Capítulo XLVII. El último adiós a un rencor parte 1.

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Hogan Morris.

Mientras entraba en el vestuario del personal del hospital, agradecí mi educación militar, ya que al parecer a nadie le pareció extraño, que un hombre de color con una gorra de beisbol, una chaqueta de aviador de cuero, unos vaqueros desgastados, y una mascarilla oscura, caminara libremente por el hospital, y que nadie se diera cuanta de loa sospechoso que parecía, ni siquiera la seguridad del edificio. Al parecer todos son muy incompetentes en su trabajo.

Forcé una de las taquillas, consiguiendo así la identificación, y el uniforme, de uno de los médicos de color, del que previamente había obtenido su nombre, en el panel de personal médico del hospital, que se encontraba en el vestíbulo del mismo, colocado en un gran cuadro en la pared.

Me coloqué una mascarilla y un gorro de cirujano, para no ser reconocido. Con esta indumentaria salí del vestuario, y me dirigía de forma tranquila, imitando la forma de caminar del médico, y las enfermeras que veía a mi alrededor, hacia el almacén del botiquín de una de las plantas del hospital. Necesitaba conseguir adrenalina, una gran cantidad de adrenalina. Por lo que sé de mi entrenamiento militar y de primeros auxilios en el campo de batalla, ese era el método perfecto para acabar con la traidora con la que me había casado, ya que, en gran cantidad, esa hormona hace trabajar tanto al corazón, que, si no la quemas, provoca un paro cardiaco, de forma natural, además, al ser una hormona que segrega el cuerpo, es indetectable, si no se detecta a tiempo, desaparece sin dejar rastro. Ese era el perfecto final para esa traidora mujer.

En mi mente, una de las que peores traiciones que había hecho Melisa, había sido traer a este mundo, en vez de a un sano y leal varón, después de nuestro primer hijo, a esa maldita mujer, que no había creado más que problemas desde el mismo día que nació. Rihanna era una total decepción, que sólo servía para traer a este mundo más varones, de esa forma, mi descendencia cumplirá con la tradición familiar de los Morris, que no es otra que aportar más hombres leales a la patria, militares que dejarían su vida por este país, como mi orgullo y dorado hijo Jeff. Para mí, es la única forma que tiene esa perra de compensar, que su nacimiento hubiera dejado estéril a su madre.

Pero el mayor crimen de la traidora, por el cual se merecía lo que le iba suceder, era haberme traicionado, para salvar esa desgracia que había traído a este mundo. Esa mujer, que siempre me había sido tan leal, hasta el punto, de dejar que yo la manejara a mi antojo, lo había arruinado todo.

- "¿Cómo se había atrevido a desafiarme? ¿Es que no sabía las consecuencias que tendría que fuera en mi contra?"- estas preguntas rondaban mi cabeza una y otra vez.

Toda la culpa era suya, debía haber continuado siendo mi perrito fiel, sometiéndose a mi mandato como siempre. Esa hija que trajo al mundo se merecía lo que le iba a pasar, se merecía perder a sus hijos, ya que ella, acabo con mis pretensiones familiares, total, traer hijo al mundo, era para lo único que servía Melisa. Encima, por culpa de su estupidez, mis leales hombres fueron apresados, e investigados, y mi plan fue descubierto.

Por su culpa, yo había sido deshonrado ante mis camaradas, que ahora me creían un traidor, se me había licenciado con deshonor, y retirado mis condecoraciones, todo lo que había significado algo para mí, ya no existía, y si yo tenía que pagar este precio por su traición, ella lo iba pagar con su vida.

Nadie me traicionaba, nadie pasaba por encima de mi autoridad, nadie desacata mis órdenes, sin pagar un alto precio por ello, y eso ella lo sabía, se lo dejé muy claro desde la primera noche que nos casamos, que, tras algo de sangre, algunos golpes, y algunos lloros, la sometí a mí, y así siempre cumplió con su papel, nadie era más importante para ella, que yo, ni su familia, ni sus inexistentes amigos, ni siquiera sus hijos. Aprendió, rápido que, para ser feliz, sólo tenía que obedecerme en todo. Hasta esa tarde, cuando decidió proteger a su hija, por encima de mis órdenes, ese fue su mayor error.

Seducida por PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora