Capítulo 8

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El profesor de Pociones
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-Ahí, mira.

-¿Dónde?

-Al lado del chico alto y pelirrojo.

-¿Cuál de los dos?

-La chica, ¿Has visto su cara?

-¿Has visto su cicatriz?

-Ve a hablarle.

-Ve a hablarle tú.

Los murmullos siguieron a Harriet desde el momento en que, al día siguiente, salió del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarla, o se daban la vuelta en los pasillos, observándola con atención. Harriet deseaba que no lo hicieran, porque la hacían sentir que tenía algo malo, si no se había podido peinar, si tuviera la túnica chueca. Al despertar, su túnica se tiño de rojo en algunas partes, además de que apareció el escudo de Gryffindor bordado.

En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Harriet estaba segura de que las armaduras podían andar.

Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino indicado a los nuevos Gryffindors, pero Peeves el poltergeist se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, tomaba la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!

Harriet se encontró con un gato la mañana siguiente que buscaban el camino para llegar a clases.

-Pss, pss, gatito, ven.- se inclinó pero el gato salí corriendo, Harriet corrió tras el gato, pero se escondió bajo las piernas de Argus Filch, el celador, que era aún peor que Peeves, si eso era posible.

Ron intentaba abrir una puerta que, desgraciadamente, resultó ser la entrada al pasillo prohibido del tercer piso. No les creyó cuando dijeron que estaban perdidos, estaba convencido de que querían entrar a propósito y los amenazó con encerrarlos en los calabozos, hasta que el profesor Quirrell, que pasaba por allí, los rescató.

El gato que Harriet encontró era de Filch, llamada Señora Norris, una criatura flacucha y de color polvoriento, con ojos saltones como linternas, iguales a los de Filch. Patrullaba sola por los pasillos. Si uno infringía una regla delante de ella, o ponía un pie fuera de la línea permitida, se escabullía para buscar a Filch, el cual aparecía dos segundos más tarde. Filch conocía todos los pasadizos secretos del colegio mejor que nadie (excepto tal vez los gemelos Weasley), y podía aparecer tan súbitamente como cualquiera de los fantasmas. Todos los estudiantes lo detestaban, y la más soñada ambición de muchos era darle una buena patada a la Señora Norris, a Harriet le gustaban los gatos, pero incluso ese gato se le hacía molesto.

Y después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, como Harriet descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas.

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora