Capítulo XIX. La perdida , la traición y las decisiones.

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Rayco.

-"¡Salgan todos ahora mismo!, excepto tu Carlos, querido, creo que tenemos que hablar los dos, con nuestro hijo"- la voz de la reina Diane, se oyó por encima de barullo de reproches que me estaba haciendo latir la cabeza.

Hacía casi un mes que mi vida se había un maldito chiste, un infierno. Tras el ultimátum de Emilia Bencomo, y ante el miedo que ha controlado toda mi vida, gracias a lo que he vivido con mi inestimada madre, decidí que no deseaba afrontar nada de esto.

¿Para que tenía que analizar que me ocurría con esa maldita traidora, de Rihanna Morris?, a la vista estaba que ni yo le importaba, ni deseaba volver, mis luchas con esta mujer no significaban nada para ella, menos aún esa noche inolvidable. Pero para mí, aunque yo no quisiera reconocerlo en el fondo, eran algo importante, algo que, lamentablemente, significaban algo.

Al principio, mientras gestionaba las preguntas que Emy me dijo que me hiciera, y tras conocer la muerte de su abuela, le dejé un tiempo para que se recuperara, para que sobrellevara su duelo, sabía que yo no era lo mejor por ahora, ya que estar a su lado, como siempre que estamos juntos, lo único que provocaría es que las paredes destilaran tensión entre nosotros, y sentimientos no gestionados, para cada uno, mientras luchábamos por no sentirlos.

Pero mi decisión terminó ese día, cuando descubrí que yo para ella era algo fácil de olvidar, que ya ella había pasado página, ni siquiera se dignó en enfrentarme, únicamente con una carta, una carta que ni siquiera estaba dirigida a mí, una carta de renuncia que apareció una semana después en el correo del director del departamento de personal. Yo llevaba una semana intentado analizarme a mí mismo, golpeándome mentalmente en muchas ocasiones por ser tan cobarde, y ella ... ¿Tiraba la toalla así?

Esa noche, hice algo que desde que había conocido a esa maldita mujer, no había hecho jamás, salí de caza, buscando consuelo en otra mujer, y lo único que conseguí tras horas cazar a cuenta mujer me proponía, fue asquearme de ellas y de mí mismo. No podía soportara que me tocaran, o yo tocarlas, ni tan siquiera podía rozarles la mano, menos aún besarlas, o tener sexo con ellas, mi cabeza estaba rota, mi cuerpo estaba dormido.

Esos dos malditos traidores se conformaban con mantenerse con los recuerdos de esa maldita noche, no deseaban sentir a nadie más que no fuera ella, así que, ante la frustración, y el dolor que esto me creaba, para no pensar más, ahogue mis recuerdos en cantidades ingentes de alcohol, y así llevaba prácticamente todo el último mes.

De día trabajaba, con una resaca matadora, inundando mi mundo de horas y horas de extenuante trabajo, de noche era el alcohol, lo que me impedía recordarla, o soñar con ella, porque esa maldita descarada no se conformaba sólo con destruirme despierto, sino que también, se colaba en mis sueños, para terminar de aniquilarme.

Lógicamente, y al tener unos amigos que eran como mi familia, esto provocó, que los gemelos y sus mujeres, en especial Emy, se preocuparan por mí, diariamente era reprendido por unos de los cuatro, hasta un par de puñetazos recibí de Ruyman, cuando en dos ocasiones tuvo que ir a buscarme a una de las salas privadas que poseo en unos de mi club, cuando mis escoltas le avisaron que estaba totalmente borracho, y sólo, pero que me negaba a volver a casa.

Lo que no esperaba era que esos cuatro recurrieran a la artillería pesada, así que un día que tenía la peor resaca de mi vida, mientras trabajaba en mi despacho, la familia Bencomo, al completó, se presentó en allí, hasta el hombre montaña, Duff Sinclair, con su esposa Cathaysa, ranita Sinclair, estaba en mi despacho, todos y cada uno, con ganas de discutir.

Allí estaba yo, con una ganas locas por arrancarme la cabeza, ante los gemelos del terror y sus esposas, la canaria más peligrosa que conocía, Cathaysa Bencomo, esposa de Duff Sinclair, que también me miraba serio, como reprochándome que no tenía que haber hecho que su esposa se enfadara, y por último, como la peor de las armas de destrucción masiva, mi tío Carlo Bencomo, y el arma de las armas, aquella que nunca dejaba supervivientes, a la que todos tenían, la reina Diane, también conocida como emperatriz aniquiladora.

Seducida por PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora