Capítulo 16: A base de mentiras

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Luego de un rato, Mitzuru se levantó dejando a una Elizabeth aun jadeante en la camilla. Se dirigió al escritorio, se limpió con pañuelos y se vistió, después le llevó la caja a Eli.

Mientras ella se limpiaba, él recogió la blusa y el sostén que después le llevó.

—Gracias —dijo al tomarlas.

—¿Quieres usar la ducha? —le ofreció Mitzuru.

—A todo esto, ¿Por qué tienes una ducha en tu oficina?

—Por si la necesito—respondió levantando los hombros.

—Que pervertido—ante su acusación, él cerró sus ojos asintiendo.

—Es porque a veces duermo aquí, Elizabeth.

—Aja—dijo ella revelando que no le creía, arrojó el pañuelo a la basura y se puso la blusa mientras él ponía sus ojos en blanco—. Pudiste habérmela ofrecido cuando llegue tarde—le reclamó.

—No estas conforme con nada ¿cierto? —Eli giró sus ojos, luego se le quedo viendo —¿Qué pasa?

—Ven aquí —lo invitó ella dando ligeros golpecitos en la camilla.

—Debemos volver al trabajo—argumentó Mitzuru, pero ella insistió con los golpes en el colchón.

Mitzuru se sentó en la camilla, ella le levantó el brazo y se metió debajo.

—¿Qué haces? —preguntó Mitzuru confundido.

—Quiero ver como se siente—respondió restregándose contra su pecho como un gato y posó en el la oreja para escuchar el latir de su corazón.

Estaba agitado y al tenerla encima sus palpitaciones se volvieron erráticas.

—¿Estas nervioso? —preguntó a juego.

—Basta —arrojó Mitzuru con desdén y se bajó de la camilla ante la sorpresa de Elizabeth quien solo se reincorporó.

—¿Estas enojado? —preguntó confundida por su reacción.

—No—aseguró sin mirarla a los ojos—, solo tengo trabajo.

—Bueno—dijo risueña—, al menos un beso de despedida—se inclinó esperando sus labios, pero Mitzuru no dio ni un solo paso a ella.

—No creo que debamos hacer ese tipo de cosas.

—¿Besarnos?

—Acurrucarnos.

—¿Por qué no?

—Porque esas son cosas que haces con tu novio, no conmigo.

—Acabo de hacer muchas cosas que se supone solo haría con mi novio.

—No es igual y lo sabes.

—Ah claro—dijo torciendo sus labios—, se me olvidaba que solo soy un coño para ti.

—Elizabeth...—estaba listo para regañarla.

—Entonces, ¿puedo tener novio?

—¿Qué? —se indignó él—, claro que no.

—Entonces no quieres acurrucarte conmigo, pero no puedo acurrucarme con nadie más—Mitzuru se llevó ambas manos a la cara para sobarse la frente.

—¿Podemos hablar de esto luego?

—Claro, ¿tengo que hacer cita o...?

—¡Señorita Marcovich, por favor vaya a trabajar! —le ordenó en tono autoritario.

Elizabeth lo observó en silencio, desconociéndolo.

—Ah entiendo—dijo alzando un hombro con aire recriminatorio—, solo cuando te sostengo el pito soy Elizabeth, después vuelvo a ser la señorita Marcovich.

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