Mientras esperaba el auto rentado, Mitzuru vio a 3 niños corriendo descalzos en sobre la yerba, se tiraban al suelo y rodaban embriagándose del fresco olor que tenia de insignia el campo.
En eso se acercó un hombre que probablemente era el padre a regañarlos, pero una mujer de delantal se interpuso con una sonrisa pacifica a tranquilizarlo. Lo que le haya dicho, él lo acepto a regañadientes y permitió que los niños siguieran arruinando sus ropas al restregarlas con el pasto.
Pensó que ese era el tipo de momentos de relajación extrema que la gente normal recordaba de su juventud.
Pero él nunca fue así.
Mitzuru paso su juventud atiborrada de actividades escolares y clubes que nunca le permitieron salir a oler la yerba. Siempre ocupado, siempre tenía algo que hacer, algo que era más importante que las risas y la diversión. Todo con el fin de prepararse para una vida que al final no resulto como esperaba.
Fijo su vista en la pareja que se sonreía mutuamente mientras sus hijos se distraían, seguro que compartían pensamientos y memorias cursis a través de los gestos secretos que los matrimonios suelen desarrollar con el paso del tiempo, mismos que usan para comunicarse como en un leguaje tan exclusivo que solo conocían ellos dos.
Mitzuru se preguntaba si eso era a lo que su madre se refería con "Alguien a quien abrazar por las noches y saludar al llegar a casa".
Solo podía imaginarlo de esa forma, a través de extraños, porque estaba seguro de que ella jamás había tenido nada como eso.
Tashibana Mei se casó dos veces, ninguno de sus esposos la hizo feliz. El primero porque no tenía la capacidad de hacerlo, el segundo porque no lo quiso.
A diferencia de los matrimonios normales, ella y Reiji se habían sentado uno a un lado del otro en la misma mesa durante 25 años, intercambiando dos o tres comentarios y luego se pasaban media hora hablando cada cual con sus respectivos hijos, pero nunca entre ellos.
No eran capaces de comunicarse ni con palabras.
Lo último que Mitzuru desearía para sí mismo era un matrimonio como ese.
Preferiría morir solo antes de convertir su hogar en la segunda casa Tashibana en la que tuviese que vivir.
Por lo que, cloncluyo que su madre estaba equivocada, el matrimonio estaba lejos de ser la solución a sus problemas.
—Listo—anuncio Maia interrumpiendo su reflexión al entrar al auto con dos kebabs —. Gracias por esperar—sonrió acomodándose en el asiento, luego le ofreció uno a Mitzuru—, toma, te traje uno.
—Gracias—contestó tomando el suyo.
—Tenía muchas ganas de volver a comer uno de estos—exclamó antes guardándolo en su bolsa ante el gesto confuso de su compañía.
—¿Y no vas a comerlo?
—En el hotel—explicó ella como si fuese obvio—, con un tenedor.
"Que molesta" pensó Mitzuru.
Le parecía una tontería el sumo cuidado que Maia ponía en mantener su imagen ante él, como si no supiera que ella era humana.
La imagen de Elizabeth con medio burrito dentro de su boca como cuando la con conoció le vino a la cabeza.
Su madre dijo "debes cuidarte de las mujeres meticulosas" solo porque le vio las uñas limpias a Elizabeth, pero a él no le parecía que lo fuera.
Claro, era de esas chicas que cuidaban su aspecto, lo que sería lógico ya que ese siempre fue el tipo de chica que le gustó. Pero no era tan obsesiva como sugería Mei. No era como si no dejase que el vestido se le arrugase al bailar o el merengue de los pastelillos le manchara los labios al comerlo.
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Costo y Beneficio
RomanceCon el corazón roto y los bolsillos vacíos, Elizabeth lo ha perdido todo. Ahora, tiene solo 9 meses para cambiar su vida. Mitzuru es un hombre distante y frío que vive volcado por completo a su trabajo. Cautivado por la belleza de su nueva empleada...