelta atrás.
_¿Qué estás diciendo?_le preguntó el silvano_¡Explícate!
La elfa, al oírlo se sobresaltó. Iba a soltar la lengua.
_¡Legolas!_gritó Aelin acercándose a toda prisa_¡Acaba con él de una vez!
Saruman abrió la boca para hablar, pero de pronto Aelin saltó junto a los dos y empujó el brazo del elfo contra la garganta de Saruman, cercenándole el cuello, y su sangre comenzó a brotar sobre la mesa.
El mago cayó sin vida a los pies de los dos elfos.
_¿Qué has hecho? ¡Estaba a punto de decirnos algo!_le reprochó Legolas.
_Es un embustero_dijo Aelin mirando cómo un charco rojo vivo se extendía por el suelo y bajo la mesa_. Sólo quería asustarnos con sus mentiras.
Legolas miró a Aelin incrédulo. Por un momento encontró en sus ojos una expresión que no reconocía en ella. Ocultaba algo, estaba seguro.
_Volvamos a Edoras con los demás_dijo ella tirando al suelo la espada orca_, estarán buscándonos como locos.
El elfo tiró también la de Saruman encima de su cuerpo inerte y le puso a Aelin el brazo sobre los hombros, llevándola hacia la puerta.
_¿Estás bien?_le preguntó mientras salían.
_Sí_contestó Aelin soltándose la falda del vestido_, tan sólo estoy cansada y harta de todo ésto.
Era la primera vez en todo aquel tiempo que reconocía que aquella guerra estaba haciendo mella en ella. Su coraza al fin comenzaba a abrirse por varios sitios.

Bajaron al patio donde aún estaban los cadáveres de los huargos y Legolas fué a buscar sus armas por allí desperdigadas mientras Aelin, esperándolo en el umbral del pasadizo, lo seguía con la vista.
El sentimiento del que huyó por la ventana del castillo se hizo más claro y evidente. Aquel silvano estaba tocando su corazón tan a fondo que accedió a dejar su alma en manos de Saruman a cambio de su vida.
Vida que estuvo a punto de extinguirse por empeñarse en creer que tan sólo era deseo lo que sentía.
Había intentado no sentir por Haldir lo mismo, por aquella maldita guerra que estaba acabando con las vidas de tantos...para no sufrir como le estaba pasando a Arwen por la ausencia del ser amado.
Pero para ella ya era demasiado tarde.
Aquella estúpida noche había tenido la culpa de que los sentimientos que evitaba estuviesen cayendo sobre ella como un castigo.
Supuso que el amor no era algo de lo que se puede huir, sino que te alcanza y te atrapa, sean cuales sean las circunstancias.
Sólo esperaba que lo que Saruman hubiese hecho a través de ella, no tuviese demasiadas consecuencias.

ESDLA,una elfa en la CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora