Capítulo 64: El segundo lugar

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—Responde—exigió Elizabeth.

—¿Podemos hablarlo arriba? —preguntó Mitzuru al ofrecerle su mano, pero Elizabeth se cruzó de brazos. Para su fortuna, la recepción estaba vacía.

—¡Respóndeme ahora! —insistió ella.

—Son cámaras de seguridad—explicó frustrado—, yo también las tengo.

—¿Por seguridad o para espiarme?

—¿Cómo puedes pensar eso?

—Normal si me ocultas que existen.

—No te lo oculté, yo también olvidé que estaban allí.

—¡Ay, por favor! —bufó incrédula.

—Recuerda que compré el departamento y peleamos antes de que te lo entregara, luego fuiste a vivir a mi casa y solo te mudaste aquí porque mi madre vino de repente, con ella, la aplicación y todo el asunto de la junta con los socios, no he tenido tiempo de enseñarte a usarlas.

—Claro, pero cuando vivía en tu departamento, me espiabas en él.

—Elizabeth, escúchate, si vivíamos juntos, ¿por qué iba a querer espiarte? Puse esas cámaras por seguridad, además, te la has pasado fuera desde que vives allí, ¿crees que, si quisiera espiarte, me limitaría solo al departamento?

Ella lo pensó un rato, después se jaló los cabellos. Quería creerle, pero hacerlo se sentía como ser tonta.

—No lo sé, no lo sé.

—Mira—señaló Mitzuru—, si no confías en mí, puedo enseñarte a cambiar la clave, no me la des y así yo no tendré acceso.

—O podemos quitarlas—mencionó acusante.

—Sí, podemos—respondió sin titubear—, pero no le veo el caso.

—¿Para que la quieres? —repuso.

— Hay cosas muy valiosas allá dentro. Diamantes, incluso, te los podrían robar.

—Hay cámaras en todo el edificio.

—El personal las puede desactivar.

—Ah—se quejó—, no todos los trabajadores de limpieza o servicio al cuarto son ladrones, maldito niño rico.

—Basta con uno que lo sea.

—¿Y cómo sé que no tiene alguna configuración especial para entrar sin la clave de acceso?

—Te daré el manual.

—Y si eres el único con la clave, ¿quién le envió esa grabación a mi padre?

—¿Que grabación?

—A mi padre le dieron una grabación—reclamó—, en ella estábamos nosotros dos, solos en ese departamento y bendita sea mi madre que apagó la computadora antes de que vieran lo que seguramente nos grabó haciendo tu fabulosa cámara.

Mitzuru pensó un millón de maldiciones que no se atrevió a sacar de su boca.

—¿Dónde guardaste la clave? —cuestionó Elizabeth.

—Me la envié por correo electrónico.

—¿Y quién tiene acceso?

—Nadie, pero está abierto en mi computadora.

Elizabeth sonrió con ironía.

—¿La que dejas en tu despacho? —Mitzuru confirmó sus sospechas al cerrar los ojos—. Lo cerrabas con llave todos los días para que yo no entrara, dime, ¿también lo cierras para tu querida madre?

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora