—¿Qué demonios quieres aquí? —le preguntó Maia en un tono de voz que resonó hasta la otra esquina de la plaza, Elizabeth se empeñaba en ver a Roberta pese a que esta había agachado su rostro hace un buen rato.
—Solo quería decirle a Roberta—se inclinó a tomarle una de las rastas y Roberta tuvo que levantar la vista para enfrentarla—, que a mí sí me gustan sus rastas. ¿Ves? Talvez no sea muy agradable, pero al menos yo no miento para fingir que lo soy.
No respondió, volvió a bajar su mirada para evadir la de Elizabeth.
—Bien—Maia le dio un manotazo a Eli para obligarla a soltar el cabello de Roberta—, ya le dijiste, ahora vete.
—Esta es la plaza pública—se reincorporó Eli—. No me puedes echar.
—Estamos en horario laboral. Te puedo dar órdenes y te ordeno que te vayas.
—¿Por qué? Anda—hablo con una irritante voz infantil—, yo también quiero hablar sobre cómo me visto y como hago que todos los hombres de la compañía babeen por mí apenas me ven.
—¿Qué dijiste?
—Pero tal vez tengan razón, igual y yo también debería usar—analizó a Roberta—una falda de monja que me tape hasta los Tobillos, igual y así hago que el señor Tashibana deje de verme las piernas—se dirigió a Maia— ¿no crees, Maia?
—Haz lo que quieras, solo déjanos en paz.
—¿En serio? ¿Lo que yo quiera? Ya sé —golpeó su palma con su puño y mostró una sonrisa guasona—, te voy a hacer un favor.
—¿Un favor a mí?
—Sí. Porque ustedes dicen que el señor Tashibana me olvidaría justo después de cogerme, ¿no es cierto? Pues, ¿Qué les parece si hacemos una apuesta? ¿Qué les parece si yo subo a su oficina ahora mismo, me le subo al escritorio, me quito las bragas y cogemos?
—¿Qué estás diciendo? —Se levantó de un salto Maia.
—Entonces, la apuesta sería: ¿crees que tome la oportunidad o no? —se rio de manera boba—No, eso sería muy fácil. Mejor apostemos cuantas veces lo haría. ¿Dos o tres? Tú sabes cuánto aguanta, Maia. Dime, cuantas veces seguidas aguanta contigo y yo apuesto doble o nada ¿Qué te parece?
—Eh, dime. ¿Tienes problemas mentales? —dijo arrastrando las palabras entre la saliva que casi se convertía en espuma dentro de su boca—¡¿acaso estás loca?!
—Ay, ¿Por qué te enojas? Míralo así, si lo hago de una vez te quito un peso de encima—Maia extendió la forma de su rostro incrédula—. Sí, ahora mismo subo y me lo cojo, así me olvidará a los dos minutos y podrá volver a tus brazos como ya lo ha hecho ¿Cuántas veces Maia? ¿Dos, tres, cinco...? —borró su sonrisa—eso hasta que llegue otra que también le guste.
—Elizabeth, te lo advierto.
—¿Qué harás? ¿Hostigarme hasta hacerme renunciar? Por qué eso es lo que haces, ¿no? Vives tu vida detrás de él como un perro custodiando su entrepierna para que no salte sobre la primera mujer que le pase por enfrente. Y ¿de qué te sirve? Si de todos modos lo hace frente a tus narices.
—¡Yo soy tu jefa! — le recordó apuntándola una y otra vez con el dedo—, no me puedes hablar así.
—Perdóname, es solo que me cuesta mucho respetar a una mujer que no se respeta a sí misma y no me refiero a la ropa que usa, sino a como deja que un hombre la humille así.
—¿Terminaste? Ya puedes irte, ¿no? —le preguntó intentando mantener su semblante indiferente, pero se delató cuando una lágrima corrió por su rostro.
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Costo y Beneficio
Romance"¿Por qué he de conformarme con su dinero, cuando podría tenerlo todo? " Abandona, quebrada y embarazada, una joven se ve gradualmente empujada hacia una relación carnal con su jefe a cambio de apoyo financiero, mismo que a su vez, rechaza la idea d...