Capítulo 9

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La Marca Tenebrosa
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-No le vayan a decir a su madre que han apostado-imploró a Fred y George el señor Weasley, bajando despacio por la escalera alfombrada de púrpura.

-No te preocupes, papá -respondió Fred muy alegre-. Tenemos grandes planes para este dinero, y no queremos que nos lo confisquen.

Por un momento dio la impresión de que el señor Weasley iba a preguntar qué grandes planes eran aquéllos; pero, tras reflexionar un poco prefirió no saberlo.

-Harriet, como guardaste nuestras cosas durante todo el partido mientras vendiamos de aquí y allá- dijo George.

-... y lo que nos falta por vender-continúo Fred.

-Queremos recompensarte.-dijo George.

-Pagarte.- lo corrigió Fred.

-Chicos, no tienen por qué...- dijo Harriet pero Fred la interrumpió.

-No empieces, Harriet.

-Chicos, escuchenme, no me necesitan pagar nada. Les ayudaré siempre- dijo Harriet con el corazón-, ¿quieren que guarde sus cosas? Lo haré, ¿Quieren que guarde el dinero para que su madre no se entere? También lo puedo hacer, no tienen de que recompensarme nada.

Los chicos la miraron como una madre orgullosa.

Pronto se vieron rodeados por la multitud que abandonaba el estadio para regresar a las tiendas de campaña.

El aire de la noche llevaba hasta ellos estridentes cantos mientras volvían por el camino iluminado de farolas, y los leprechauns no paraban de moverse velozmente por encima de sus cabezas, riéndose a carcajadas y agitando sus faroles.

Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño y, dada la algarabía que había en torno a ellos, el señor Weasley consintió en que tomaran todos juntos una última taza de chocolate con leche antes de acostarse.

No tardaron en enzarzarse en una agradable discusión sobre el partido. El señor Weasley se mostró en desacuerdo con Charlie en lo referente al comportamiento violento, y no dio por finalizado el análisis del partido hasta que Ginny se cayó dormida sobre la pequeña mesa, derramando el chocolate por el suelo. Entonces los mandó a todos a dormir.

Hermione, Harriet y Ginny fueron a su tienda y se pusieron el pijama y se subieron cada una a su cama. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

Harriet, se había acostado en una litera encima de Hermione, estaba boca arriba observando la lona del techo de la tienda, en la que de vez en cuando resplandecían los faroles de los leprechauns. Repasaba algunas de las jugadas más espectaculares de Krum, y se moría de ganas de volver a montar en su Saeta de Fuego y probar el «Amago de Wronski».

Oliver Wood no había logrado nunca transmitir con sus complejos diagramas la sensación de aquella jugada... Harriet se imaginó a sí misma vistiendo una túnica con su nombre bordado a la espalda e intentó representarse la sensación de oír la ovación de una multitud de cien mil personas cuando Ludo Bagman pronunciaba su nombre ante el estadio: «¡Y con ustedes... Potter!»

Harriet no llegaría a saber a ciencia cierta si se había dormido o no (sus fantasías de vuelos en escoba al estilo de Krum podrían muy bien haber acabado siendo auténticos sueños); lo único que supo fue que, de repente, el señor Weasley estaba gritando.

-¡Arriba! ¡Ginny, Harriet... deprisa, arriba, es urgente!

Harriet se incorporó de un salto y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

Harriet Potter: Saga completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora