Capítulo 1

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La Mansión Ryddle
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Los aldeanos de Hangleton seguían llamándola «la Mansió Ryddle» aunque desde hace muchos años ya no había un Ryddle que viviera ahí. Ergida sobre la colina más alta de la aldea, tenía tapadas con madera algunas ventanas, al tejado le faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada. En otro tiempo había sido una mansión hermosa y el edificio más señorial y de mayor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora estaba abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella. Parecía una casa abandonada, la madera comenzaba a cuartearse, algunas ventanas estaban rotas. Muchos tenian miedo de mirar demasiado por esas ventanas, podía ser que, si mirabas fijamente, podías ver algo que seguramente no llegarías a cada para contarlo.

Cuando el viento soplaba y sacudía el pasto, parecía que aún estaba viva, tal vez esperando el momento perfecto para que alguien se atreviera a entrar por su puerta para jamás volver a salir.

No tenía una buena historia, dejando de lado todos los mitos de fantasmas, vampiros u hombres lobos, medio siglo antes había ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo que todavía les gustaban hablar los habitantes de la aldea cuando decidían hablar de terror.

Habían relatado tantas veces la historia y le habían añadido tantas cosas, que nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad. Todas las versiones comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de verano, cuando la Mansión de los Ryddle aún conservaba su imponente apariencia, la criada había entrado en la sala y había hallado muertos a los tres Ryddle.

La mujer había bajado corriendo y gritando por la colina hasta llegar a la aldea, despertando a todos los que había podido.

—¡Están allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y llevan todavía la ropa de la cama!

Llamaron a la policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de curiosidad, de espanto y de emoción mal disimulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le apenaba la muerte de los Ryddle, porque nadie los quería. El señor y la señora Ryddle eran ricos, presumidos y groseros, aunque no tanto como Tom, su hijo ya crecido. Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era evidente que tres personas que gozan, aparentemente, de buena salud no se mueren la misma noche de manera natural.

El Ahorcado, que era como se llamaba la taberna de la aldea, hizo mucho dinero aquella noche, ya que todo el mundo acudió para comentar el triple asesinato. Para ello habían dejado el calor de sus hogares, pero se vieron recompensados con la llegada de la cocinera de los Ryddle, que entró en la taberna con un golpe de efecto y anunció a la concurrencia, repentinamente callada, que acababan de arrestar a un hombre llamado Frank Bryce.

—¡Frank! —gritaron algunos—. ¡No puede ser!

Frank Bryce era el jardinero de los Ryddle y vivía solo en una humilde casita en la finca de sus amos. Había regresado de la guerra con la pierna rígida y una clara aversión a las multitudes y a los ruidos fuertes. Desde entonces, había trabajado para los Ryddle.

Varios de los presentes se apresuraron a pedir una bebida para la cocinera, y todos se dispusieron a oír los detalles.

—Siempre pensé que era un tipo raro —explicó la mujer a los lugareños, que la escuchaban expectantes, después de apurar la cuarta copa de jerez—. Era muy huraño. Debo de haberlo invitado cien veces a una copa, pero no le gustaba el trato con la gente, no señor.

—Bueno —dijo una aldeana que estaba junto a la barra—, el pobre Frank lo pasó mal en la guerra, y le gusta la tranquilidad. Ése no es motivo para…

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora