Capítulo 22

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Más lechuzas mensajeras
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—¡Harriet! —Hermione le tiraba de la manga, mirando el reloj—. Tenemos diez minutos para regresar a la enfermería sin ser vistas. Antes de que Dumbledore cierre la puerta con llave.

—Ehh, de acuerdo —dijo Harriet, dejando de mirar el cielo—, ¡vamos!

Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha y fría escalera de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon.

Parecían Fudge y Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera.

—… Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —decía Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente?

—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarle, Snape… Y en cuanto a la joven Harriet vuelva a estar en su cabeza, ya sabe, cuando deje de estar en las nubes por culpa de ese chico Malfoy, no la culpo, son Malfoy— rio — , pero también querrá contarle al periódico cómo usted la salvó.

Harriet rodó los ojos. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y Fudge pasaron ante el lugar en que estaban escondidas, pero Harriet iba a sonreír de orgullo cuando supieran que Sirius ya no iba a estar para cuando llegaran. Sus pasos se perdieron.

Harriet y Hermione aguardaron un instante para asegurarse de que estaban lejos y echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una escalera, luego otra, continuaron por otro corredor y oyeron una carcajada delante de ellos.

—¡Peeves! —susurró Harriet, empujando a Hermione—. ¡Entremos aquí!

Corrieron a toda velocidad y entraron en un aula vacía que encontraron a la izquierda. Peeves iba por el pasillo dando saltos de contento, riéndose a mandíbula batiente.

—¡Es horrible! —susurró Hermione, con el oído pegado a la puerta—. Estoy segura de que se ha puesto feliz porque los dementores van a matar a Sirius… —Miró el reloj—. Tres minutos, Harriet.

Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia. Entonces salieron del aula y volvieron a correr.

—Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore cierre la puerta? —jadeó Harriet.

—No quiero ni pensarlo —dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un minuto! —Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se oye a Dumbledore —dijo nerviosa Hermione—. ¡Vamos, Harriet!

Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la espalda de Dumbledore.

—Los voy a encerrar —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte, señoritas.

Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la varita para cerrarla mágicamente. Asustadas, Harriet y Hermione se apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote largo y plateado.

—¿Y bien? —preguntó en voz baja.

—¡Lo hicimos! —dijo Harriet respirando con agitación—. Sirius se fue en Buckbeak… dos en uno.

Dumbledore les dirigió una amplia sonrisa.

—Bien hecho. Creo… —Escuchó atentamente por si se oía algo dentro de la enfermería—. Sí, creo que ya no están ahí dentro. Entren. Las cerraré.

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora