Capítulo 10

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Alboroto en el Ministerio
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EL señor Weasley los despertó muy temprano, llevaban sólo unas pocas horas durmiendo pero se sintieron minutos. Usó la magia para desmontar las tiendas, y dejaron el cámping tan rápidamente como pudieron. Al pasar por al lado del señor Roberts, que estaba a la puerta de su casita, vieron que tenía un aspecto extraño, como de aturdimiento. El muggle los despidió con un vago «Feliz Navidad».

—Se recuperará —aseguró el señor Weasley en voz baja, de camino hacia el páramo—. A veces, cuando se modifica la memoria de alguien, al principio se siente desorientado… y es mucho lo que han tenido que hacerle olvidar.

—Debio de ser traumático…— dijo George. Tomó la mano de Harriet, ambos en silencio.

—"Podría besarte"— esa frase daba vueltas por la cabeza de Harriet, sentía que Draco jamás se había entusiasmado por besarla, en realidad nunca había ido más allá de un beso en la mejilla como despedida. ¿Por qué Parkinson? ¿Su padre seguía con la idea de su matrimonio preparado? A Harriet se le removía el estómago cuando pensaba que para el señor Malfoy Harriet y Draco seguían siendo enemigos y competidores. ¿Ella tenía que competir contra Parkinson?, ¿Y si después de tanto tiempo con la insistencia de Parkinson y su forzada cercanía, Draco comenzaba a desarrollar sentimientos por ella?

Los pensamientos la consumían, cada idea generaba díez más. George la miraba con preocupación de vez en cuando, pero no soltó su mano. Fue un viaje silencioso, cuando se dió cuenta, se habían acercado al punto de los trasladores, escucharon voces insistentes. Cuando llegaron vieron a Basil, el que estaba a cargo de los trasladores, rodeado de magos y brujas que exigían abandonar el cámping lo antes posible. El señor Weasley discutió también brevemente con Basil, y terminaron poniéndose en la cola. Antes de que saliera el sol tomaron un neumático viejo que los llevó a la colina de Stoatshead. Con la luz del alba, regresaron por Ottery St. Catchpole hacia La Madriguera.

Cuando doblaron el recodo del camino y La Madriguera apareció a la vista, les llegó por el húmedo camino el eco de una persona que gritaba:

—¡Gracias a Dios, gracias a Dios!

La señora Weasley, que evidentemente los había estado aguardando en el jardín delantero, corrió hacia ellos, todavía calzada con las zapatillas que se ponía para salir de la cama, la cara pálida y tensa y un ejemplar estrujado de El Profeta en la mano.

—¡Arthur, qué preocupada me han tenido, qué preocupada!

Le echó a su marido los brazos al cuello, y El Profeta se le cayó de la mano. Al mirarlo en el suelo, Harriet distinguió el titular «Escenas de terror en los Mundiales de quidditch», acompañado de una centelleante fotografía en blanco y negro que mostraba la Marca Tenebrosa sobre las copas de los árboles.

—¿Están todos bien? —murmuraba la señora Weasley como ida, soltando al señor Weasley y mirándolos con los ojos enrojecidos—. Están vivos, mis niños…
Y, para sorpresa de todo el mundo, tomó a Fred y George y los abrazó con tanta fuerza que sus cabezas chocaron.

—¡Ay!, mamá… nos estás ahogando…

—¡Pensar que los regañé antes de que se fueran y podría haber sido la última vez que hablamos! —dijo la señora Weasley, comenzando a sollozar—. ¡No he pensado en otra cosa! Que si los atrapaba Quien-ustedes-saben, lo último que yo le había dicho era que no han tenido bastantes TIMOS. Ay, Fred… George…

—Tranquila, cielo, estamos todos bien —le dijo el señor Weasley en tono tranquilizador, arrancándola de los gemelos y llevándola hacia la casa—. Bill —añadió en voz baja—, recoge el periódico. Quiero ver lo que dice.

Una vez que hubieron entrado todos, algo apretados, en la pequeña cocina y que Hermione hubo preparado una taza de té muy fuerte para la señora Weasley, en el que su marido insistió en echar unas gotas de «whisky envejecido de Ogden», Bill le entregó el periódico a su padre. Éste echó unvistazo a la primera página mientras Percy atisbaba por encima de su hombro.

—Me lo imaginaba —dijo resoplando el señor Weasley—. «Errores garrafales del Ministerio… los culpables en libertad… falta de seguridad… magos tenebrosos yendo por ahí libremente… desgracia nacional…» ¿Quién ha escrito esto? Ah, claro… Rita Skeeter.

—¡Esa mujer la tiene tomada con el Ministerio de Magia! —exclamó Percy furioso—. La semana pasada dijo que perdíamos el tiempo con nimiedades referentes al grosor de los calderos en vez de acabar con los vampiros. Como si no estuviera expresamente establecido en el parágrafo duodécimo de las Orientaciones para el trato de los seres no mágicos parcialmente humanos…

—Haznos un favor, Percy —le pidió Bill, bostezando—, y cállate.

—Me mencionan —dijo el señor Weasley, abriendo los ojos tras las gafas al llegar al final del artículo de El Profeta.

—¿Dónde? —balbuceó la señora Weasley, atragantándose con el té con whisky—. ¡Si lo hubiera visto, habría sabido que estabas vivo!

—No dicen mi nombre —aclaró el señor Weasley—. Escucha: «Si los magos y brujas aterrorizados que aguardaban ansiosamente noticias del bosque esperaban algún aliento proveniente del Ministerio de Magia, quedaron tristemente decepcionados. Un oficial del Ministerio salió del bosque poco tiempo después de la aparición de la Marca Tenebrosa diciendo que nadie había resultado herido, pero negándose a dar más información. Está por ver si su declaración bastará para sofocar los rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque una hora más tarde.» Vaya, francamente… —dijo el señor Weasley exasperado, pasándole el periódico a Percy—. No hubo ningún herido, ¿qué se supone que tendría que haber dicho? «Rumores que hablan de varios cadáveres retirados del bosque…» Desde luego, habrá rumores después de publicado esto.

Exhaló un profundo suspiro.

—Molly, voy a tener que ir a la oficina. Habrá que hacer mucho.

—Iré contigo, papá —anunció gravemente Percy—. El señor Crouch necesitará todas las manos disponibles. Y podré entregarle en persona mi informe sobre los calderos.

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora