Capítulo 4

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La visita
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A las doce del día siguiente, el baúl de Harriet ya estaba listo. Había vaciado toda su comida del espacio oculto debajo de la tabla suelta y repasado dos veces hasta el último rincón de su dormitorio para no olvidar ninguna pluma ni ningún libro de magia, y había despegado de la pared el calendario en que marcaba los días que faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.

El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley. Tío Vernon se asustó mucho cuando Harriet le informó que llegarían al día siguiente a las cinco en punto.

—Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente — gruñó de inmediato—. He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.

Harriet tuvo un presentimiento que la preocupó. Lupin no tenía muy buena pinta a la hora de vestirse, con su ropa algo vieja y desgarrada por sus transformaciones a hombre lobo. Y de Sirius no esperaba mucho más, las únicas veces que lo había visto sí parecía un verdadero fugitivo, que pues lo era, pero también recordó la foto que tenía en la boda de sus padres, tan elegante.

Tío Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un gesto de bienvenida, pero Harriet sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar. Dudley, por otro lado, parecía algo disminuido, lo cual no se debía a que su dieta estuviera por fin dando resultado, sino al pánico.

La última vez que Dudley se había encontrado con un mago le salió una cola de cerdo y le sobresalía de los pantalones, tía Petunia y tío Vernon tuvieron que llevarlo a un hospital privado de Londres para que se la extirparan. Por eso no era sorprendente que Dudley se pasara todo el tiempo restregándose la mano nerviosamente y caminando de una habitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al enemigo el mismo objetivo.

La comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio. Dudley ni siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó ni un bocado.

Tenía los brazos cruzados, los labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la furiosa reprimenda que hubiera querido echarle a Harriet.

—Vendrán en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la mesa.

—Amm… —Harriet no supo qué contestar. La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarla? —Creo que sí —respondió al final.

El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubiera preguntado qué coche tenían, porque solía juzgar a los demás hombres por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harriet, a tío Vernon no le gustaría aunque tuvieran un Ferrari.

Harriet pasó la mayor parte en su habitación. No podía soportar la visión de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos como si hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A las cinco menos cuarto Harriet volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los minúsculos de los ojos, y Harriet supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía el ruido de un coche. Dudley estaba hundido en un sillón, con las manos de cerdito puestas debajo de él y agarrándose firmemente el tracero.

Fue al recibidor, a sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido por la emoción y los nervios. Pero llegaron las cinco en punto. Tío Vernon, sudando ligeramente dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a meter la cabeza en la casa.

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora