Capítulo 2

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El error de la Tía Marge
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Cuando Harriet bajó a desayunar a la mañana siguiente, se encontró a los
tres Dursley ya sentados a la mesa de la cocina. Veían la televisión en un aparato nuevo, un regalo que le habían hecho a Dudley al volver a casa después de terminar el curso, porque se había quejado a gritos del largo camino que tenía que recorrer desde el frigorífico a la tele de la salita.

Dudley se había pasado la mayor parte del verano en la cocina, con los ojos de cerdito fijos en la pantalla y sus cinco papadas temblando mientras engullía sin parar.

Harriet se sentó entre Dudley y tío Vernon, un hombre corpulento, robusto, que tenía el cuello corto y un enorme bigote. Lejos de desearle a Harriet un feliz cumpleaños, ninguno de los Dursley dio muestra alguna de haberse percatado de que Harriet acababa de entrar en la cocina, pero ella estaba demasiado acostumbrada para ofenderse. Se sirvió una tostada y miró al presentador de televisión, que informaba sobre un recluso fugado.

«Tenemos que advertir a los telespectadores de que Black va armado y es muy peligroso. Se ha puesto a disposición del público un teléfono con
línea directa para que cualquiera que lo vea pueda denunciarlo.»

-No hace falta que nos digan que no es un buen tipo -resopló tío Vernon echando un vistazo al fugitivo por encima del periódico-. ¡Miren qué pinta, vago asqueroso! ¡Miren qué pelo! ¡Mira los tatuajes que tiene! ¿Lunas? ¿Símbolos satánicos?

«El ministro de Agricultura y Pesca anunciará hoy...»

-¡Un momento! -ladró tío Vernon, mirando furioso al presentador-. ¡No nos has dicho de dónde se ha escapado ese enfermo! ¿Qué podemos hacer? ¡Ese lunático podría estar acercándose ahora mismo por la calle!

Tía Petunia, que era huesuda y tenía cara de caballo, se dio la vuelta y escudriñó atentamente por la ventana de la cocina.

Harriet sabía que a tía Petunia le habría encantado llamar a aquel teléfono directo. Era la mujer más entrometida del mundo, y pasaba la mayor parte del tiempo espiando a sus vecinos, que eran aburridísimos y muy respetuosos con las normas.

-¡Cuándo aprenderán -dijo tío Vernon, golpeando la mesa con su puño grande y amoratado- que la horca es la única manera de tratar a esa gente!

-Muy cierto -dijo tía Petunia, que seguía espiando las judías verdes del vecino.

Tío Vernon apuró la taza de té, miró el reloj y añadió:

-Tengo que marcharme. El tren de Marge llega a las diez.

Harriet, cuya cabeza seguía en la habitación con el equipo de mantenimiento de escobas voladoras, volvió de golpe a la realidad.

-¿Tía Marge? -barbotó-. No... no vendrá aquí, ¿verdad?

Tía Marge era la hermana de tío Vernon. Aunque no era pariente consanguíneo de Harriet (cuya madre era hermana de tía Petunia), desde siempre la habían obligado a llamarla «tía». Tía Marge vivía en el campo, en una casa con un gran jardín donde criaba bulldogs. No iba con frecuencia a Privet Drive porque no soportaba estar lejos de sus queridos
perros, pero sus visitas habían quedado vívidamente grabadas en la mente de Harriet.

En la fiesta que celebró Dudley al cumplir cinco años, tía Marge golpeó a Harriet en las espinillas con el bastón para impedir que ganara a Dudley en el juego de las estatuas musicales.

Unos años después, por Navidad, apareció con un robot automático para Dudley y una caja de galletas de perro para Harriet. En su última visita, el año anterior a su ingreso en Hogwarts, Harriet le había pisado una pata sin querer a su perro favorito. Ripper persiguió a Harriet, obligándola a salir al jardín y a subirse a un árbol, y tía Marge no había querido llamar al perro hasta pasada la medianoche. El recuerdo de aquel incidente todavía hacía llorar a Dudley de la risa. Quizá por eso a Harriet no le agradaban tanto los perros, tan solo tenía una mala visión acerca de ellos.

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora