𝘭𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘨𝘪𝘴𝘦𝘭𝘭𝘦

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—Bien, es fin de semana, ¿irás a tu casa?

Ambos adolescentes se encontraban en la habitación del menor, jugando con la Xbox de este, y como siempre, Chenle ya se había cansado de ganarle.

El mayor se tiró de espaldas a la cama, estirando su cuerpo, sin notar que el menor tenía puestos sus ojos en él, específicamente en el pedazo de piel de su cintura expuesta, por culpa de su camiseta algo corta.

—Oye, ¿qué estás mirando? —se levantó en un pestañeo y bajó su prenda—. Pervertido.

—N-no, fue un accidente, u-un simple acto de reflejo. Ya sabes, a-algo se mueve y lo primero que haces e-es mirar.

El rubio intentaba explicar, moviendo sus manos hacia el frente de manera frenética, junto a sus mejillas coloradas. Chenle mordió su labio inferior para no reír, cuando su amigo se encontraba en ese tipo de situaciones, donde debía defender a su persona, llegaba a ser involuntariamente tierno, conocía a Jisung y él no era ese tipo de chico.

—Te salvas por esta vez —apuntó a su amigo con el dedo, mientras este tragaba con dificultad—. Solo porque me voy a colar en tus planes.

El menor soltó el aire acumulado en sus pulmones y su alma volvió a su cuerpo.

—Iré a casa de mi tía Giselle y sabes que eres más que bienvenida allí.

—Okey, entonces iré a buscar algo de ropa —el mayor se levantó de la cama, lista para salir de la habitación.

Aunque no pudo hacerlo, ya que la mano de Jisung lo detuvo, su grande y suave mano tomaba la suya, al levantar la mirada, se encontró con esos ojitos de ciervo que siempre se mantenían relucientes.

—Prométeme que le dirás a tu papá, Lele. Sé que estás molesto con él, pero no es necesario preocuparlo.

—Bien, lo haré...

...

Jeno fue el encargado de llevar a ambos jóvenes a la casa de su tía Giselle, había pasado un tiempo desde que Jisung no iba a quedarse en su casa, por lo que la mujer lo había llamado en reiteradas ocasiones, solo para saber si su pequeño Jisung la visitaría.

Sin saber, si confiar o no en los menores, llamó por teléfono a Mark, contándole los planes del par, y al parecer, si estaba enterado, habían cruzado un par de palabras y lo único que Jeno sabía, es que su amigo tenía que hablar con él.

—Chicos, les recuerdo que deben portarse bien y hacer caso a todo lo que Giselle diga —advirtió Jeno con seriedad, antes de salir de la casa.

—Ay, Jeno, por favor, como si tú hubieras hecho eso de adolescente —exclamó su tía—. ¿O tengo que recordarte a qué venias con Jaemin?

—Giselle, no frente a los niños.

La mujer rio, mientras los jóvenes no podían ocultar su cara de asco, claramente no eran unos niños, sabían leer entre líneas, aunque sus mayores se negaran a creer.

—Bien, abuelito. Entonces vete.

—Es increíble lo rápido que me destierras —habló el pelinegro, ofendido.

—Jen, cariño, ya pagas impuestos y dices chistes malos. Mejor deja que disfrute de mi niño.

Soltando un bufido, el pelinegro se despidió de ambos adolescentes y fue acompañado por su tía hasta la salida.

—Sabes que siempre serás mi niño, ¿verdad? —preguntó la mujer, tomando a su sobrino de las mejillas.

—Lo sé —rio por lo bajo.

𝘛𝘩𝘦 𝘊𝘶𝘳𝘪𝘰𝘶𝘴 𝘉𝘢𝘣𝘺 ─ 𝙉𝙊𝙈𝙄𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora